Miércoles, 23 de abril de 2014 | Hoy
OPINIóN
Por Rodolfo Alonso *
La única fecha cierta, documentada, es la de su bautismo, el 26 de abril de 1564. Hay quienes la prefieren ubicar tres días antes, para forzarla quizás a coincidir con la de su muerte, un 23 de abril pero de 1616. Por su lado, la tradición afirma que en aquellos tiempos se acostumbraba bautizar a los niños dentro de la semana posterior a haberlos dado a luz. Podemos por lo tanto estar seguros de que en la última semana de abril de 2014 se conmemorarán 450 años de la entrada en el mundo del más ilustre poeta de la lengua inglesa, el bardo, el indeleble y justicieramente universal Cisne de Avon.
“Hay hombres que son océanos”, dijo de él Victor Hugo. ¿Qué más puede hoy decir uno, ya, de William Shakespeare? Una sola de sus muchas obras de teatro hubiera sido más que suficiente para otorgarle la inmortalidad que puede caber en el corazón de los hombres. (Y, lo que es tantas veces más difícil, para justificarla.)
Pero no sólo derramó su talento, su sensibilidad y su devoción por la belleza, siempre crispada por lo esencialmente humano, en decenas de tragedias y aun comedias que siguen vivas siglo tras siglo sobre los escenarios del mundo entero (el mismo globo es su escenario, como lo fue en vida su Teatro del Globo, milagrosamente reconstruido a orillas del Támesis), sino que también nos dejó sus Sonetos.
Esos providenciales textos-océano de misterioso origen, de aventurada vida –tan unida a la suya propia, a su propia existencia—, que se salvaron milagrosamente de más de una airada tentativa de destruirlos y que nos permiten conocer aún ahora, más que nada, como nadie, el encendido corazón mismo del hombre que seguimos llamando Willian Shakespeare, del gran poeta encarnado en su lengua libre, fértil y rica.
Un soneto de Shakespeare
Avido Tiempo, mella las garras del león.
Y haz que la tierra trague su propia dulce cría;
Arranca agudos dientes de las fauces del tigre
Feroz, e incendia al fénix longevo en su sangre;
Que sea la época alegre o triste mientras fluyes,
Y haz todo lo que quieras, Tiempo de pies ligeros,
Al vasto mundo y a sus dulzuras que marchitan;
Pero yo te prohíbo el crimen más horrible:
¡Oh! que tus horas no ajen la clara frente amada
Ni traces allí líneas con tu antigua pluma;
A ella en tu curso intacta llegar a ser concédele
Modelo de belleza para hombres del futuro.
Viejo Tiempo, encarnízate: a pesar de tu agravio
En mis versos por siempre mi amor vivirá joven.
(Versión de Rodolfo Alonso)
* Poeta, traductor, ensayista.
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