Domingo, 20 de diciembre de 2015 | Hoy
OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
El lector de este diario lo sabe: corren días de montaña rusa emocional e intelectual, aunque a menudo cueste encontrar los picos de altura y uno se sienta más cerca de los pozos, de lo más bajo. Ni hablar del vértigo, de la sensación de abismo o del descarrilamiento. Uno no sabe si sentir vergüenza ajena por el nombramiento de Miguel Del Sel como embajador en Panamá o alegría porque eso le impedirá seguir aportando al espectáculo su edificante y sutil sentido del humor.
Lo que prima es la alarma, claro. Se sabía que un triunfo de Mauricio Macri conllevaba un grave riesgo a infinidad de conquistas de los últimos años, pero ver cómo eso sucede en la realidad, la celeridad con la que se atropella todo a golpe de decreto supera los pronósticos más pesimistas. Sin dudas que el terreno económico y político son los que mayor preocupación producen: hacía tiempo que en Argentina no sucedía eso de levantarse un 42 por ciento más empobrecidos o asistir a los gerentes de empresas convirtiéndose en zorros del gallinero, dispuestos a un nuevo proceso de vaciamiento de un Estado que había vuelto a regular en pos de cubrir las necesidades sociales, y apostar al progreso y el desarrollo antes que a la especulación y el culto al préstamo internacional con garantía de ajuste salvaje.
Pero la cultura también está en el menú y algunos están con cuchillo y tenedor, y el asunto preocupa aunque no tenga la urgencia de una devaluación, una ola de telegramas de despido o el fruncimiento de un pequeño industrial que vuelve a ver en su cabeza la escena de Plata dulce con Julio de Grazia y los botiquines made in Taiwan. La manifestación realizada el jueves en la Plaza del Congreso trae al menos la satisfacción de ver a una sociedad que no se desmoviliza, que considera que hay lugares que no deben negociarse. Y que tiene claro que, hoy más que nunca, la calle es un lugar donde es necesario expresarse: el deliberado ocultamiento de la noticia en los grandes medios es suficiente prueba de que habrá que hacer ruido. Ya existía un cerco informativo antes del triunfo del macrismo, diseñado para ocultar sus trapisondas y mentir todo lo que fuera necesario para alentar el proyecto político que garantizaba a los medios hegemónicos un regreso a sus privilegios. Ahora que todo vuelve a la “normalidad”, poco puede esperarse en materia de ética periodística por parte de quienes caracterizaron el asesinato de Kosteki y Santillán como dos muertes causadas por la crisis o los que no tienen empacho en publicar editoriales exigiendo el perdón de los genocidas. Por dar sólo un par de ejemplos de un modus operandi que convirtió el periodismo en operación política o simple y llana mentira para favorecer a los poderosos de siempre.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es un ejercicio potente de democracia participativa en la historia argentina reciente. No se cocinó entre cuatro interesados en un despacho ni se efectivizó por decreto. Fue largamente debatida en todo el territorio nacional, atendiendo a las necesidades de diferentes entramados sociales que reclamaban algo diferente a la ley 22.285, la norma de la dictadura. Fue sancionada con amplia mayoría parlamentaria (146 votos afirmativos, 3 negativos y 3 abstenciones en Diputados; 44 votos afirmativos contra 24 negativos en el Senado) y abrió el camino no sólo a la amplitud de voces y el acceso a medios por parte de los históricamente ninguneados, sino también a efectos benéficos en lo que hace a la producción audiovisual argentina. Fue reconocida en diferentes foros internacionales como un ejemplo a seguir. Le dio entidad al Instituto Nacional de la Música, que balancea desigualdades históricas del sector. Pero para Oscar Aguad, ministro de Comunicaciones a quien un decretazo le dio poder sobre un ente autárquico como la Afsca, la ley “no va a subsistir”. En un reduccionismo que no extraña pero tampoco tranquiliza, verbalizando en quién piensan cuando gobiernan, el funcionario de extracción radical aseguró que la Ley SCA fue sólo un instrumento “para aniquilar a Clarín”. Podría señalarse que Clarín se las arregló muy bien para resistir el supuesto “aniquilamiento” con sus cautelares a medida, pero hasta eso es un detalle menor frente a la pretensión macrista de voltearlo todo.
