LITERATURA ELEANOR CATTON ES UNA DE LAS INVITADAS DEL VII FESTIVAL INTERNACIONAL DE LITERATURA
Las más de ochocientas páginas de su segunda novela, Las luminarias, le valieron a la escritora neocelandesa el prestigioso Man Booker Prize 2013. “Mientras escribía, pensaba cómo comunicar las preguntas que me hacía a mí misma”, asegura.
› Por Silvina Friera
“Un secreto merece otro secreto, y un relato merece otro relato.” La joven promesa de la literatura neocelandesa, de enigma en enigma, de misterio en misterio, despliega una extraordinaria galaxia narrativa –homologable a ese ensamblaje de estrellas, nubes de gas, planetas, polvo cósmico, materia oscura y energía unidos gravitatoriamente– en una novela de más ochocientas páginas ambientada en Hokitika (Nueva Zelanda), en enero de 1866, en pleno auge de la fiebre del oro. Del repiqueteo inicial de la lluvia, el arresto de la prostituta Anna Wetherell y la llegada del forastero Walter Moody -–un escocés que ha estudiado Derecho, aunque todavía no es abogado–, un fugitivo que busca hacerse rico en un abrir y cerrar de ojos, los lectores asistirán a un conciliábulo en el que doce hombres como el bancario Charlie Frost, el hotelero Edgar Clinch, el magnate Dick Mannering y el capellán Cowell Devlin, por mencionar apenas un par entre una veintena de personajes, tienen una conexión compleja con un crimen. Eleanor Catton, autora de Las luminarias (Siruela), novela ganadora del Man Booker Prize 2013, se convirtió en la escritora más joven en obtener el prestigioso galardón. Tenía entonces 28 años. Por estos días, la escritora llegó a Buenos Aires por primera vez para participar del VII Festival Internacional de Literatura (Filba), que se inauguró ayer en el Malba y que se extenderá hasta el próximo domingo (ver aparte).
Catton celebra hoy su cumpleaños. “No podría haber imaginado mejor manera de empezar los 30 años”, confiesa la escritora en la entrevista con Página/12. “Anoche fuimos a un show de tango y tomamos una clase. El tango es una danza maravillosa, un poco sexy, emocional y triste al mismo tiempo.”
Catton nació en Ontario (Canadá) en 1985. A los 6 años se trasladó con su familia a Nueva Zelanda, la tierra natal de su padre, un doctor en filosofía que le transmitió un interés especial por el universo. Tenía 22 años cuando escribió su primera novela, El ensayo general (Siruela), publicada en 2012. La serenidad de tener su ego a raya le confiere un aplomo especial a esta narradora neocelandesa que dedicó su segunda novela, la descomunal Las luminarias, a sus padres. “Mi padre tenía un telescopio y cuando yo era chica mirábamos juntos las estrellas”, cuenta Catton con una mirada celestial, a la par que desliza las manos sobre sus muslos, como si necesitara acariciar el recuerdo de esas noches de su infancia neozelandesa en Christchurch. Muchas lecturas fueron fundamentales para la escritora, empezando por Moby Dick, de Herman Melville, y Los hermanos Karamázov, de Fiodor Dostoievski. El listado se completa con autores como Henry James, George Eliot, Charles Dickens, Gustave Flaubert, Leon Tolstoi y varios escritores de novelas policiales del siglo XX, como Patricia Highsmith, Graham Greene, Dashiell Hammett y Agatha Christie.
–La primera parte de Las luminarias se llama “Una esfera dentro de otra esfera”. ¿Las novelas que prefiere escribir son de este tipo: una esfera dentro de otra esfera?
–Lo que me gustó de esa idea es la visualización de una estructura para una historia: una narrativa pequeña contenida dentro de una narrativa más grande. Pero también tenía presente la idea de la Tierra contenida dentro de la esfera celestial. Como Las luminarias es una historia de misterio, me interesaba que se pudiera ver una esfera contenida dentro de otra. Las historias que leemos ahora están mucho más centradas en el individuo que en la sociedad. Hay cuestiones que tienen que ver con la fe, pero es una fe que tiende a ser individual, no algo que unifica. Esto pensaba cuando estaba escribiendo la novela y cómo comunicar las preguntas que me hacía a mí misma.
