JAIME ROOS ARMó UNA NUEVA FIESTA POPULAR EN LA CIUDAD CULTURAL KONEX
El cantautor uruguayo apeló a un repertorio que, aun conocido, siempre reactiva la magia. Y, al frente de una banda impecable, dejó espacio para algunas perlas escondidas de su historia.
› Por Cristian Vitale
La palabra “clásico” puede resultar en una infinidad de connotaciones en el campo musical. Por tomar algunas, clásico podría ser el trillado y cómodo repertorio que puebla el setlist de Aspen, la 100 o Disney. O el combo DJ-fiesta de quince, ágape ejecutivo, o casamiento de vinchas con corbatas. Muy lejos de ahí, el otro lado del péndulo provendría de aplicar la sabia costumbre de volver sobre gemas de Led Zeppelin, Beatles, Pescado Rabioso, Osvaldo Pugliese, Bob Dylan o Eduardo Falú. O tocar, ya en aguas netamente populares, esas canciones que saben muchos. Que les gustan a todos. Algo que a su vez podría traducirse, en este caso puntual, como “la gran Vitale-Baglietto”, con el sentido positivo que el dúo le dio a un disco cuyo título va de suyo (Más de lo mismo). O, más puntual y específicamente aún, como “la gran Jaime Roos”, con sólo volver hacia el oriente el timón del Eladia Isabel. La gran Jaime, sí. Y va la primera precisión porque, claro, siempre hay más tinta que espacio: cuando su popularidad aquí estaba en ciernes, pero ya se estaba convirtiendo en el primus inter pares de la música popular de su país, el hombre del bigote a la Sgt. Pepper sacó un disco con fuerte olor a clásico. Y lo llamó Concierto Aniversario.
Ese disco, publicado dieciocho años atrás, tenía su explicación intrínseca en los veinte años clavados que habían transcurrido entre la edición de su primer disco Candombe del 31 y ese momento. Veinte años signados por once discos clave y datos aledaños como un segundo disco (Para espantar el sueño) grabado ¡en Normandía!, seis años de anclaje en Amsterdam, que dieron lugar a varios de sus clásicos nostálgicos (“Durazno y Convención”, “Colombina”), el boom de los candombailes post dictadura que lo tuvieron como protagonista al regreso; el tándem de oro con otro gigante del pago –Canario Luna– que impregnó el imaginario musical de muchas gentes del país celeste –basta mencionar “Brindis por Pierrot”–; algún Obras lleno y ese Concierto Aniversario grabado en el Teatro Solís de Montevideo, que no ahorraba en nombres (los Ibarburu y Hugo Fattoruso, por mencionar algunos), y mucho menos en clásicos: “Si me voy antes que vos”, “El hombre de la calle”, “Los futuros murguistas”, “Cometa de la farola”, “Piropo”, “Durazno y Convención”, entre ellos.
Pasaron dieciocho años de tal hito y las canciones que Jaime sigue presentando en su actual espectáculo –causal y casualmente llamado Clásicos– es casi un calco de aquel, más algunos que no entraron en su oportunidad, como la bellísima “Colombina”, “La hermana de la coneja”, “La despedida del gran Tuleque” o “Adiós Juventud”. Y es lo que ocurre cada vez que cruza el río con su troupe para tocar en el lugar porteño que más le gusta: el patio sin techo de la Ciudad Cultural Konex, cada vez que está cerrando su intensa y variopinta temporada estival. El sábado no le escatimó un centavo a su estrategia popular. En una noche que espantó el sueño y las nubes grises de la tarde, el cantautor más creativo y estéticamente inclusivo del Uruguay no sorprendió, pero sí logró seducir una vez más a costa de clásicos, buenas músicas y músicos, y sonrisas dibujadas como nexo entre emisores y receptores, en pleno trance. Agite, sudor, carnaval, baile y tribuna. Y qué mejor que reavivar, resignificar, reconstituir gemas populares del siglo pasado, agregarle perlas (“Amor profundo”, “De la canilla” o “Al Pepe Sasía”, en homenaje al goleador de la celeste) y hacerlo junto a una banda rocanmurguera y camdombera que conoce al detalle sus giros, decires y detalles.
Si ese repertorio es la regla, también sucede el hechizo cuando aparece la excepción. Cuando el Roos de la gente se convierte en el Roos exigente y en vez de echar mano a sus lados A, toma una curva y refleja la otra cara de su moneda. La del maravilloso Hermano te estoy hablando, que deleitó a propios y extraños cuando lo reprodujo en la Trastienda de 2009, o la presentación de Contraseña o, más allá en el tiempo, la notable obra que concibió junto a la pluma vivencial del militante tupamaro Mauricio Rosencof (La Margarita). Pero, claro, el hombre no es un tipo de veleidades y, desde ese lugar, le aporta a la palabra clásico una de sus connotaciones positivas. Costumbre que muchas veces, desgraciadamente, son excepción más que regla.
Músicos: Jaime Roos (guitarras y voz), Guzmán Mendaro (guitarras), Gustavo Montemurro (teclados y acordeón), Gerardo Alonso (bajo), Walter “Nego” Haedo (percusión), Nicolás Ibarburu (guitarra), Martín Ibarburu (batería), Maximiliano Pérez, Edén Iturrioz, Maximiliano Méndez, Gastón Amuedo, Pedro Takorian y Nico Grandal (coros de murga).
Público: 2200.
Duración: 125 minutos.
Centro Cultural Konex, sábado 14.
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