EL CIRCUITO EROTICO-GASTRONOMICO PORTEÑO
Nuevas propuestas donde el despliegue teatral-musical no se encuentra en segundo plano, sino todo lo contrario: es tan protagonista como la comida. Actores y bailarines comentan de qué manera estimulan los sentidos más allá del paladar, con poesía erótica, tango posmoderno y flamenco clásico.
› Por Alina Mazzaferro
“Panza llena, corazón contento”, dice el refrán. Lo cierto es que todo adquiere otro color después de una rica comida, con dessert y buen vino. Será por eso que, tal vez, muchos espectáculos prefieren hoy abandonar la sala teatral –fría, oscura y silenciosa– para adentrarse en un mundo de tenedores, cuchillos y aroma a platos recién horneados, transformando al aperitivo previo a la visita al restaurante en la frutilla del postre. Si bien desde siempre existieron los “shows en vivo” que acompañan a modo de batucada de fondo –a veces hasta molesta o inaudible– las delicias de un buen plato, hoy existen nuevas propuestas donde el despliegue teatral/ musical no se encuentra en segundo plano, sino todo lo contrario: es tan protagonista como la comida. Y más aún, posee una relación tan vital y necesaria con la oferta del menú al punto de concebirse a sí mismo como un espectáculo integral, constituido no sólo por lo que sucede arriba del escenario sino también debajo de él, en la mesa de cada comensal. Luego de un tour gastronómico por los salones nocturnos de Buenos Aires, Página/12 seleccionó tres propuestas de calidad y muy diferentes entre sí, claros ejemplos de esta nueva opción a la hora de buscar qué hacer un sábado por la noche o dónde celebrar una fecha especial: la cena afrodisíaca y el teatro tan poético como sensual y humorístico de Rubor (sexo al oído) que ofrece Te Mataré Ramírez; Tangorama, protagonizado por Mora Godoy y su compañía de tango-danza en Madero Tango, y el show flamenco del bar Soleares, que combina tapas españolas con lo mejor de la fiesta gitana.
Poesía afrodisíaca
Después de pedir unos Esculpidos en gemidos y sudores de entrada, saborear un cordero Impúdico y volcánico me conquistó con palabras obscenas y acabar con Tu lengua peregrina en cada borde de mis comisuras (sí, ésos son los nombres que uno debe pronunciar a la hora de ordenar en Te Mataré Ramírez), llegan ellos. Se trata de Fernanda Caride y Adrián Batista, una pareja de actores –también pareja en la vida real– que con Rubor (sexo al oído) completan el menú con una poesía tan afrodisíaca como la comida. Ambos comenzaron hace tres años recopilando textos eróticos de la literatura universal, desde Osho y su filosofía oriental hasta los occidentales Pietro Aretino, José Sbarra, Reynaldo Sietecase y versiones –con particulares “retoques”, por supuesto– de Quevedo y Shakespeare.
El desafío, para ellos, era crear un espectáculo “que no fuera aburrido o solemne”, por lo cual debieron organizar el material de modo tal que provocara “la salida a la risa, sin llegar a convertirnos en cuentachistes”, según explican los intérpretes y responsables de la puesta. El resultado fue un show “que llama a todo por su nombre”, como ellos anuncian al público antes de dar comienzo a la función. “Era muy difícil y delicado para nosotros meternos con este tema desde un lugar adulto, responsable, e incorporando todos los ingredientes que tiene que tener el sexo”, explica Caride. Sin prurito alguno, ambos llevan adelante un recitado erótico que nada tiene que ver con el teatro convencional que trabaja con “la cuarta pared”. Porque los actores se dirigen expresamente al espectador, a él y a ella en la mesa de enfrente o de al lado, para sumar más calor al que ya trae cada plato. ¿Cuál es la respuesta de los presentes? “Una vez, cuando hacíamos Anoche soñé contigo –recuerda Batista–, un poema de nuestra autoría que yo le digo a una mujer y Fernanda a un hombre, él le grita a su señora ‘escuchá, eso es lo que tenés que hacer vos, estamos casados hace diez años y hace nueve que no lo hacés’. Esas cosas pasan. Nos han llegado a decir hasta que es educativo –se ríe Caride– y yo bromeo que vamos a ir por los colegios con el show. Nos dicen ‘a partir de ahora me voy a animar a hacer tal cosa’ o ‘mirá vos, ¡se podía hablar!’...”.
