VIDA SEXUAL DE LAS PLANTAS Y EL APóSTATA EN SAN SEBASTIáN
El segundo opus del chileno Sebastián Brahm debutó mundialmente en la sección Nuev@s Director@s y se exhibió el film del uruguayo Federico Veiroj, filmado en España y con elenco de ese país. También se vio El rey de La Habana, del experimentado Agustí Villaronga.
› Por Diego Brodersen
Desde San Sebastián
Llegaron las lluvias a San Sebastián y con ellas la avanzada latina en las diferentes secciones competitivas. Más allá de Horizontes Latinos que, como su nombre lo indica, está conformada íntegramente por películas de esa región, otros títulos latinoamericanos participaron tanto de la Sección Oficial como de la segunda en relevancia, Nuev@s Director@s. La chilena Vida sexual de las plantas debutó mundialmente en este último programa, mientras que la hispano-uruguaya El apóstata –que ya había tenido algunas proyecciones en el recientemente clausurado Festival de Toronto– fue exhibida por primera vez en las salas donostiarras. El segundo largometraje de Sebastián Brahm luego de El circuito de Román tiene como protagonista a una joven paisajista –una de las referencias botánicas que recubren de lógica su título– cuyo novio comienza a sufrir problemas neurológicos luego de una fuerte caída. Que ese golpe en la cabeza fuera indirectamente consecuencia de la búsqueda de una flor salvaje en lo alto de un peñasco –ingeniosa resignificación del galanteo romántico de antaño– no hace más que complicar la relación entre ambos, y sus posibilidades de casarse y formar una familia.
Sin abandonar en ningún momento el punto de vista de la treintañera, Vida... reflexiona, con un tono medido y realista, acerca de las consecuencias que un evento inesperado puede tener sobre los planes a futuro, desde una mirada femenina que ilumina varias zonas del funcionamiento de la sociedad chilena, en lo que a la relación entre hombre y mujeres atañe. En particular, luego de que el planteo de abandonar esos proyectos y decidirse por iniciar una nueva relación de pareja comienza a tomar forma. El sexo importa y mucho en la trama, y Brahm descubre entre las sábanas, pero también en las visitas a la ginecóloga o en las charlas con una amiga, que el acto sexual y una de sus consecuencias biológicas –una posible preñez– puede ser un acto liberador pero también una fuerte áncora personal, más cerca de la imposición cultural que de una posible elección íntima. La notable actuación central de Francisca Lewin aporta sutileza y ambigüedad en un film que podría haber desbarrancado fácilmente en el retrato obvio.
Con El apóstata, el uruguayo Federico Veiroj, director de Acné y La vida útil, cambia de geografía: la película fue rodada en Madrid con un electo eminentemente español. Film misterioso a pesar de su aparente nitidez narrativa, su protagonista es un joven que también anda por los inicios de la treintena; algo abúlico, su única misión parece ser abandonar el regazo del Catolicismo Apostólico Romano, al cual pertenece desde su bautismo. Para ello iniciará una campaña que se revelará compleja y burocrática, mientras la cámara lo acompaña en otras actividades cotidianas: las citas con una prima, con la cual mantiene una relación amorosa que se remonta a sus respectivas infancias; los encuentros con el pequeño hijo de una vecina, al cual ayuda con sus tareas escolares; su negación casi metafísica a terminar los postergados estudios universitarios de filosofía. Nunca se explicita, pero el mundo de El apóstata parece transcurrir en un pasado reciente en el cual los teléfonos celulares no eran ubicuos e indispensables, y los diccionarios de papel y tinta todavía cumplían un rol fundamental en la vida de los seres humanos.
Difícil dar cuenta en tan poco espacio de las ideas que circulan en los ochenta minutos de metraje, pero si el tema parece grave e incluso algo pretencioso, el film destruye cualquier prejuicio al respecto con un tono absolutamente ligero pero no por ello menos profundo. En algún momento, El apóstata parece ingresar en territorio buñuelesco, en particular luego de que una visita a la universidad se trasforma súbitamente en un cuadro surrealista donde el cuerpo en toda su desnudez se evidencia como centro del universo: carne, espíritu e intelecto. La película tampoco carece de humor, y sus dardos contra la estructura eclesiástica y el ritualismo muchas veces alejado del dogma lo transforman en un film bastante cáustico –al menos en los países católicos–, en una época que parece haber recuperado cierta pasión por el Vaticano y sus vericuetos, y ha transformado al Papa en una suerte de rock star internacional.
Con capitales españoles y de la República Dominicana, y filmado en este último país (las autoridades del gobierno de Raúl Castro denegaron varias veces los solicitudes para rodar en las calles de la capital cubana), El rey de La Habana, nuevo opus del experimentado Agustí Villaronga, está basado en la novela homónima de Pedro Juan Huideras. Es la historia de un adolescente y su vida al límite en la Cuba de los años 90, durante el Período Especial luego de la caída del comunismo soviético. No por nada el libro fue catalogado como realismo sucio y Villaronga –quien supo presentar en este mismo festival, pero en 1986, la increíble Tras el cristal– incluye unas buenas dosis de franqueza sexual y violencia tras un arranque poco menos que espectacular.
La relación del joven Rey (dotado por la naturaleza con un miembro viril de tamaño fuera de lo común) con su pareja, una prostituta y vendedora callejera, y una )i, que también recorre las calles en busca de clientes da pie a una descripción descarnada de la marginalidad en los barrios más castigados por la pobreza. El film posee un sentido del humor satírico típicamente cubano, que nunca termina de suavizar la exposición de las condiciones de vida de los personajes pero logra que se vea, al menos hasta los últimos tramos, con una sonrisa triste. El realizador reserva para los últimos veinte minutos una catarata de imágenes y sonidos que transforman al film en un paquete XXL de miseria y violencia empeñado en shockear al espectador sin ninguna clase de anestesia: mutilaciones, muertes violentas, basura e incluso un terrible temporal reencarnan alegóricamente y hacen descender a El rey de La Habana a los infiernos del miserabilismo.
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