DANZA ENTREVISTA A LA COREOGRAFA DIANA SZEINBLUM
La creadora de Secreto y Malibú acaba de participar en el Segundo Encuentro Argentino, al que asistieron elencos de todo el país.
› Por Cecilia Hopkins
Desde Santa Fe
Con la participación de elencos de Mendoza, Neuquén, Córdoba, Rosario, Buenos Aires y Santa Fe, acaba de finalizar el Segundo Encuentro Argentino de Danza, organizado por la Dirección de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral, con el objeto de generar un nuevo espacio de expresión para los grupos enrolados en las nuevas tendencias de las artes del movimiento. “La danza es una disciplina que está creciendo y ésta es una manera de reafirmar que la calidad artística también se puede ver en los escenarios santafesinos”, manifestó Luis Novara, director de extensión del área de Cultura, quien puso especial acento en el carácter federal que este año está adquiriendo la muestra. Entre otras, se presentaron obras dirigidas por los santafesinos Patricia Pieragostini (Cielito lindo), Gerardo Agudo y Pablo Rodríguez Jáuregui (Derivas) y Juan Berrón (En medio de lo otro), además de Area restringida, dirigida por la cordobesa Cristina Gómez Comini; Hay en mí formas extrañas, por Luis Garay, y YoYanoKepo, por Ana Garat y Pilar Belmonte, ambas coreografías representantes de Buenos Aires. Por otra parte, durante el desarrollo del encuentro hubo charlas acerca de la gestión independiente en la danza contemporánea y los festivales como espacios de intervención y difusión. Hubo, asimismo, dos cursos de capacitación a cargo de las coreógrafas Gabriela Prado y Diana Szeinblum –esta última, destacada creadora de Secreto y Malibú–, que trabajó en torno de la necesidad de encontrar un lenguaje de movimiento personal en la danza contemporánea y la danza teatro. Formada junto a Ana Itelman, Augusto Fernandes y Pina Bausch, Szeinblum dialogó con Página/12.
–¿Cuáles son las principales dificultades que existen en la danza para su desarrollo como lenguaje?
–Me parece que falta profundizar sobre lo que ya existe, porque a esta altura está todo inventado. Lo que falta es desarrollar una mirada investigativa. La danza es un arte extremadamente abierto, hay muchas técnicas para bailar pero en su instancia de composición, me parece, es más difícil que la literatura y la música. Ni siquiera hay un modo de escribir la danza.
–¿Por qué hay tantos intérpretes de danza contemporánea que bailan de un modo tan parecido?
–Es cierto eso. Incluso en espectáculos de improvisación –ahora hay toda una técnica al respecto– todos se mueven igual. ¿Cómo puede ser, si estamos hablando de improvisación? Hay una confusión entre la técnica, que es lo que se estudia para que el cuerpo pueda hacer lo que sea, y la creación, que es cuando el cuerpo hace lo que uno quiere. Yo, al menos, trabajo mucho con el intérprete. La persona que tengo adelante funciona a modo de inspirador. Su aspecto exterior es lo que menos me motiva: a mí me interesa cómo se mueve, el proceso de descubrir su expresión particular. Si uno se basa en lo que los intérpretes devuelven en su trabajo, ahí no existe la posibilidad de parecerse a nadie. Lo que yo imagino no lo puede imaginar nadie más. Eso sí, lo que se hace con ese material es todo un problema a resolver, pero es un hermoso problema.
–Parece que es muy tentador copiar modelos que se sabe son prestigiosos.
–Eso sucede, pero no solamente en la danza... aunque es cierto que habría que dejar de mirar lo que pasa en el mundo, sin que esto signifique que uno no deba estar en sintonía con lo que sucede en otras partes. Pero hay que buscar una mirada propia. Secreto y Malibú llamaba la atención porque contenía una expresión, un desparpajo, una energía que tenía que ver con lo latino. Y no fue una búsqueda consciente: yo nací acá, escucho nuestra música y todo esto me conforma de determinada manera.
–¿Le interesa la danza cuando es muy técnica?
–Depende. Lo que hacía Balanchine era pura técnica y sin embargo me parece de una belleza extraordinaria. Pero hay espectáculos que también son técnica pura y son espantosamente aburridos.
–¿Dónde estaría la diferencia?
–Tal vez en que uno es la producción de un acto vivo, una experiencia en un aquí y un ahora determinados que tiene que ver con percibir el cuerpo y el espacio de una manera diferente de la cotidiana. Yo trabajo con la idea de que el movimiento puede tener una historia, aun cuando sea muy simple. Lo muy simple se problematiza, pasa por muchos estados y ese movimiento cobra una vida y una memoria determinados, es decir que se va creando una experiencia emotiva. Así, el movimiento renueva sus razones, sus orígenes.
–¿En qué está trabajando en este momento?
–Todavía la obra no tiene un nombre pero la voy a estrenar en octubre, junto a cuatro intérpretes. Estamos trabajando sobre experiencias personales de los bailarines, tomando la emoción que conlleva una situación determinada y suponiendo que existe un espacio interior donde se almacena todo lo vivido, como una memoria. Buscamos reflejar lo que el cuerpo no dijo cuando experimentó esa emoción.
–¿Por qué la danza tiene un público poco numeroso?
–Creo que, de todos modos, ahora hay más espectadores de danza. Hace poco estuve en Merlo, San Luis. Una señora me preguntó si yo no podía hacer algo más popular. Pienso que la danza es como la poesía: si no se está dispuesto a entender las cosas de otra manera, no puede leerse. Es un arte que invita a que uno se dispare y pueda cerrar sentidos. Mi intención es motivar al público a que construya algo suyo con lo que ve. Para mí, el lenguaje del movimiento es equivalente al lenguaje verbal, pero es cierto que es difícil hablar de cosas importantes en la danza. No se puede hablar fácilmente sobre sentimientos, política o poesía.
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