NUEVO PROGRAMA DEL BALLET DEL SAN MARTIN
A partir de hoy, en el Teatro Alvear se podrá ver el estreno de las obras Detrás de las cosas e Indiferencia divina, más la reposición de Gilles, que tiene coreografía del holandés Tom Wiggers.
Un nuevo programa del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín subirá, a partir de hoy, al escenario del Teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659). Se trata de una propuesta tripartita y heterogénea, compuesta por dos estrenos –Detrás de las cosas, de Alejandro Cervera, e Indiferencia divina, de Walter Cammertoni– y la reposición de Gilles, con coreografía del holandés Tom Wiggers, que podrá verse de jueves a sábado a las 21 y los domingos a las 17.
Poco tienen en común los integrantes de este trío coreográfico. Más bien, todo lo contrario: se trata de artistas con trayectorias diversas, que presentan en esta oportunidad creaciones relacionadas, más que por puntos de contacto, por sus diferencias. Cervera es músico, régisseur y coreógrafo de amplia trayectoria, ex director del ballet del TGSM y actualmente tiene a su cargo el área de danza del Centro Cultural Rojas. Se describe a sí mismo como un creador ecléctico, cuyas obras conforman “una familia desquiciada”, porque no siguen una línea común. En Detrás de las cosas, Cervera da un paso al costado y se aleja de cualquier tipo de vocabulario coreográfico, para adentrarse en un universo autónomo, un trabajo interpretativo, de creación de personajes y también introspectivo. “La obra trata de lo que hay detrás de las cosas, tiene que ver con una idea de contemplación. Habla de lo que uno es, de los que son y los que fueron. Hay una referencia a los mandatos de los muertos, de los que no están, a las situaciones del pasado.” Sin pretensiones de ahondar en la memoria colectiva argentina, Cervera creó “una obra muy personal”. Y en seguida se extraña de su propio procedimiento: “Es raro porque es la primera vez que armo un trabajo hablando sólo de mí. Pero las obras después se afirman, no importa cómo hayan nacido”, dice. La pieza cuenta con realización de video de Daniel Böhm y música de Federico Zypce.
En la vereda opuesta de Cervera se encuentra Cammertoni. Si el primero prefirió la interpretación a los pasos de baile, para lograr un producto más teatral (“que no me animo a llamar coreografía”, dice), el segundo cerrará el programa con una obra “plagada de movimiento”. Cammertoni es un nombre nuevo en la escena de la danza porteña. Joven cordobés formado tanto en su provincia como en Francia, en 2005 fue seleccionado para participar de las Residencias para Coreógrafos del Centro de Experimentación del Teatro Colón e invitado por Roxana Grinstein a coreografiar para el ballet del IUNA. Fue así como llegó a oídos del director de la compañía del TGSM, Mauricio Wainrot, quien lo invitó por primera vez a montar un proyecto para el ballet contemporáneo más prestigioso de Buenos Aires. “Al principio no podía creerlo –dice el cordobés–, porque es un halago trabajar con este ballet. Y también es una presión. Al trabajar con semejantes bailarines uno se pregunta ¿qué hago con ellos? Porque están formados maravillosamente.” Cammertoni comenzó su montaje coreográfico realizando improvisaciones basadas en poesías de Walt Whitman, “jugando a leerlas a velocidad y a representarlas con el cuerpo al mismo tiempo, lo que se hacía casi imposible porque Whitman utiliza muchos verbos y gestos”. El resultado fue una pieza –que cuenta con música y coreografías de Yamil Burguener y Santiago Pérez, respectivamente–en la que cada bailarín multiplica las formas “hasta el infinito”. Y en la que reina una “indiferencia divina”, que recuerda “el maltrato, la arrogancia y al atropello con el que se vinculan constantemente los seres humanos”. Un retrato de la sociedad contemporánea “que no es pesimista sino más bien idealista”, ya que recupera el espíritu romántico del poeta inglés.
Entre el universo de movimiento de Cammertoni y la sucesión de escenas de Cervera, se encuentra la reposición de Gilles, presentada por primera vez en Argentina en 2002, en el marco del ciclo La escuela holandesa. “Los bailarines tienen una apertura artística enorme y en este programa se ve: Gilles es una obra donde estiran los pies, se contraen y utilizan todo un vocabulario muy específico; la de Walter es una obra deslumbrante por la cantidad de movimiento, por su energía; y la mía tiene que ver más con lo actoral, con la interpretación de un personaje”, diferencia Cervera. Y a continuación demuestra su afección por esa compañía con la que estuvo vinculado por más de 10 años: “Los bailarines están preparados para hacerlo porque son extraordinarios, como artistas y como personas. Y tienen una dirección tal que les permite afrontar este tipo de tareas, tan diversas. Eso habla de una apertura y una disposición por parte de Mauricio (Wainrot), y consecuentemente por parte de ellos mismos, para abarcar realmente todos los aspectos de la danza posibles”.
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