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Lunes, 2 de noviembre de 2015

LA COMPETENCIA ARGENTINA TUVO UN SóLIDO COMIENZO EN LA MUESTRA MARPLATENSE

Razones para un arranque prometedor

El arrullo de la araña, de José Celestino Campusano; El movimiento, de Benjamín Naishtat, y Un tango más, de Germán Kral, les pusieron atención a las jornadas iniciales del encuentro costero. La expectativa por Kryptonita, de Nicanor Loreti, reventó la sala y dejó gente afuera.

 Por Ezequiel Boetti

Desde Mar del Plata

Afuera, el sol batalla por entibiar un invierno poco dispuesto a irse. En las salas, en cambio, la temperatura aumenta desde el viernes gracias al inicio de las proyecciones del 30 Festival de Mar del Plata. Vaya uno a saber si se trató de una decisión de programación o una simple casualidad, pero en las dos primeras jornadas de la Competencia Argentina se vieron varias de las películas más esperadas de este apartado y, por qué no, de todo el certamen. Se trató de El arrullo de la araña, del cada vez más prolífico José Celestino Campusano; El movimiento, segundo film de Benjamín Naishtat después de la galardonada Historia del miedo, y Kryptonita, adaptación del libro homónimo de Leonardo Oyola a cargo de Nicanor Loreti. La función de prensa del opus dos del realizador de Diablo se convirtió en el evento más caótico de los últimos años debido a la sobreventa de entradas en una sala pequeñísima, de apenas 120 butacas. ¿El resultado? Unas cuantas decenas de espectadores y acreditados, este cronista incluido, afuera. Un tango más, de Germán Kral, completó el combo nacional del fin de semana.

Es toda una señal que la primera exhibición de esta Competencia haya sido El arrullo de la araña. Al fin y al cabo, Campusano había lanzado casi todas sus películas aquí, hasta que en abril rompió la rutina mostrando Placer y martirio en el Bafici. El lanzamiento porteño no fue síntoma de una ruptura ni mucho menos; más bien la consecuencia directa del ritmo creativo de un realizador que en los últimos doce meses filmó la friolera de tres películas. Y con ese volumen de producción no hay evento anual que alcance. El regreso fue por partida doble, ya que al de Campusano a Mar del Plata se le sumó el de su cine al conurbano bonaerense después de esa excursión por los usos y costumbres de las clases más altas y acomodadas del film anterior. El problema, al menos para los amantes de su cine bruto, es que volvió distinto, menos sucio y vigoroso, más pulcro y mesurado.

Sus habituales hombres y mujeres al borde de la ley –casi siempre de aquel lado, no de éste– son reemplazados por otros de clase media-baja laburante. Rodada en una única locación y con un tema poco trajinado por el cine argentino como es el mundo laboral, El arrullo... es el film más pequeño de la carrera del realizador, casi una pieza de cámara centrada en la dinámica entre tres empleados de una ferretería y su patrón. Campusano es democrático con ellos y a todos les dispensa un trato similar utilizándolos como medio para sentar opiniones sobre el tema, abriendo así una línea inédita dentro de su filmografía. Hasta ahora todos sus trabajos, incluso la fallida El Perro Molina y la discutida Placer y martirio, se construían sobre coordenadas reales para, a través de la ficción, dar cuenta de las distintas problemáticas de un determinado sector social. Problemáticas que eran consecuencia del relato y no al revés. Aquí, en cambio, hay una bajada de línea demasiado evidente que condiciona el arco dramático, alejando a su cine de la materialidad habitual para convertirlo en otro de ideas.

Lejos de lo que su título haría suponer, Un tango más no es un documental sobre tango. O sí, pero no su centro. Es, más bien, el canal a través del cual se constituyó, explotó, volvió a construirse y volvió a explotar la historia de amores contrariados, de pasiones furtivas y absolutas vivida durante más de 60 años por Juan Carlos Copes y María Nieves. Considerada una de las mejores parejas de bailarines de la historia, la dupla se conoció a fines de los 40 en una milonga cuando ella tenía 14 y él 17. Hablaron, se gustaron y empezaron una relación profesional y laboral. La primera fue extraordinaria; la segunda, no. El film de Germán Kral los tiene a ambos recordando su historia ante una pareja de bailarines más jóvenes que recrearán las distintas situaciones a través de una serie de micro ficciones deliberadamente artificiosas, bellas y visualmente potentes que remiten a Pina, de Wim Wenders, no casualmente aquí productor ejecutivo. El relato irá desplazándose de las pistas para ocuparse de las personas detrás de los bailarines. El grado de intimidad conseguido por Kral permite revelar la oposición insalvable entre ellos: a la fragilidad, la imposibilidad de olvidar y tristeza crónica de ella, se le anteponen la suficiencia emocional y el hastío de él. Bastó verlos a ellos en una de las conferencias de prensa más tensas e incómodas que se recuerde por estas playas para comprobar que esa oposición se mantiene viva que nunca.

De contraposiciones también se nutre El movimiento, opus dos de Benjamín Naishtat después de la celebrada Historia del miedo. Tal como ocurría allí, el film, escrito, rodado y editado en apenas dos meses a través de un programa de producción del festival coreano de Jeonju, vuelve a tematizar la concepción de una otredad distinta y peligrosa. Otredad ya no social, sino política. Situado en 1835, cuando la Argentina era peste y anarquía, tal como aclara la placa de apertura, el relato se centra en un caudillo (Pablo Cedrón, tanto o más retorcido que en la serie Historia de un clan) que recorre la llanura pampeana reclutando dinero, hombres, animales o lo que venga para sostener al movimiento del título.

Portadora del carácter visualmente sugerente de Jauja, cortesía de sus imágenes en blanco y negro, y las coordenadas simbólicas del western más clásico (la idea del progreso y la civilización en contraposición al “salvajismo”), el film evita las referencias directas y mucho menos la enunciación de términos como unitarios y federales. Lo que no implica que no esté consciente del peso específico de ese marco histórico ni que en esa dicotomía quizá anide el germen de una parte de la idiosincrasia argentina extendida hasta el presente, idea que los últimos planos no hacen que evidenciar. El problema es que, al igual que en Historia del miedo, a Naishtat le importa demasiado que el espectador establezca esas relaciones y que vea que el suyo es un film “importante” destinado a puntear un estadio social, cultural y político.

* El arrullo de la araña se verá el miércoles a las 23 en el Paseo 1. Kyrptonita hoy a la medianoche en Ambassador 1. El movimiento y Tiempo suspendido se proyectarán por última vez hoy a las 16 en Paseo Aldrey 5 y el Cinema 1, respectivamente.

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En Un tango más, Germán Kral consigue un retrato de alta intimidad de Juan Carlos Copes y María Nieves.
 
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