ENTREVISTA CON HANS ULRICH GUMBRECHT
El filósofo alemán analiza su reciente ensayo Elogio de la belleza atlética, en el que reivindica “la alegría del juego” como una experiencia de orden estético.
› Por Silvina Friera
Lo acusan de cultivar una “extraña clase de vitalismo” y de ser un “pensador inadvertidamente religioso”. El filólogo, filósofo y sociólogo alemán Hans Ulrich Gumbrecht se siente un poco cansado del tono exclusivamente cerebral de la vida académica e intelectual. Y como le gusta ir a contrapelo de lo políticamente correcto, publicó un ensayo, Elogio de la belleza atlética (Katz), en el que reivindica “la alegría del juego” como una experiencia de orden estético, igual que la música, el teatro, la literatura o las artes plásticas. ¿Es estéticamente bella una sinfonía de Beethoven y el gol de Maradona a los ingleses? Sí, eso que a muchos pares de Gumbrecht les pondría los pelos de punta, para él es indiscutible: el espectador de fútbol experimenta las “epifanías de la forma”. Y lo podrían acusar también de “apátrida” porque en la entrevista con Página/12 confiesa que quería que Argentina le ganara a Alemania. El profesor de literatura de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) no tuvo mucha suerte con los pronósticos porque todos sus equipos preferidos se quedaron en el camino. “Pero si Italia juega bien, gana; aunque el mejor jugador de este Mundial fue Zidane”, arriesga el viernes por la noche en la sede del Instituto Goethe, donde presentó el libro. Acertó con Italia, pero erró con Zidane, que se fue de la cancha expulsado.
–¿Por qué mirar deportes no es en modo alguno lo que los intelectuales han llamado “una forma proustiana de placer”?
–Recuerdo la Selección Argentina del ’78 que, más allá del Proceso, era una selección preciosa. Pero sé que nunca va a acontecer de nuevo. Yo tenía 30 años, acababa de nacer mi primer hijo... fue un momento muy especial en mi vida. Me puedo comprar un DVD de aquel campeonato, entonces sí se vuelve como el placer de Proust, pero el énfasis de mi libro es la experiencia en la cancha, y eso no es proustiano. En la cancha existe inmediatez auténtica, aunque si un psicoanalista me dice que es una ilusión, pues con perdón de la expresión, “me toca los cojones”, como se decía en España antiguamente (risas).
–Usted señala que nadie se animaría a decir que una sinfonía de Beethoven es marginal. ¿A qué se debe que los intelectuales consideren el deporte como una actividad marginal?
–Como presupuesto no creo que sea verdad, como se decía en los felices días del marxismo, que la mentalidad dominante siempre es la mentalidad de la clase dominante. Los intelectuales, sobre todo en la Argentina, son la clase que produce discursos que van flotando. Proust, Beethoven y Borges –al que adoro– son muy importantes, pero el fútbol es marginal. Esta es una canonización típica de las clases que producen los discursos. No puede ser realmente bueno lo que es un contenido de vida del aficionado de Boca. Los intelectuales queremos que la gente de clase baja, humilde, desempleada, sea libre, pero en el fondo pretendemos que sea libre para sentirnos muy bien. Es como una autoafirmación, y decir que un hincha tiene una experiencia estética en la cancha pondría en peligro la imagen del proletario que es muy pobre, y al que yo voy a redimir.
–¿La tradición de la izquierda marxista tiene más dificultades para aceptar que el fútbol es una experiencia estética, al sostener que “el fútbol es el opio de los pueblos”?
–Sí, claro, pero eso viene de una premisa que deberíamos empezar a relativizar. La premisa es que la politización de cualquier cosa es positiva, pero la estetización es negativa. Walter Benjamin decía que la estetización de la política es fascista y la politización del arte es muy importante. Pero yo no sé, no quiero que me digan que escuchar a Mozart, que me encanta, debe tener una función política. Me emociona, me da un sentido corporal inaudito, y a veces hasta se me ponen los ojos húmedos, pero no sé por qué eso tiene que ser político. Y no quiere decir que lopolítico no sea importante, pero no creo que sea lo primordial de nuestras vidas.
–¿Por qué los deportes son vistos como “una conspiración biopolítica” o como un signo de decadencia de las sociedades contemporáneas?
–El problema es que hay una interpretación atrófica del papel del intelectual. La palabra crítica viene del griego antiguo, y se refiere a la capacidad de distinguir cosas buenas y malas, y esto implica que tanto criticar como elogiar es una función crítica. Pero, desde el siglo XIX, la misión autoexplicada y autopostulada del intelectual es que la crítica siempre tiene que ser negativa. Me parece importante que se elogien ciertas cosas, no tanto por el valor ritualístico de elogiar sino para llamar la atención sobre lo bello. Pero para los intelectuales medios –y mediocres–, elogiar está mal visto porque es una actitud afirmativa.
–Y en su caso debe ser más grave aún, porque pone en igualdad de condiciones a Beethoven y a Maradona, por ejemplo, en tanto ambos generan en usted un placer estético...
–Me gusta llevar la contraria (risas), ir a contrapelo, creo que ésa es una de las funciones del intelectual. Lo llamo a eso tener un “pensamiento con riesgo”, no me importa tanto si tengo razón o no. Mi tarea, y se me paga para ello, es desarrollar preguntas, dudas, incertidumbres en vez de dar soluciones. Una cierta agitación intelectual es lo que puede hacer bien, por eso ir a contrapelo no está mal.
Gumbrecht lleva esta idea de ir a contrapelo hasta el extremo de afirmar algo que a más de un alemán le molestaría profundamente. “Lo primero que tengo que decir es que quería que Argentina le ganara Alemania.”
–¿En serio?
–Hinchaba por Argentina, créame... aunque nací en Alemania, hace mucho que no estoy viviendo allá. Además, es un país que no me cae bien, es algo patológico, para tratarlo con mi psicólogo, pero es así (risas). Quería que ganara la Argentina porque juega mejor al fútbol, tiene una dinámica y una belleza que siempre me gustó.
–¿Cómo vivió este Mundial?
–Me ha salido mal porque todos mis equipos preferidos no han tenido éxito. Lo de Brasil fue feo; Argentina tuvo varios partidos buenos, pero Brasil no. Italia es un equipo muy competente, pero a mí no me emociona mucho el fútbol italiano. Lo novedoso de este campeonato es la hinchada que ya no era una hinchada. Hubo un millón y medio de personas en Alemania que no vieron ni un solo partido, que estaban en los centros de las ciudades viendo los partidos en pantallas gigantes. Esto es un multiculturalismo blando de agencia de turismo que, comparado con la malvada barra brava de la Bombonera, diría que me vuelve nostálgico.
–¿Por qué?
–Soy un nostálgico de los fanáticos peligrosos de antaño. Extraño la intensidad de los grandes partidos que está desapareciendo cada vez más.
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