Sábado, 26 de diciembre de 2015 | Hoy
OPINIóN
Por Paula Sabatés
Entre las producciones que ha visto esta cronista (injusto sería generalizar, claro), algunas son dignas de mención por su calidad o su relevancia. Una es Dínamo, de Claudio Tolcachir, Melisa Hermida y Lautaro Perotti. No porque se destaque por sobre otras producciones del equipo que comanda Timbre 4 sino porque significó un quiebre en cierta estética que se venía repitiendo en su teatro. Con esta obra, el equipo creativo se “arrojó al vacío”, como sostuvo ante Página/12, y apostó por un teatro de imagen, con casi nada de texto y un nivel de experimentación digno de ser reconocido. La puesta se estrenó en la casona de Boedo y luego siguió su gira por países de Europa. La protagonizan Marta Lubos, Daniela Pal y Paula Ransenberg.
Otro acierto fue el de Agustín Alezzo, que en mayo estrenó la pieza de Harold Pinter El invernadero. La comedia, de una inteligencia notable, combinó grandes actuaciones y una brillante dirección de actores, demostrando que el teatrista es uno de los que mejor entendió a Pinter en la escena local. Si bien Alezzo ya había hecho un gran trabajo con otras obras del dramaturgo inglés, con esta pieza que se vio en El Camarín de las Musas logró llevar al máximo la voluntad del más inteligente de los autores del absurdo, lo que hizo que además lograra él mismo uno de sus mejores trabajos de los últimos años.
Mención aparte, sin ninguna duda, merece Mi hijo solo camina un poco más lento, pieza croata que en la Argentina dirigió Guillermo Cacace. Ganadora de todos los premios teatrales y ovacionada por el público, que rápidamente agotó todas las funciones de un año (tanto que el espectáculo llegó a hacer siete funciones semanales), es una de las obras más destacadas del año, dueña de una calidad que se extiende a todos los sistemas de significación. Además de la impecable dirección de actores, las actuaciones fueron magistrales, así como también la adaptación y puesta en escena. Se vio en Apacheta, sala que por estos días pelea por seguir en su espacio en la calle Pasco.
De las pocas obras propias estrenadas en el Complejo Teatral de Buenos Aires, El hambre de los artistas, de Alberto Ajaka, resultó de una gran calidad. La pieza que se vio en el Sarmiento tuvo la impronta que ya había demostrado el director, sumado a las grandes actuaciones de su compañía, el Colectivo Escalada, que este año cumplió quince años de trabajo. En la obra, el autor y director se permitió jugar con intertextualidades y reminiscencias para crear una historia original que le permitiera seguir hablando del teatro dentro del teatro, tema que recorre casi toda su obra. Se destacaron la escenografía y el vestuario.
Por otra parte, el Centro Cultural General San Martín presentó el nuevo y esperado trabajo de Mariano Pensotti, llamado Cuando vuelva a casa voy a ser otro. Con historias corales que sirvieron de pretexto, el teatrista construyó un relato sobre la identidad, que estrenó primero en Francia. Como en anteriores trabajos del director, la obra deslumbró más de lo que conmovió, no porque no incluyera pasajes profundos sino porque se destacó, sobre todas las cosas, la habilidad de combinar el artefacto humano (el actor) con grandes maquinarias teatrales, en este caso dos cintas de caminar enfrentadas que fueron reconfigurando la puesta.
También del off porteño, dos producciones sobresalieron por su originalidad: una fue Humanidad S.A., de Jorge Costa, en la que el teatrista exploró la estética de Chaplin con un homenaje a su medida, y la otra El casting, de Sebastián Kirszner, que volvió a posicionarlo como uno de los directores y dramaturgos con más personalidad de su generación, y también a sus actores, Eduardo Lázaro, Daniel Ibarra y Augusto Ghirardelli.
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