Lunes, 5 de junio de 2006 | Hoy
EL ESCRITOR SERGIO OLGUIN CUMPLE EL SUEÑO DEL PIBE: LO CONVOCARON PARA HACER UNA GIRA LITERARIA-FUTBOLERA POR ALEMANIA
Participará de debates sobre fútbol y literatura en distintas ciudades alemanas y aprovechará, claro, para ver todos los partidos que pueda. La excusa es la presentación de su novela El equipo de los sueños, en la que conviven la infancia de Maradona con la exclusión que sufren los jóvenes del conurbano.
Por Silvina Friera
Se puede hacer literatura con el banderín de Boca enfrente. “Si sufro tanto con el fútbol, ¿por qué no voy a escribir sobre un tema que me apasiona?”, plantea Sergio Olguín, autor de El equipo de los sueños (Norma). Esta novela, que fue traducida y publicada en Alemania y Francia, le permitirá cumplir “el sueño del pibe”. Mientras la Selección trajina las canchas alemanas, el escritor realiza una gira literaria y “mundial” por Francfort, Hamburgo, Bremen, Berlín, Osnabrück y Colonia, invitado por la editorial Suhramp. La presentación del libro en universidades y centros culturales de estas ciudades y los debates sobre fútbol y literatura de los que participará serán la antesala de una experiencia que sabe que será inolvidable. Apenas termine con sus obligaciones literarias correrá hacia los estadios para ser testigo y partícipe del Mundial más globalizado de la historia. Para él se suspende la vida, y no hay partido que le resulte indiferente a este fanático de Boca que confiesa que en sus novelas siempre hay un hincha xeneize. Después de gritar, alentar y ponerse muy nervioso, volverá al hotel para ver las repeticiones de los goles argentinos. “Estoy casi convencido de que vamos a salir campeones”, dice Olguín en la entrevista con Página/12. Y para morigerar tanto optimismo triunfalista, agrega: “A la final, llegamos seguro”.
El interés de los alemanes por la novela de Olguín se explica, principalmente, por la historia que cuenta el autor de Lanús y Filo, en la que combina la infancia mítica de Maradona con la exclusión social y los abusos policiales que acechan a los jóvenes del Gran Buenos Aires. Ariel, el protagonista de El equipo de los sueños, llega en la víspera de Nochebuena hasta Villa Fiorito, acompañado por sus dos mejores amigos: Ezequiel y Pablo, pero también por Pinocho, a quien conoció en la verdulería donde hace poco empezó a trabajar. La misión no es nada sencilla. Los cuatro deberán recuperar la pelota del papá de Patricia –la novia de Ariel–, ahora en poder de los Gardelitos, la banda más peligrosa y temida de la villa. La pelota es un regalo que Maradona le hizo al papá de Patricia hace muchos años, la primera con la que jugó Diego.
Es evidente que el Mundial ayudó bastante para la gira de Olguín por Alemania. Pero el autor sostiene que, además, “el tema de Maradona es un imán muy fuerte porque es muy representativo del ser argentino para los alemanes”. “Tan bien narrado como jugaba Maradona”, escribió el crítico del Süddeutsche Zeitung, en marzo de este año, y el escritor casi se infarta cuando leyó este elogio.
–En un momento de la novela, los chicos cuentan cuáles serían los integrantes del equipo de los sueños de cada uno. ¿Cómo sería el suyo? ¿Coincide con el de alguno de los personajes?
–Coincide en gran parte con el de Pablo, pero el de él es más políticamente correcto. El mío es absolutamente bostero. En todas mis novelas los protagonistas tienen que ser hinchas de Boca. A ver: Córdoba al arco; Bermúdez y Mouzo, los centrales; de cuatro, Ibarra; de 3, Marzolini; el 5, el Chapa Suñé, y ahí se me va el equipo al carajo porque voy a llenarlo de 9 y 10: Maradona, Tevez, Riquelme, el Mellizo Guillermo y Cabañas.
–En general, los seleccionados argentinos han tenido más jugadores de River que de Boca...
–Sí, sí, pero por suerte ahora no. Se terminó la dictadura Passarella-Bielsa y comienza el mejor período del fútbol argentino. El espíritu de esta Selección, ya desde el arco con Abbondanzieri, es boquense. Riquelme es el conductor, Tevez es la estrella del Mundial y lo tenemos de suplente a Palacio.
–Pero el capitán es Juampi Sorin...
–Un gran jugador de Argentinos Juniors (risas). Me encanta la Selección Argentina. No me termina de cerrar quién va a ser el lateral por derecha,pero el equipo me gusta mucho, incluso Juampi Sorin es uno de mis jugadores favoritos. Estoy casi convencido de que vamos a salir campeones. A la final llegamos seguro. Puede ocurrir algún accidente, pero es la primera Selección con la que siento una empatía desde el Mundial del ’94. Las selecciones del ’98 y la del 2002 nunca me terminaron de gustar.
–¿Le molesta el fanatismo que se genera en los argentinos, que se mezcle mucha bandera celeste y blanca?
–No, porque es más folklórico que social, en cuanto a que me parece que esto no se puede trasladar a una interpretación nacionalista fascista. Es una cuestión meramente de diversión, de ponernos todos detrás del equipo argentino y de divertirnos y de sufrir en términos deportivos. Para mí se suspende la vida, pero no solamente porque juega Argentina sino porque juega Costa de Marfil, Australia... No importa cuál es el partido; si es Australia-Marruecos, lo voy a ver en vivo y después quiero ver el resumen a la noche. Me interesan todos los partidos del Mundial.
