OPINIóN
› Por Javier Aguirre
¿En qué momento Sherlock Holmes se convirtió en un nerd? El decimonónico detective británico concebido por Sir Arthur Conan Doyle sólo en el último lustro fue eje de tres reinterpretaciones mainstream. En una, la cinematográfica y aceleradísima versión de Guy Ritchie de 2009 (con Robert Downey Jr. como un terrenal Holmes y con Jude Law como el más cool de los doctores Watson), el mejor portador de lupa en la historia de la literatura mantenía sus esperadas dotes deductivas y sus gustos químicos propios de estrella de rock, aunque técnicamente, a fuerza de corridas callejeras, acababa resultando más un sofisticado héroe de acción que un flemático investigador.
En simultáneo, el personaje ha devenido en rol protagónico de dos series. Una es Sherlock, producto marca BBC, iniciada en 2010 y ya por su tercera temporada, respetuosa de los relatos originales de Conan Doyle, aun cuando el detective, por momentos, luce algo saltarín, si no payasesco. La otra es la estadounidense Elementary –debut en 2012, que puede verse en la señal Universal Channel–, donde la intervención resulta más extrema. No tanto porque el doctor Watson ahora sea la doctora Watson, sino porque Holmes (encarnado por Jonny Lee Miller, el otrora platinado Sick Boy de Trainspotting, nuevamente con un personaje gourmet de heroína), ahora es amigo de la yuta –ya no es un investigador privado, sino que trabaja para la Policía de Nueva York– y se ha convertido, decididamente, en un nerd. El geniecillo paria de la clase, un flaco desgarbado que viste raro y se solaza en desagradar, que goza de una capacidad para deducir que casi histeriquea con el paroxismo, por no hablar de sus aptitudes sobresalientes para, prácticamente, cualquier cosa, desde reconocer semillas de zanahoria o aprehender técnicas de fakir, hasta identificar 140 marcas de cigarrillos sólo con husmear en las cenizas.
Es cierto que esas virtudes perceptivas y razonadoras prácticamente sobrenaturales ya latían en los textos de Sir Arthur. Pero, así y todo, es difícil que esta exacerbación del costado raro, súper instruido e imbatible en cualquier duelo de conocimientos que define al Sherlock de Elementary, no se asocie con las conquistas sociales alcanzadas en las últimas décadas por el sufrido y perseguido movimiento nerd. Esas conquistas que fueron advertidas en Que la fuerza te acompañe (el libro de Alejandro Soifer) y que fueron explotadas en The Big Bang Theory (la serie que se emite por la señal Warner), cuyo personaje principal, el doctor Sheldon Cooper, es un científico brillante, joven y freak, amante de Star Trek, Star Wars y cualquier otra saga que comience con “Star”. Y de pronto, en solo un dedazo de zapping, el Sherlock Holmes de Jonny Lee Miller y el Sheldon Cooper de Jim Parsons resultan, casi, el mismo personaje. ¿Sheldon Holmes?
Es un nerd que no se entrega a los papers académicos, sino a las investigaciones policiales. Es que, desde que la circulación de datos vía Internet permite una mirada con lente macro sobre cualquier área, desde las subespecies de ortigas hasta el último grito de las comiquerías, el nerd, cualquier obsesivo especializado en algo, puede ser un héroe. Y así como, hacia 1890, una historia de Sherlock podía abrir con una crónica casi gore y sin ningún eufemismo sobre cómo el detective “exhalaba un largo suspiro de placer” mientras se inyectaba en su brazo lleno de cicatrices (chequear el nivel de detalle al respecto que ofrece la primera página de La señal de los cuatro, con la elemental pregunta de Watson a Holmes: “¿Qué ha sido hoy: morfina o cocaína?”), hoy, tras 126 años de excesos con las agujas, el Sherlock de Elementary está en rehabilitación y, no cabe duda, es capaz de inferir de qué planeta provienen los músicos de la cantina de La Guerra de las Galaxias. Sólo haría falta que alguien se lo preguntara. Es que, sea un detective en el siglo XIX o un nerd en el XXI, Holmes sigue siendo el que la tiene más larga. La capacidad deductiva.
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