Dom 15.02.2015
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BERLINALE OSO DE ORO PARA TAXI, DEL GRAN DIRECTOR IRANí JAFAR PANAHI

Una carta de amor al cine sin censuras

Prohibido en su propio país, donde estuvo detenido y filma sin permiso oficial, el director de Offside no pudo viajar a la Berlinale, pero su nueva, excelente película ganó el premio mayor del festival. Gran desempeño del cine latinoamericano.

› Por Luciano Monteagudo

Página/12 En Alemania

Desde Berlín

No pudo estar presente, porque tiene prohibido salir de su país, e incluso filmar dentro de sus fronteras, pero anoche en el Festival de Berlín el gran director iraní Jafar Panahi ganó el Oso de Oro a la mejor película por su flamante realización titulada Taxi. De ningún modo debe entenderse este reconocimiento como un premio consuelo a un cineasta censurado. Todo lo contrario. Se trata de un gran film por derecho propio. Y tal como lo expresó el presidente del jurado, el director estadounidense Darren Aronofsky, cuando anunció el premio, lo que recibió la Berlinale de parte de Panahi fue “una carta de amor al cine, una prueba de que aun en las situaciones más adversas el cine no tiene límites”.

Igualmente, este Oso de Oro de la Berlinale –donde Panahi ya había ganado el Gran Premio del Jurado por su película Offside (2006)– no deja de ser un tremendo recordatorio de las restricciones que sufre Panahi desde 2009, cuando fue detenido por el régimen iraní por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”, que no fue otra cosa que manifestarse públicamente en contra del gobierno de turno. El 20 de diciembre de 2010, Panahi fue condenado a seis años de cárcel y veinte de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas. Un año después, sin embargo, y haciendo uso de su arresto domiciliario, hizo Esto no es un film, una obra maestra rodada íntegramente dentro de su propia casa, un procedimiento que luego reiteró en Cortina cerrada (2013). Ambos films lograron viajar a festivales internacionales, pero no Panahi, que tanto en Cannes como aquí en Berlín más de una vez fue representado por una silla vacía con su nombre. Ahora, el Oso de Oro por Taxi lo recibió arriba del escenario una niña iraní de no más de diez años que en el film tiene una escena crucial, cuando de su cuaderno de apuntes de colegio lee todas las restricciones que se deben aplicar cuando se rueda una película en Irán.

La niña es uno de los tantos pasajeros del taxi que conduce el propio Panahi, en un juego que nuevamente pone en funcionamiento una de las constantes de su obra previa: diluir los límites entre el documental y la ficción. Claramente, el film está guionado y nadie sube azarosamente al taxi de Panahi, apenas oculto por una gorra. Pero una vez allí dentro (de donde la cámara nunca sale) los personajes tienen tanta verdad como si no lo fueran, como si hubieran brotado espontáneamente de las calles de Teherán. A diferencia de sus dos films anteriores realizados en la clandestinidad, que tenían un tono ciertamente grave, a pesar del humor sutil que tiene siempre el cine de Panahi, Taxi en cambio es una película más ligera y abierta, donde ya no se siente el efecto claustrofóbico de los títulos precedentes. Se trata de un pequeño gran fresco, una suerte de “comedia humana” a la manera de Balzac, donde no dejan de colarse apuntes muy reveladores sobre la discriminación hacia la mujer, la pena de muerte, la censura, la represión y las consecuencias de la sharia o ley islámica.

Al margen del Oso de Oro a Panahi, esta Berlinale tuvo un fuerte acento latinoamericano en todas sus secciones, que también se vio reflejado en la premiación de la competencia oficial. El Oso de Plata Gran Premio del Jurado (el segundo en importancia) fue para El club, la nueva película del chileno Pablo Larraín, sin duda el director más exitoso de su país, gracias a Tony Manero, Post Mortem y No, muy celebradas en otros festivales internacionales. El “club” al que alude irónicamente el título es una discretísima casa en una localidad apartada donde vive un pequeño grupo de sacerdotes a quienes la Iglesia Católica chilena decidió esconder por sus “pecados”, entre los que no faltan la pedofilia, los abusos sexuales y la colaboración con el régimen militar. La rara armonía de esa casa de retiro, que tiene muy poco de espiritual, se verá alterada cuando se produzca un suicidio y llegue un joven representante de una jerarquía eclesiástica supuestamente nueva, con intenciones de cerrar el “club”.

La delegación chilena festejó por partida doble porque Patricio Guzmán se llevó el premio al mejor guión por su documental El botón de nácar, que traza un paralelo entre el exterminio de las poblaciones originarias de los mares del sur de Chile y los detenidos-desaparecidos que fueron arrojados al océano por los vuelos de la muerte de la dictadura pinochetista. Y para coronar la noche latinoamericana, Ixcanul, ópera prima del director guatemalteco Jayro Bustamante, ganó el Premio Alfred Bauer, que se otorga a los films más innovativos y prometedores.

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