–¿Por qué cambió tanto el origen social de los jugadores de fútbol? ¿No hay un componente muy fuerte de clase media que hace que jugadores como Orteguita, Tevez, Riquelme, incluso el propio Maradona, sean más excepciones sociales que la regla?
–Esto tiene que ver con que la clase media quiere salvarse a través de los hijos y los manda de chiquitos a escuelas de fútbol, con los desastres que esto va a producir en el fútbol argentino en tiempos muy cercanos. Hay chicos de 8 años que te dicen que son laterales o volantes, cuando la gracia para un chico de esa edad es jugar en todas partes, o jugar con un chico de 12 que lo cague a patadas. Así se formaron los grandes futbolistas argentinos, cuando los cagaban a patadas jugando con un pibe más grande. Por eso Tevez aguanta todas las patadas, porque está acostumbrado de chico. Esto se está perdiendo por las escuelas de fútbol y por eso ahora la clase media genera más futbolistas que antes. El chico pobre, hace 30 años, estaba mejor alimentado que el chico pobre de hoy de una villa o barrio carenciado. La mayoría de los futbolistas está saliendo de lo que sería la zona avícola, el sur de Santa Fe. Batistuta sería el modelo de futbolista del interior, o Battaglia: el futbolista morrudo, grandote y bien alimentado del campo argentino. Es más difícil que surjan ahora tipos como Ortega o Tevez, porque esos pibes de origen social más pobre no comen bien.
–¿Pero no se pierde épica en el fútbol, o al menos esa idea de alguien muy pobre que se “redime” como héroe de un equipo o de la Selección?
–Sí, en parte, y esto implica también un problema de calidad futbolística. Creo que vamos hacia un fútbol muy europeo, de gran rendimiento físico y de poca habilidad. Más que la pérdida de la épica, se está perdiendo la calidad artística del futbolista. En el potrero, los códigos del fútbol se aprendían a los porrazos, haciéndote lastimaduras en las piernas. Lo que se perdió es la mística del potrero, aunque el espíritu épico del fútbol igual se mantiene, más por el hincha que por el futbolista, que está muy profesionalizado. Cuando aparece un loco como Barijho, que deja las concentraciones y se va a jugar papi fútbol con los amigos, eso está muy mal visto, incluso por los medios. Pero el tipo que después de estar practicando diez días tiene ganas de ir a jugar un picado con los amigos... eso es amar al fútbol, a la pelota. Hoy, los jugadores son más deportistas que futbolistas, y para recuperar esa mística futbolera habría que dejar que los pibes jueguen más libremente y no depositar tantas expectativas en los adolescentes.
–¿Por qué?
–Hay una generación de chicos de 17 y 18 años que son fracasados porque ponen tanta energía en triunfar desde los 7 u 8 años, se les inculca tanto que tienen que ser futbolistas, que cuando a los 17 quedan libres, no tienen futuro. El fútbol es uno de los pocos lugares donde se fracasapronto. Un escritor o un periodista tarda más tiempo en darse cuenta de que es un fracasado. Cuando intenta vender por enésima vez una nota en Página/12 y se la rebotan, ahí se da cuenta de que es un fracasado (risas). Pero a los 17, un futbolista no tiene más futuro. Eso me asusta mucho y pienso que la culpa la tienen los padres, los clubes y los medios, que aceptan que se venda un chico a los 10 años, o permiten un entrenamiento de alta exigencia física, que va a convertir al chico en buen deportista, pero no necesariamente en un buen futbolista.
Olguín cree que la crítica literaria cambió en parte esa mirada peyorativa que tenía sobre el fútbol. “Me acuerdo un comentario de Charlie Feiling, en Babel, sobre un libro de Soriano: ‘No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente’. La idea era que no se podía hacer buena literatura, si te interesaba el fútbol. A Fontanarrosa, paradigma del escritor futbolero, recién en los años ’90 se lo reconoció como escritor”, recuerda Olguín viejos prejuicios. “Es un fenómeno muy argentino el de la literatura y el fútbol, pero hay una moda de la literatura futbolera que se irá decantando.”
–Como hincha, ¿dice cosas políticamente incorrectas?
–Sí, canto todas las canciones de la hinchada y no pienso si son sexistas o racistas. Tengo un amigo judío que es hincha de Chacarita y les canta a los de Atlanta “los vamos a hacer jabón...”.
–¿Y cómo explica este tipo de actitudes?
–Nos sale cierta cosa bestial que se ve de manera más impune en la tribuna, y ese rechazo por el contrario se manifiesta de la manera más racista posible. Como hincha soy capaz de cantar estas cosas, pero me parecería muy bien que la sociedad empezara a limitar esto: que los partidos se suspendan cuando se cantan canciones racistas.
–Una duda, ¿es un buen jugador o es de madera?
–Soy muy de madera... (risas).
–¿Lo mandan siempre al arco?
–No, peor, ni siquiera al arco... soy de los que hacen goles en contra (risas). Me acuerdo del primer partido que jugué en mi primer año de secundaria en Villa Domínico, contra otro primer año. Jugábamos al mejor de 6 goles. Ibamos 5 a 5 y metí el gol en contra. Soporté esa mala fama durante los cinco años de la secundaria. No sé por qué soy tan malo, porque jugaba mucho de chico en un potrero que había a una cuadra de mi casa, en Lanús. Debe ser algo genético, porque mi hijo lo heredó. A él le encanta jugar al fútbol, pero el otro día vino llorando a casa porque se lastimó después de un partido, y le dije: “Sos igual que tu papá”.
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