Tampoco resulta tranquilizador el rancio macartismo que alimentó la supuesta “denuncia” del diario La Nación sobre los subsidios a la producción audiovisual, y que despertó un rechazo unánime, incluso de adherentes al macrismo como Martín Seefeld o Pepe Cibrián. El esquema de subsidios que implementó el kirchnerismo redundó en un formidable impulso a una industria que da trabajo a cientos y cientos de profesionales del sector, amén del prestigio que significó una larga serie de productos de innegable calidad. La paradoja de quienes llenaron sus discursos de republicanismo, respeto y diálogo y ahora levantan un dedo policíaco está tan a la vista que ni siquiera debería ser puntualizada, pero corren tiempos en los que, al parecer, hay que remarcar lo obvio. Y ahora que se efectivizaron una serie de medidas que desfinancian al Estado, tiene plena lógica preguntarse qué sucederá con tantas medidas de fomento a producciones históricamente relegadas por la lógica del mercado, la tiranía de las cifras.
No es apocalíptico preguntarse por el destino de lo que sucede bajo la superficie del mainstream. Sobre todo si se toma como ejemplo la gestión de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires. Desde la tragedia de República Cromañón, el panorama ha sido sombrío para los músicos que quieren ganarse la vida con la música en vivo. La primera ola de clausuras fue comprensible: había que mostrar algún tipo de reacción a lo que había sucedido, aunque fuera desproporcionada y sin atender a las particularidades de la escena y de cada lugar. Pero, a más de diez años, no queda sino rendirse ante la evidencia de que en los últimos tiempos existió un plan sistemático desde el Gobierno de la Ciudad para asfixiar a los espacios alternativos. Con argumentos a menudo traídos de los pelos, los inspectores del GCBA clausuraron decenas de centros culturales, milongas tangueras y locales de música en vivo muchas veces atrapadas en un vacío legal que el macrismo perpetuó obturando las discusiones en la Legislatura para darle forma a una ley que contemplara la atípica actividad. Mientras eso sucedía, Beara siguió funcionando, amparado por el mismo esquema de corrupción y coima que el PRO denunció para fogonear la destitución de Aníbal Ibarra.
Los artistas que intentan trabajar en la Ciudad tienen una larga lista de atropellos perpetrados por el cuerpo de inspectores del GCBA, tan llamativos como la clausura del Teatro del Perro por poseer una puerta un centímetro más angosta de lo que marca la ley. Los funcionarios que no encontraron nada extraño en Beara siempre tienen un nuevo inciso de dónde agarrarse cuando se trata de un centro cultural autogestionado. Trasladar ese espíritu a la gestión nacional y provincial pone los pelos de punta. Algo similar a lo que sucede al observar el actual estado del Teatro General San Martín: las malas lenguas afirman que incluso Jorge Telerman, flamante funcionario de Horacio Rodríguez Larreta en el Complejo Teatral, palideció al tomar cabal conocimiento de la situación. Al menos allí hay ya un funcionario designado: tras la salida de Tristán Bauer de la presidencia de RTA –otro cargo que tenía vigencia legal hasta 2017, pero los opositores republicanistas de ayer han perdido todo respeto por las instituciones–, poco se sabe sobre las nuevas autoridades y programaciones de la Televisión Pública y demás canales dependientes del Estado, o de las múltiples señales de Radio Nacional.
Hay un gobierno que prometió independencia judicial y nombró a dedo a dos jueces amigos en la Corte Suprema. Hay un gobierno que negó planear una devaluación y la devaluación fue disfrazada con una sonrisa como “el fin del cepo”. Hay un gobierno que prometió debate y consenso y va en camino de fijar un record de decretos sin debate alguno. Hay un gobierno que aseguró que garantizará “todas las voces” en el entramado mediático de la Argentina del cambio. Vaya uno a saber por qué esta desconfianza.
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