OPINION
› Por Alejandro Dujovne *
La asociación lineal entre liberalización del mercado y aumento de la bibliodiversidad que se ha esgrimido para levantar las trabas a la importación de libros es reduccionista. El número y diversidad de títulos al alcance del lector, y, sobre todo, la diversidad de contenidos y géneros de las obras que circulan, depende menos de la entrada irrestricta de libros al país, que de la estructura y funcionamiento del mercado editorial, y del papel que juega el Estado y las políticas públicas en ese ámbito. Ya hace tiempo que André Schiffrin y Pierre Bourdieu advirtieron con preocupación el deterioro de la diversidad y calidad de la oferta editorial que venía de la mano de la desregulación. Dejar al libro librado al puro mercado, señalaban, conduce sin escalas a la concentración editorial y al creciente dominio de lógicas de marketing sobre la tarea editorial. A través de empresas concentradas, el libro de venta rápida y masiva y de vigencia corta se impone dejando poco espacio a libros de fondo, de calidad, de venta lenta. Por lo tanto, la noticia anunciada hace unos días debe leerse sobre el fondo del funcionamiento del ecosistema del libro argentino (talleres gráficos, editoriales y librerías). Y, más importante aún, debe llevarnos a la pregunta acerca de cuál es la política específica que el nuevo gobierno tiene pensada para afianzar e impulsar este ecosistema, que, pese a problemas de distinto orden, ha logrado un crecimiento y una diversificación notables.
La medida (control de plomo en tinta) era mala, y no fue concebida para fortalecer el mercado del libro, sino como un instrumento más para limitar la salida de divisas (lo mismo puede decirse de los antipáticos controles a los envíos individuales de libros y revistas). Esto no significa, sin embargo, que los efectos de esta y del sistema de compensaciones (equilibrar importaciones con exportaciones) hayan sido negativos. Según el sector que miremos, y la clase de editorial que analicemos, tuvo consecuencias dispares. Propongo un rápido repaso, que no pretende exhaustividad, de las implicancias de esta política en los distintos sectores.
La industria gráfica se vio inmediatamente beneficiada ya que parte de la impresión que los sellos locales hacían en el exterior se reorientó hacia el mercado interno. Esto se tradujo en mayor empleo y en el incremento de la producción nacional. Por contrapartida, algunas editoriales, especialmente de libros infantiles, señalaron que esta política les impedía publicar cierta clase de obras que los talleres gráficos locales no estaban en condiciones técnicas de realizar. Asimismo, un grupo de editoriales grandes, orientado al libro masivo y cuya impresión se realizaba en gran medida en China y otros países con costos relativos más bajos, sostenía que ante la mayor demanda los talleres argentinos tendieron a elevar los precios llevando al encarecimiento de los libros. Más allá de la ausencia de estudios fiables que identifiquen el impacto concreto de esta medida sobre los precios, deslindándolos de la inflación general, si este fuera el caso la salida consiste en políticas estratégicas de inversión, ampliación y modernización de la industria gráfica que no solo permita bajar los costos sino también imprimir para el exterior. Y esto no debe llevar a desatender la producción de papel, una de las principales razones del elevado coste de los libros en el país. Tanto desde el sector gráfico como editorial se suele señalar, como uno de los problemas más graves, la cartelización de las empresas productoras de papel para libro.
En el mundo editorial la realidad es más compleja. A grosso modo, podemos distinguir entre la dimensión de la empresa, pertenencia o no a estructuras transnacionales y orientación de los catálogos. Los sellos pequeños y medianos, locales, orientados a libros de fondo, literatura de “calidad”, de rotación lenta, que producen tiradas limitadas, tienden a optar por la impresión en el país. Por contraste, los grandes grupos, cuyos sellos apuntan al best-seller como criterio de formación de sus catálogos y a fuertes inversiones en marketing, precisan de grandes tiradas y, en la medida que son empresas grandes con costes elevados, es probable que busquen bajar los costos de producción mediante la impresión en lugares con cuyos precios Argentina no puede competir. En un mercado editorial como el argentino, donde la concentración en un número muy acotado de empresas transnacionales ha ido en aumento, la eliminación de toda barrera a la importación tiende a fortalecer a las empresas que tienen una posición dominante en el mercado. Y, de forma correlativa, pone en desventaja a la mayor parte de los sellos, pequeños y medianos, y por lo tanto, pone en riesgo la diversidad de la producción editorial local. Si a eso le añadimos la posibilidad de la entrada irrestricta y barata de saldos españoles o mexicanos, o del ingreso masivo de best-sellers publicados por sellos de esos orígenes nacionales, las posibilidades de sellos de baja rentabilidad (que es la rentabilidad propia de empresas editoriales orientadas a la cultura) de ver circular sus obras, son aún menores.
La situación no es menos compleja en el sector librero. La concentración editorial ha tenido efectos directos sobre las posibilidades de negociación de las librerías, en especial las independientes. A mayor poder, las editoriales concentradas tienen mayor capacidad para establecer condiciones de visibilización (mesas, vidrieras, tiempo de rotación) y adquisición (presión para tomar en consignación otras obras además de los principales best-sellers). Por otra parte, la tendencia a la concentración del mercado editorial también pone en desventaja a las librerías independientes respecto a las cadenas de librerías que han tendido a concentrar sus ventas en los libros de mayor rotación. Si desaparecen o producen menos las pequeñas y medianas editoriales, las librerías independientes ven desaparecer aquello que las hace distintas, atractivas a lectores más sofisticados, que priorizan la variedad. La garantía de la diversidad en la oferta de libros y, por lo tanto, de las ideas que circulan a través de estos, es producto tanto de la existencia de un mercado amplio de editoriales que resulten rentables, como de muchas y muy diversas librerías, que también sean rentables. Por último, la apertura indiscriminada a la importación conlleva el riesgo concreto de la entrada de otros jugadores, como Amazon, cuyo sistema de distribución por más atractivo que pueda ser para el lector individual, es extremadamente complicado para la industria y diversidad del libro argentino si no se definen políticas específicas. En consecuencia, la desregulación del mercado del libro no conduce inexorablemente a una creciente bibliodiversidad, tal como se argumenta, sino que, por el contrario, puede llevar precisamente a su opuesto.
Nuevamente, la eliminación de las barreras burocráticas al libro es secundaria respecto a cuestiones de fondo: ¿qué política general tienen para el sector del libro? ¿Con qué medidas buscarán paliar las desigualdades estructurales del mercado editorial? ¿Cómo tienen pensado actualizar la ley de precio único para que, entre otras cosas, regule el sistema de descuentos y exhibiciones? ¿Qué idea tienen respecto a los notables desequilibrios geográficos en relación a la producción y distribución de libros? ¿Crearán un sistema de exportación acorde para ampliar, afianzarse y explorar nuevos mercados? ¿Las políticas de los ministerios de Educación, Cultura y Relaciones Exteriores, orientadas a la promoción de la edición, la producción intelectual y literaria nacional van a continuar? ¿Qué lineamientos van a seguir? ¿Se avanzará en la creación del postergado Instituto Nacional del Libro? ¿Se consultará a las cámaras al momento de pensar las futuras políticas? De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del libro en el país.
* Investigador del Conicet.
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