GRISELDA GAMBARO Y UNA CONFERENCIA IMPERDIBLE EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
En su charla del martes, la dramaturga y narradora se mostró escéptica frente al panorama de la escena teatral argentina. Dijo que el teatro no es ajeno al escapismo generalizado en la cultura.
› Por Angel Berlanga
“Inventar lo más posible con lo menos posible”, el título de la conferencia que dio anteayer Griselda Gambaro en la Biblioteca Nacional, bien puede tomarse como una declaración de principios de esta agudísima dramaturga y narradora que, en su exposición, se pronunció contundentemente disgustada con los “hallazgos escénicos”, con la verborragia compulsiva, con el truncamiento de tramas “para que sean modernas o posmodernas”, con el entretenimiento fútil que proponen los desplazamientos de actores en arneses en medio de luces o humo, o con la risa de un gag, elementos que tanto abundan en el teatro argentino actual. Contra la parafernalia, los efectos especiales, los oropeles, la pereza mental del estereotipo de “lo bonito” establecido socialmente, en un panorama en el que, dijo, parece carecer de importancia cómo se dice lo que se quiere decir y está instalado como discurso el “vale todo” para expresar. “Y entonces nos sentimos autorizados al barullo –agregó–, a los hallazgos, a transformar la escena en un recurso más para la figuración mediática.” “En esta época conmocionada el mundo se nos presenta carente de sentido, porque la crueldad y la falta de justicia en los procedimientos lo tornan difícilmente entendible –dijo Gambaro–. Además, tiene un sentido impunemente tergiversado, enagañabobos, que es el que las grandes potencias determinan, y tratan de imponer como legítimo.”
La escritora, autora de las piezas teatrales La malasangre, Dar la vuelta y De profesión maternal (esta última actualmente en el Payró), las novelas Ganarse la muerte y El mar que nos trajo y de los volúmenes de cuentos Lo mejor que se tiene y Los animales salvajes, por citar apenas parte de una obra que ronda los veinticinco libros y también incluye narrativa para chicos y ensayos, enseguida completó su escéptica mirada sobre un panorama vaciado, paradójicamente, a partir del abarrotamiento y el vértigo: “En el plano individual, buscar un sentido a la existencia, indagar las razones de por qué estamos sobre la tierra con alguna felicidad, pero con mucho sufrimiento, y la evidencia de nuestra propia finitud, parece pretensión de débiles que apuntan con un dedo al misterio del universo. No hay religión ni creencia tan firme que sostenga sin angustia estos interrogantes dentro del casi general escapismo de las propuestas mediáticas de nuestro tiempo”.
La conferencia fue el tercer capítulo del ciclo organizado por Sylvia Iparraguirre, “La literatura argentina por escritores argentinos”, que se realiza martes por medio en la Sala Borges de la biblioteca. Tras las exposiciones de Héctor Tizón y Ricardo Piglia en su carácter de narradores, Gambaro abrió el juego hacia la dramaturgia y, en el próximo encuentro del primer día de agosto, Hugo Padeletti hará lo propio hacia la poesía. En el mismo mes también darán sus conferencias Juan Martini y Hebe Uhart, y luego llegarán los turnos de Andrés Rivera, Diana Bellessi, Tununa Mercado, Arturo Carrera, Fogwill y Daniel Veronese. Otros doce autores completarán, en 2007, el resto del ciclo.
Gambaro aseveró que el teatro no es ajeno a ese escapismo generalizado: “Paga el precio de su contemporaneidad y cede muchas veces a la trascendencia. Explora con gusto la cultura de la superficialidad, que es la capa más visible de la cultura dominante”. Aunque aclaró que las tendencias en teatro son muchas y que rechazar algunas no supone desconocer lo destacable de otras, advirtió que la problemática se extiende a una serie de comportamientos: “Son los que tienen que ver no sólo con nuestra idea de teatro –dijo–, sino con la sociedad, la ética, el compromiso con nuestra época, y sobre todo tienen que ver con aquella impugnación a las cosas torcidas que los grandes creadores han llevado como motor consciente o inconsciente de su obra. Una disconformidad radical con el mundo, con los que se nos presenta como fatalidad, statuquo, del mundo. La disconformidad de Arlt, de los hermanos Discépolo, de Tato Pavlovsky”.
En contraste con la parafernalia, entonces, Gambaro se manifestó “profundamente inclinada a lo menos”. “A la mínima materia en oposición a lo más, cuando ese más no es necesario –dijo–. Por supuesto que esa mínima materia debe ser sustanciosa, porque de otro modo el resultado aparece estéril e inflexiblemente aburrido, salvo que uno tenga cierta predisposición al tedio, entendiéndolo como arte”. Enseguida hizo reír al público cuando dijo que eso no significaba adherir “a ese tipo de minimalismo en algunas muestras de arte plástico que hacen caer en éxtasis a los espectadores ante un piolín extendido en el piso, al que le cargan tan indescifrables significados que pueden caber todos, aunque no tenga ninguno”.
Gambaro fue presentada por el escritor Guillermo Saavedra, que tras la conferencia dialogó con ella y transmitió algunas preguntas del público. Con una sabia mezcla de sencillez y contundencia, en sus respuestas la dramaturga destacó el valor testimonial y de resistencia de Teatro Abierto –“aunque no innovó”, dijo–, comentó que nunca vio creaciones colectivas de improvisación que la impresionaran –“aunque yo, como autora, soy parte interesada”, aclaró– y reclamó espectadores exigentes, que no se conformen, que desconfíen de gustos y sensaciones confortables: “Si tenemos un público complaciente –dijo–, aumentan nuestra soberbia y las concesiones a nosotros mismos”.
En el áspero panorama que trazó Gambaro tampoco se salvó la crítica periodística –por urgencias, faltas de profundidad y de espacio para desarrollo– ni la ensayística teatral, a la que le cuestionó el abuso de un lenguaje enmarañado que dificulta la llegada al lector. Luego aseveró que, salvo contadas excepciones, al igual que la televisión, el teatro está contaminado por la bobería: “Deberíamos tener la capacidad de elegir qué contaminaciones nos enriquecen en cuanto a cruce de culturas y mestizaje, y cuáles nos deterioran y envilecen nuestro trabajo en cuanto concesiones al éxito y a la frivolidad”. “No es tarea fácil despojarnos de lo accesorio en un sistema donde el estado de necesidad de las mayorías se soslaya ante la indiferencia y el despilfarro de unas minorías privilegiadas –concluyó–. Si el teatro no es un espacio sagrado, riguroso, verdadero en su artificio, se vuelve cómplice de ese sistema. Inventar lo más posible con lo menos posible no es sólo una intención teatral, es también social y política”.
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