Lunes, 6 de mayo de 2013 | Hoy
HORACIO CASTELLANOS MOYA Y SU NUEVO LIBRO, EL SUEñO DEL RETORNO
La última novela del autor de El asco es la continuación de la saga de la familia Aragón. Y tal vez sea el final de un ciclo.
Por Silvina Friera
La esperanza puede ser el peor de los males cuando prolonga el tormento del hombre. Erasmo Aragón, un periodista que vive en México y tiene un matrimonio en crisis, está a punto de volver a El Salvador, un lugar en el mundo que considera su país natal. La angustia por la inminencia del viaje se localiza en el hígado. Ni siquiera con cinco días de abstinencia, sin probar ni una gota de alcohol, consigue amortiguar el dolor. Entonces recurre a Chente Alvarado, un médico salvadoreño empujado al exilio por haber curado a un herido que resultó ser un guerrillero. La hipnosis será el tratamiento de fondo elegido para iluminar las partes oscuras de la psiquis del periodista; sacar a flote los puntos más turbios de su pasado: la relación con su abuela materna y con su padre. El bienestar aparente de esta terapia pronto se transforma en martirio. No sabe qué le revela al médico cuando lo hipnotiza, teme que sea algún hecho vergonzoso. “Usted, que es poeta y periodista, debería sentarse a escribir su vida”, le recomienda Alvarado en esos días aciagos de 1991. Pero del dicho al hecho hay un largo trecho. Erasmo, es justo decirlo, lo intenta. Su primer recuerdo, el punto de partida, empieza en la década del ’60, cuando tenía unos tres años. Un bombazo destruyó el frontispicio de la casa de sus abuelos maternos, “un bombazo de advertencia detonado en la madrugada por los coroneles que apoyaban al gobierno liberal contra el que conspiraban mi abuelo y sus correligionarios nacionalistas”. El sueño del retorno (Tusquets), la última gran novela de Horacio Castellanos Moya, es la continuación de la saga de la familia Aragón. Y tal vez sea el final de un ciclo.
Castellanos Moya concluye hoy su participación en la 39ª Feria del Libro con el cierre del Diálogo de Escritores Latinoamericanos. “Más cerca que lejos”, se titula la charla que lo tendrá como protagonista, junto con los chilenos Nona Fernández y Marcelo Mellado. En una sala de la Feria, el narrador que nació en Honduras (1957), se crió en El Salvador y acumula experiencias de vida en distintas ciudades del mundo –Frankfurt, Tokio, México y la última escala provisoria en Iowa (Estados Unidos), donde actualmente reside–, recibe a Página/12 con un estado de ánimo relajado, propicio para charlar sin urgencias. “Todas las novelas que tienen que ver con la familia Aragón –que arranca con Donde no estén ustedes, Desmoronamiento, Tirana Memoria, La sirvienta y el luchador y ahora El sueño del retorno–, las doy por cerradas, aunque tengo algunas intuiciones de personajes pendientes. Hay personajes que me hablan de lejos, pero si los menciono, se queman –advierte–. Uno de esos personajes es Joselito, de La sirvienta..., el guerrillero que mata a su madre sin saber que es su madre. Y después ¿qué le pasó a Joselito? Es demasiado para mí, no logro meterme en la conciencia de un tipo que de pronto descubre que ha matado a su madre. Ahí hay algo pendiente, aunque yo no lo vaya a escribir. Casi siempre son los personajes más secundarios los que tocan la puerta y te dicen: “¡Acá estoy, volví carajo, no te hagas el tonto que tienes que llevarme adonde sea. Este es un mundo que sigo escuchando, aunque no necesariamente esté escribiendo sobre esto”.
El sueño del retorno es literalmente un bombazo. Ahí va una de las escenas más potentes: está el pequeño Erasmo en brazos de su abuela Lena, cruzando el patio penumbroso de la casa, entre el polvillo blancuzco que impregnaba el aire y que procedía de la pared destruía por la explosión. “Esa imagen era a la que recurría hasta con cierto orgullo cuando me tocaba explicar cómo la violencia estaba enraizada en el primer momento de mi vida”, subraya el personaje. “Una vez terminada la novela comencé a ver cuál era el eje y vi que era el sueño del retorno, la ilusión de convertirse en alguien distinto –plantea Castellanos Moya–. Hasta podría ser la fantasía de que el ser humano puede ser distinto de lo que es. La fantasía de que yo aquí, en este momento y en este tiempo, si hago un movimiento, me voy a convertir en otra persona mejor.”
–Esta ilusión de querer ser otro está en la naturaleza humana. Pero el hecho de haber estado en situaciones de extrema violencia, de muchos cambios, como el recuerdo del bombazo, esa condición pendular y oscilante que se da en algunos países centroamericanos, ¿cree que puede alentar más esta fantasía?
–Hay dos cosas que se pueden generar a partir de esta situación de inestabilidad y tensión. Cuando se genera una energía, se genera siempre con dos polos. Por un lado, un sueño mucho más beligerante de que se puede ser otro y de que hay que hacer todo lo posible para ser otro. Pero al mismo tiempo hay un componente que te da más conciencia de la tontería de creer que puedes ser algo distinto de lo que sos, que es en realidad lo que angustia al personaje. Erasmo no se angustia por lo que quiere ser, sino por la conciencia oculta, que no termina de salir a la superficie, de que no puede ser otro. Las experiencias intensas tienen que ver con la cercanía de la muerte, con dislocaciones, con no sentirte parte de algo o el hecho de estar mal ubicado. Estas cuestiones generan esta sensación de una enorme ganas de cambiar y la conciencia de que es imposible cambiar. Y esta contradicción te hace bastante esquizoide, supongo...