–En la novela tiene mucha importancia los signos del zodíaco y las estrellas. ¿Cómo llegó a la arquitectura que despliega Las luminarias?
–Una de mis primeras lecturas fue el psicoanalista Carl Jung, antes de leerlo no me había dado cuenta de cuán psicológica es la astrología y eso hizo que me dieran ganas de aprender más. Descubrí un programa de computación que te permite saber cómo estaba el cielo y las estrellas en cualquier fecha. Lo que hice fue poner la fecha precisa para ver qué estaba pasando con el cielo en el momento de la fiebre del oro en Nueva Zelanda. Antes de empezar la investigación para escribir la novela no me había interesado jamás en la astrología. Lo que me llamó la atención es cuán musicales son los patrones de las estrellas. En música, las octavas tienen doce semitonos, pero siete tonos. Este patrón de siete y doce es muy parecido a la astrología. Así como la música tiene acordes bajos y altos, la astrología también.
–Qué bello descubrimiento el hecho de que las estrellas tengan su propia “música”, ¿no?
–Sí, claro. Estamos acostumbrados a pensar que la astrología es algo muy tonto que aparece en los diarios y en Internet. Nos olvidamos la influencia que han tenido las estrellas hasta incluso en el experimento de la electricidad. Lo que nos separa de otros momentos de la historia de la humanidad es que ya casi no podemos ver el cielo. En Nueva Zelanda es increíble salir al campo y ver las estrellas; te hace sentir vértigo.
–Ante esa inmensidad...
–Sí, ver las estrellas te hace pensar en el destino, en cómo encajo yo aquí... (risas).
–Uno de los personajes define como “alquimia inversa” eso de buscar oro. ¿Por qué el interés por el período de la fiebre del oro?
–Me crié en Christchurch, en la costa Este de Nueva Zelanda. La fiebre del oro es un gran mito en la historia de un país que ha sufrido varias guerras, pero que todas sucedieron en la isla del Norte. La fiebre del oro, que está muy conectada con el descubrimiento de la isla, es un período que siempre estuvo en mi imaginación. Si uno va caminando por la costa Oeste, ve minas abandonadas y las herramientas que se utilizaban oxidadas y atrapadas por la naturaleza. Otra manera de contestar tu pregunta es que yo también quería escribir una novela de aventuras. De un momento para otro la vida podía cambiar durante la fiebre del oro. Eso que parece tan dramático es buen escenario para contar una historia. Hay pocas cosas escritas sobre la época. Probablemente Katherine Mansfield es la primera novelista neocelandesa conocida. En nuestro país no hay una tradición de literatura del siglo XIX. Nuestra literatura empieza con el modernismo. Para mí era muy divertido volver en el tiempo para inventar una novela del siglo XIX.
–“Todo el mundo es de otro lugar”, dice uno de los personajes y agrega que este es el meollo de la cuestión. ¿Qué importancia tiene este tema? ¿Está generalizada esa sensación en Nueva Zelanda de que todos son de otros lados?
–Sí, creo que sí. Como muchas personas vienen de otros lugares, la sensación de identidad es muy frágil. Durante buena parte del siglo XX los neocelandeses se referían a Inglaterra como “mi tierra natal”, aunque no eran de ahí. Incluso ahora muchos neocelandeses de 18 o 19 años viajan a Londres. Hay una sensación de que la conexión colonial es de mucho afecto. Uno de los aspectos que llama la atención de la fiebre del oro es la poca gente que se quedó en Nueva Zelanda, a diferencia de Australia o California. Hubo una especie de multiculturalismo muy breve que después desapareció.
–¿Siente que su identidad es frágil como escritora neocelandesa?