Caride y Batista están satisfechos con el show que brindan los martes en la sede de Palermo (Paraguay 4062) y los viernes en la localidad bonaerense de San Isidro (Primera Junta 702), siempre a las 22.30. Porque encuentran que han creado, en esta exaltación de los sentidos –que involucra el gusto, la vista, el olfato y la audición de la palabra erótica– “una propuesta integral”. “El comer tiene algo sexual, carnal, primitivo, como sucedía en las orgías antiguas –remata Caride–, y este espectáculo está hecho a medida para este restaurante. Porque la comida ya es parte del espectáculo. Hemos logrado una sociedad entre ambas partes, un encastre perfecto.”
Una velada
a la argentina
Desde el ventanal se observa una de las vistas “más porteñas”: el Río de la Plata, las luces de Puerto Madero y algún barco que se pierde en el horizonte. Delante, está ella, Mora Godoy, una de las divas del tango, lánguida y sensual al mismo tiempo que, abrazada a su partenaire, completa la postal argentina. Godoy preparó Tangorama junto a Gustavo Zajac, el director de la actualmente en cartel Víctor Victoria, que convirtió al teatro El Nacional en un café de los años ‘30, en otro intento por conquistar no sólo la mirada del espectador sino también su paladar. El espectáculo de Madero Tango (que puede verse todos los días a las 22, aunque la Godoy actúa sólo de miércoles a sábados, en el local de Alicia Moreau de Justo y Brasil) recorre los distintos estilos y colores del folklore de Buenos Aires.
El show comienza una hora antes, cuando a cada mesa arriban los platos diseñados por Martiniano Molina, quien dirige la cocina del restaurante. Turistas y argentinos que quieren disfrutar de una noche “bien nacional” pueden pedir desde empanaditas “federales y criollas” y bife de chorizo con papas y chimichurri, hasta preparaciones de las más sofisticadas. Luego, un nuevo foco demanda la atención del público. El ballet de Godoy invade la sala y despliega un show coreográfico, acompañado por la orquesta y un cantante, que va desde el tango más tradicional hasta nuevas versiones aggiornadas y combinadas con malambo y danza moderna. “Hay comidas que no podían faltar, del mismo modo que en el espectáculo no podía faltar ‘La Cumparsita’, ‘Libertango’ o ‘Adiós Nonino’”, dice Godoy. “Son cosas tradicionales que deben estar –sigue– porque son parte de nuestra idiosincrasia y es lo que la gente viene a buscar. Pero lo que yo hago también tiene que ver con la vanguardia.” Godoy encaró la propuesta trabajando el género desde su color musical: “Fue un juego, imaginar qué tango podía ir con el blanco, que es fresco como un valsecito; el azul, nostálgico pero también innovador como el tango electrónico; el negro, denso como “Adiós Nonino”, y el rojo, pasional como “Libertango” y “Roxanne” en la versión de la película Moulin Rouge”. Los mismos colores, los de la pasión y la nostalgia argentina, de los manjares de Molina.
La fiesta flamenca
Hay un lugar en el barrio porteño de Chacarita que funciona como punto de encuentro de los más prestigiosos artistas del flamenco local. Se trata del bar cultural Soleares (Corrientes 5448), que los viernes y sábados a las 22.30 reúne a público y artistas para disfrutar de una verdadera velada gitana, entre tapas de mariscos, pinchos de tortilla, callos a la madrileña y budines de pescado. “Aquí ves a los artistas más cerca, lo que permite una mayor conexión con ellos, a diferencia de la butaca en un teatro”, cuenta Marizul Herrera, una de las dueñas del local y encargada de la contratación de los elencos. “Es mucho mas íntimo –sigue–, se arma un clima muy familiero, la bailaora se sienta en las mesas y convive con la gente. Los artistas invitan a bailar sevillanas y, cuando hay figuras importantes entre los espectadores, se los invita a mostrar una bulería. No existe la distancia entre el escenario y público.”
Al tablao de Soleares suben, rotativamente, ocho de los mejores elencos rioplatenses del flamenco actual, entre ellos los uruguayos de la compañía Duende y Compás, y los jóvenes de Tarrocanelo. Allí están también Claudia Montoya al cante y su niña Fernanda de Córdoba al toque, junto a las bailaoras Agustina García y Delfina Roos, con dirección de Marina Schampier, uno de los más prestigiosos grupos flamencos. “Siempre está el tablao básico, compuesto por el cante, la guitarra y el baile –explica Herrera–, pero también incorporamos piano, percusión, violín y hasta flautas traversas. No sólo les damos cabida a los viejos del flamenco, sino también a los nuevos, para mostrar cómo está evolucionando el género.” Y al final, cuando ya duelen las muñecas de tanto hacerlas girar, los expertos de Soleares recomiendan, a quienes se han contagiado de tanto zapateo, los mejores lugares para ir a estudiar el baile y continuar con la fiesta gitana en casa.
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