TERCERA EDICIóN DEL FESTIVAL ULTRA BUENOS AIRES, EN CIUDAD DEL ROCK
El encuentro colmó las expectativas a partir de una grilla contemporánea, en la que convivieron las nuevas estrellas de la música electrónica masiva y algunos nombres legendarios.
› Por Yumber Vera Rojas
Una vez que puso en marcha su performance, el productor y DJ holandés Hardwell recibió la inesperada visita en el escenario de Tiësto, compatriota y alquimista de las bandejas que ubicó a la tierra de los tulipanes en el centro de la música electrónica. Luego de dejarle encendida esa gran pista de baile en la que se convirtió la Ciudad del Rock (ex Parque de la Ciudad), con un show luminoso, soberbio y hitero, el icono del trance, al mejor estilo de las películas épicas, irrumpió en la actuación de la flamante sensación del dance para advertirle al público que estaba frente el “DJ número uno del mundo”. Con esa Polaroid del maestro rindiéndose a los pies de su pupilo, bien entrada la madrugada del domingo, la tercera edición del Ultra Buenos Aires no sólo cargaba de emotividad al último set del encuentro, sino que confirmaba su éxito. Lo que lo consolida como el nuevo gran festival dedicado al género en el país, derrocando de esta manera la hegemonía local que mantuvo la Creamfields durante más de una década.
Además de su impecable organización, que superó las expectativas de un evento manchado el año pasado por el fallecimiento de dos chicos a causa de la combinación de alcohol y drogas sintéticas, el Ultra Buenos Aires 2014 también brilló a partir de una grilla contemporánea, en la que convivieron las nuevas estrellas de la música electrónica masiva junto a algunos nombres legendarios. Si la segunda fecha del festival, organizada el sábado, la encabezó Tiësto, la de la noche del viernes la comandó Paul van Dyk. Al productor y DJ alemán, quien brindó un show potente, de galope sonoro duro y siempre hacia adelante, le antecedieron los sets de los holandeses Showtek y Nicky Romero, así como los del laboratorio neoyorquino post disco Hercules & Love A-ffair y Steve Aoki. El exponente mayamero de origen japonés, en su tercera visita a Buenos Aires, desplegó su ya tradicional espectáculo en el que reparte tortazos al público, al tiempo que descarga una pirotecnia de electro house de diversos colores e intensidades.
A diferencia de la jornada anterior, en la que los artistas se concentraron en un mismo espacio, el sábado se levantaron tres escenarios más que ampliaron la oferta conceptual. No obstante, a pesar de que uno apuntaba al techno y al house
(Green Velvet, Nicole Moudaber y Monica Kruse despuntaron entre lo más interesante) y otro a propuestas experimentales, la realidad es que las tendencias que mandaban eran la escuela holandesa del trance (bien al palo, por momentos melódica, y apelando a la efectividad de los clímax), así como el actual boom yanqui del EDM (muy pop, festivo al extremo, chillón, y cancionero). Aunque estéticamente son predecibles, ambos géneros son los preferidos por el común denominador de la audiencia: desde el fierita hasta el cheto. Esto estableció una dialéctica en la que los DJs comenzaron a responder a la condescendencia, lo que les permitió hacerse un lugar en el tan estrecho cénit del entretenimiento. La capacidad de la sorpresa en la música orientada a clubes, entonces, se tornó un riesgo artístico al que pocos se atreven.
No obstante, al mismo tiempo que en el escenario principal W&W, otro de los representantes de la Naranja Mecánica del Dance de esta edición del Ultra (cuya convocatoria rondó las 15 mil personas el primer día y las 30 mil el segundo), arengaba al público (lo que pagaron caro seguidamente los australianos Pendulum al salirse del formato), en la noche del sábado, en la carpa más chica del festival, Nicolas Jaar demostró por qué es el enfant terrible de la electrónica. El productor y músico neoyorquino, hijo del artista plástico y realizador chileno Alfredo Jaar, en su debut en el país invocó el minimalismo y la oscuridad del house para proyectar la puesta más radiante y sensacional de la versión criolla del evento creado en Miami en 1999. Lo que quedó de manifiesto el jueves, en la discoteca Crobar, donde el artista de 24 años protagonizó un sideshow en el que desde la elección de “Mi viejo”, clásico de Piero remojado en dub con el que inauguró su set, instauró un puente con los espectadores argentinos en el que dejó en claro quién era el ingeniero.
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