–No creo que tenga una nacionalidad como escritora. Tiene mucha más influencia mi vida como lectora que mi vida en la vida real. Cuando venís de un país pequeño, es difícil lidiar con el aspecto “turístico” de ser una escritora neocelandesa más o menos reconocida. Eso resulta incómodo porque la relación que uno tiene con su propia cultura a veces es complicada.
–¿Hubo un momento en que se dio cuenta de que su destino era ser escritora?
–Nunca quise otra cosa más que ser escritora. Mi mamá era bibliotecaria y siempre en mi casa hubo libros. Nunca me siento tan plena como cuando estoy escribiendo.
–La escritura no es una tortura para usted, ¿no?
–Un poquito sí... a veces (risas). Confieso que me gusta sentir la dificultad, escribo muy lento, paso mucho tiempo rebanándome los sesos. Pero nunca sentí nada más divertido que estar dentro de una oración o de un párrafo.
–Sin revelar el final, se puede decir que la última palabra de la novela es “lluvia”. ¿Fue difícil encontrar ese final? ¿En qué momento sabe o intuye que una novela ha terminado?
–Desde el principio sabía cómo iba a terminar la novela, siempre supe que iba a concluir en esa escena privada entre dos personajes, justo un momento después de que se devele el misterio. La razón por la cual quería que la novela terminara con la palabra “lluvia” es porque también es la última palabra del primer párrafo de la novela, como una esfera dentro de una esfera, una lluvia dentro de otra lluvia. Una historia de misterio abre muchas preguntas. Mientras escribía, tenía una lista de preguntas y a medida que las iba contestando, las tachaba. Cuando terminé mi primera novela, estaba lista para continuar y volver a escribir. Como entonces era una principiante, la curva de aprendizaje era muy empinada. Pero Las luminarias se quedó conmigo por mucho tiempo. Hace más de dos años y medio que terminé de escribir el manuscrito de esa novela y todavía me siento muy apegada, una sensación distinta a la que tuve con mi primera novela. No sé por qué, pero quizá hay más de mí en esta novela.
–¿Cómo se escribe después de Las luminarias? ¿Siente el peso de la expectativa que generó por haber ganado un premio prestigioso tan joven?
–Me voy a tomar mi tiempo, no quiero correr ni escribir a las apuradas. No me parece una buena idea. Por mi propia salud mental, voy a tomar un camino muy diferente; es importante moverme hacia un territorio nuevo como escritora, estar siempre aprendiendo. Creo que quiero escribir sobre algo mucho más contemporáneo. En la vida de un escritor, la confianza es difícil: si no tenés mucha confianza, podés ir por el mal camino. Y si tenés demasiada confianza, también vas mal. Un premio es solo un premio. Un premio es una cuestión de suerte que depende de quiénes son los jurados y de quiénes estaban publicando ese año. No hay que pensar al escritor unido al premio porque el premio es para el libro, no para el escritor. En este momento no estoy escribiendo nada. Soy una escritora muy peculiar: solamente escribo cuando me siento a escribir algo. Ahora solamente estoy leyendo
–¿Qué es el misterio? ¿Cómo lo definiría?
–Los misterios tienen que ver con imposibilidades. Si descubrís que alguien murió, que la puerta está trabada desde adentro y tiene un puñal clavado en la espalda, es un misterio porque parece imposible. Queremos saber qué pasó para que sucediera eso. Cuando uno escribe una novela que tiene misterio, hay que pensar en distintas posibilidades. La imposibilidad más simple es la desaparición porque sabemos que en el mundo real las personas no desaparecen así como así. Cuando alguien desaparece en una historia, sabemos que hay un misterio. Una influencia muy grande fue La materia oscura, la trilogía del escritor Philip Pullman, ambientada en Londres en el siglo XIX. Lo que me encanta de Pullman es que siempre empieza sus novelas con una desaparición. Hay dos maneras de leer Las luminarias una vez que llegás al final y yo quería conservar esa ambigüedad. Si creés en la astrología, la leés de una manera. Si creés en los misterios, la leés de otra.
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