Dom 25.08.2013
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OPINIóN

Zorzales y sorderas

› Por Eduardo Fabregat

Apunta el legendario periodista Greil Marcus en “Un ruido ideal para la casa”, artículo publicado en la revista New West en abril de 1981, compilado en el libro Escritos sobre punk 1977-1992 - En el baño del fascismo (Paidós): “Todo el mundo sabe que el único de los premios Grammy que tiene algún valor es el que se le otorga a la peor performance en el show del Grammy mismo. El 25 de febrero, en ocasión del vigésimo tercer intento anual de la National Academy of Recording Arts and Sciences de probar que nada interesante está ocurriendo en la música popular, la competencia fue especialmente reñida”.

A varios kilómetros de distancia, 32 años y medio después, los premios Carlos Gardel cierran su 15ª edición con Los Auténticos Decadentes acompañando la concienzuda desafinación de la cumbiera Karina ante un Teatro Opera semivacío. Es la 1 de la mañana y ya a nadie le interesa lo que está pasando.

Pasada la “fiesta”, el jueves temprano, el ingeniero de sonido y masterizador Andrés Mayo señaló en Twitter: “Los Gardel tienen muchas fallas, seguro. Pero es lo que tenemos. En vez de sólo criticarlos, hay que hacerlos mejores”. Tiene razón Mayo, que conoce profundamente esta industria y quiere lo mejor para todos los que la integran. El problema es que los premios que otorga la Cámara de Productores de Fonogramas y Videogramas arrastran desde hace años vicios que parecen imposibles de vencer, que convierten esa noble intención de mejorarlos en una recreación de Quijote y los molinos. Permita el lector una licencia para algo que quien esto firma suele evitar, una primera persona que servirá para explicar mejor el asunto. Año a año, pongo las mejores intenciones al votar en la preselección, pero cada vez que llegan las ternas finales lo que triunfa es el desaliento. Me resulta hipócrita votar entre opciones que no comparto, opciones que a mi criterio y en función de la gran cantidad de cosas que escucho, no representan lo que sucedió artísticamente hablando en la escena argentina, al menos en los rubros de los que tengo conocimiento. Termino poniendo el voto sólo en un puñadito de rubros donde se puede poner cierto convencimiento. El de este escriba no es un caso aislado: son muchos los que se niegan a votar por descarte, y así la elección final da resultados que hablan de algo que le interesa a la industria, pero no necesariamente de lo que está pasando allá afuera.

¿Significa esto que los premios a Illya Kuryaki & The Valderramas o Abel Pintos son injustos? Por supuesto que no. IKV volvió a la actividad con un gran disco y Pintos está en un gran momento artístico. Lo cuestionable es considerar a IKV la “mejor banda de rock” y a Abel un cantante pop; aun con sus propios defectos, el Grammy contempla categorías musicales más ajustadas y no mezcla a Queens of the Stone Age con Kanye West ni a Dolly Parton con Beyoncé. Con los Gardel se tiene siempre una sensación de masídalepadelantetotalestodolomismo. Es la misma clase de sordera que lleva a que en “la gran noche de la música”, como repiqueteaba la transmisión televisiva, no figure nada de lo mucho que está sonando en la escena emergente del rock argentino. Haciendo una rápida e incompleta lista, la industria no parece registrar a Shaman Herrera, Acorazado Potemkin, Valle de Muñecas, El Mató a un Policía Motorizado, Shura & Monos en Trance, Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete, Crema del Cielo, Pez, Flopa Lestani, La Cosa Mostra, El Perrodiablo, The Plasticos, Sur Oculto, Los Espíritus, Fútbol, Rivero + El Mico, Mostruo!, Guauchos, Las diferencias, Lucio Mantel, Los Pakidermos, Rubin y los Subtitulados, Las Taradas y tantos otros que ponen sangre y sudor y sostienen con talento y empuje una escena que levanta bien alto las banderas del pop rock argento. Se dirá que ésos deberían ser otros premios, unos que pongan el acento en la escena independiente; pero Capif también integra a sellos no multinacionales y los premios se presentan como “de la música” y llevan la sonrisa del Zorzal. O se habla de música o se habla de industria, a no mezclar los tantos.

Claro que, en la noche del miércoles, los tantos se mezclaron hasta el cambalache. Está claro que toda “alfombra roja” es una invitación a la frivolidad y hasta el despropósito, pero la previa de C5N fue un compilado de barbaridades, con Roberto Funes Ugarte hablando del nuevo talento musical que supone Agapornis (y no era una ironía) y Fabián Doman, que es un muy buen periodista de noticiero pero su fuerte no es la música, como encargado de las preguntas para los músicos desde el piso. Sergio Marchi estuvo allí pero apenas coló algún comentario, y el relato desde el Opera no hablaba de canciones, conciertos y discos, sino de vestidos y desmentidas del embarazo de Karina. Los responsables de la producción se preocupaban más por impedir que entraran fotógrafos de los medios a la sala (las fotos del emotivo homenaje de los Kuryaki a Luis Alberto Spinetta, por ejemplo, debían comprarse a una agencia privada a la que el canal sí dio acceso) que por investigar cómo se llamaban lo que iban entrando. Para rematar la faena, cuando durante la ceremonia se emitió el clip de “los artistas que ya no están”, el graph con el logo del canal tapó permanentemente los apellidos de los homenajeados. En eso, hay que admitirlo, Capif consiguió ganar la baza al olvidar en el recuento a Horace Avendaño, saxofonista de Los Pericos.

Otra vez: lo usual. Lo esperable. Nada sorprendente. Lugares comunes, los pifies del Gardel y esta columna también, volviendo sobre cuestiones que ya mencionaba Greil Marcus como materia vieja en 1981. Pero uno coincide con lo que dice Andrés Mayo, y quiere unos premios que sean más serios, que se decidan por lo que la música es y no por las necesidades de gente que se sienta detrás de sus escritorios, protesta por la piratería, habla de cifras y de marketing, se llena la boca de frases grandilocuentes sobre lo importante que es la música, pero es incapaz de comentar qué buena es esa canción del grupo que acaban de descubrir en Bandcamp o en el escenario del ZAS, el Salón Pueyrredón o Ultra Bar.

A veces el Zorzal es el bronce que sonríe. Y a veces es sólo una mueca congelada.

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