–Estos dilemas se parecen a los que enfrenta el escritor, que también tiene la ilusión de ser otro cuando escribe. Erasmo, además, está intentando escribir para contarse a sí mismo, ¿no?
–Pero no lo hace. No lo había pensado, pero es así... La crisis del personaje es porque no logra escribir. Si no logra reconstruir ni los primeros sucesos de su memoria personal, ¿de qué va a escribir? Encuentra mil excusas para no enfrentar un texto donde relate su vida. El escritor tiene la catarsis de salir de sí mismo y convertirse en otro cuando construye un personaje que no se parece a él. Esos viajes hacia afuera, si no tienen algo que los pegue, te pueden llevar a situaciones psicológicas muy duras, que es lo que le pasa al personaje. Sale de sí mismo, se comienza a ver a sí mismo, pero no tiene algo que lo pegue. El escritor sí tiene algo que lo pegue, que es el texto. El hecho creativo te permite generar una energía que une todos tus viajes interiores, todas tus conversiones o tus intentos de ver el mundo desde otras emociones.
–¿El bombazo, atribuido a Erasmo en esta novela, es un recuerdo suyo?
–Sí, es un recuerdo mío. Está en un libro de ensayos, La metamorfosis del sabueso. Hay algunos anécdotas mías que le pongo al personaje; fue una manera de cuestionar mi propia memoria a través de un personaje que no soy yo.
–En un momento de “El sueño del retorno” se plantea que la memoria es poco fiable. ¿Cómo explica este cuestionamiento, teniendo en cuenta que en otra novela el fundamento pasa por la memoria?
–Yo soy un escritor muy pendular, me voy de un lado al otro. Primero escribo una novela sobre la memoria y después escribo otra para decir que la memoria no es confiable (risas). Esta cosa pendular me interesa mucho porque creo que todos los seres humanos somos así, que vamos de un lado a otro y a veces ni siquiera tenemos conciencia de que nos movemos. En este libro aprovecho algunas anécdotas personales y a través del personaje activo un mecanismo de cuestionamiento de la memoria personal como algo confiable.
–Lo paradójico es que Erasmo cuestiona la memoria pero es, en cierto modo, esclavo de lo que intenta recordar.
–El personaje cuestiona la memoria pero al mismo tiempo está profundamente enraizado en ella. Erasmo cuestiona la losa que tiene encima; lo que él tiene es una losa de memoria. Pero todo esto lo hace en medio del proceso de hipnosis, cuando comienza a desarrollar elementos de su personalidad que él no conocía o que no asumía.
–La tendencia a querer matar a otro, por ejemplo.
–Sí, pero que al final de cuentas ni siquiera es las ganas de matar, sino la impostura absoluta. Si todos nosotros viéramos nuestras imposturas, probablemente estaríamos en problemas (risas).
–A veces trabajar con materiales autobiográficos suele ser complejo, un territorio pantanoso. ¿Cuándo cree que es conveniente asignarle a un personaje una anécdota que usted vivió?
–Siempre es mucho más cómodo trabajar con personajes que son muy distintos a mí, criminales, torturadores, personajes de distinta índole. Cuando me acerco a personajes que se parecen a mí, como en el caso de El sueño del retorno, lo principal es establecer la factura psicológica. Una vez que tengo cuál es el eje de su conflicto, si hay anécdotas que tienen que ver con el conflicto, se las sumo. El hecho de que ya establecí su factura psíquica me permite que ese personaje asuma anécdotas mías con la mayor naturalidad. Que se burle de ellas, que las exagere o las lleve adonde las quiera llevar. No sé qué es el yo, pero la sensación del yo todos la tenemos. Una vez que no pongo mi sensación del yo sino la del personaje, es muy fácil exagerar. ¿Por qué no voy a darle un pasado que tenga cosas mías? Es distinto poner tu yo que poner la anécdota. Si yo pongo mi yo no sé cómo me sentiría...
–El núcleo de las principales heridas de Erasmo está en El Salvador. ¿En eso coincide con el personaje, para usted también las heridas están ahí, en ese sitio?
–Sí, claro. Si pudiera escribir sobre otras cosas, lo haría. Muchas veces me dicen que si viví tantos años afuera, por qué no escribo una novela sobre Frankfurt o sobre Estados Unidos o sobre Tokio. “¿Por qué no escribes una novela japonesa?” ¡Qué voy a escribir una novela japonesa! (risas). Te puedo llevar de gira por los bares de Tokio, pero no puedo escribir una novela japonesa. Hay una correspondencia entre el mundo del autor, la pústula original, y sus libros. Todavía me queda un poco de combustible en El Salvador, aunque no sé cuánto dure. No encuentro fricción para hacer literatura con mis otras experiencias. La fricción que me lleva a escribir novelas y cuentos no la he encontrado en otro sitio. Cuando se me acabe la gasolina, dejaré el coche en El Salvador. Y entonces me callaré o escribiré de otras cosas.
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