Sáb 16.09.2006
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A LOS 77 AÑOS, MURIO AYER ORIANA FALLACI

Una gran agitadora política

La periodista italiana decía que sus notas eran como “sermones”. En los últimos años sostuvo posturas radicales contra el Islam.

› Por Silvina Friera

Sus reportajes a los políticos y líderes más importantes del siglo XX, el ayatola Komeini, el palestino Yasser Arafat, la primera ministra israelí Golda Meir o la premier de la India Indira Gandhi, eran incisivos –hasta se dio el gusto de ridiculizar a Henry Kissinger–, pero nunca resultaban indiferentes. Ese estilo frontal quizás haya sido una herencia familiar, pero sin duda el hecho de haber trabajado como corresponsal de guerra en Vietnam, antes de que se hiciera mundialmente famosa, debe haber incidido en su manera de plantarse ante la vida y el oficio, como si siempre estuviera en un campo de batalla, disparando contra “enemigos” móviles, como el ex dictador Galtieri (ver aparte) o los inmigrantes musulmanes. Fue una mujer que supo conquistar, especialmente en los últimos años, la simpatía de la derecha y el odio del progresismo, aunque al principio se había manifestado a favor de las ideas de izquierda. Se veía a sí misma como una revolucionaria porque “hago lo que los conservadores no hacen y es que no acepto ser tratada como una delincuente”. La controvertida periodista y escritora Oriana Fallaci murió ayer, víctima del cáncer, a los 77 años, en su ciudad natal, Florencia.

Fallaci nació el 29 de junio de 1930 en el seno de una familia muy humilde. Creció, como tantos otros italianos de su generación, en la Italia fascista de Mussolini. Su padre fue un activo combatiente que influyó en las ideas de Fallaci quien, siendo adolescente, se unió a la resistencia armada contra la ocupación nazi en su Toscana natal. Aunque estudió medicina, nunca terminó la carrera. Comenzó a ejercer el periodismo a los 17 años en el diario Corriere della Sera y viajó, como enviada especial, por el mundo entero. Fue corresponsal de guerra y estuvo en todo tipo de conflagraciones: desde la Guerra de Vietnam, en los ’60, hasta la del Golfo Pérsico, en los ’90. En 1968 fue herida de bala cuando cubría la masacre de estudiantes de Tlatelolco, en México. Tenía una premisa que defendía a rajatabla: en una entrevista lo que cuenta no son las preguntas sino las respuestas. “Si una persona tiene talento, se le puede preguntar la cosa más trivial del mundo, que siempre responderá de modo brillante. Si una persona es mediocre, se le puede plantear la pregunta más inteligente y responderá siempre de manera mediocre”.

A fines de mayo de este año, Fallaci dijo lo que pensaba sin rodeos en The New Yorker. Aunque jamás otorgaba entrevistas, en el extenso artículo de diez páginas titulado “La agitadora”, un collage de los correos electrónicos y algunas charlas que mantuvo en su casa con la autora de la nota, la periodista Margaret Talbot, arremetió contra Romano Prodi y Silvio Berlusconi, “dos imbéciles”, y dijo que volaría con explosivos una mezquita que se está construyendo cerca de la casa de campo en la Toscana. Además reconoció que se oponía al aborto, “salvo que fuera violada por (Osama) Bin Laden o (Abu Musab al) Zarqawi”, el jefe de Al Qaida en Irak. “Europa no es ya Europa, es Eurabia, una colonia del Islam donde la invasión islámica no viene sólo en un sentido físico, sino también mental y cultural”, y agregó que “el servilismo con los invasores ha envenenado la democracia, con consecuencias obvias para la libertad de pensamiento y para el mismo concepto de libertad”.

“Occidente revela un odio por sí mismo que es extraño y sólo puede ser considerado patológico; Occidente ya no siente amor por sí mismo. En su propia historia sólo ve lo que es deplorable y destructivo, mientras que no ve lo que es grande y puro”, subrayó la escritora. Para la autora de La rabia y el orgullo, uno de los problemas más acuciantes de las democracias occidentales era la ausencia de liderazgos políticos. La nuestra “es una era sin líderes”. Aunque apreciaba a Juan Pablo II, que en su opinión era “un guerrero que hizo para acabar con la Unión Soviética incluso más que América”, Fallaci nunca le perdonó lo que ella consideraba como “debilidad” hacia el mundo islámico. Sobre la decadencia occidental, la periodista italiana advertía: “Mirá al sistema escolar hoy en Occidente. Los estudiantes ¡no saben historia! ¡No saben quién era Churchill! En Italia, ¡ni siquiera saben quién es Cavour!”, en referencia al conde Camillo Benso di Cavour.

Escribió varios libros, entre los que se destacan Penélope en la guerra (1962), Entrevista con la historia (1974), Carta a un niño que no nació (1975), La rabia y el orgullo (2001), La fuerza de la razón (2003) y su último libro, Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci. Aunque no se casó ni tuvo hijos, en 1973 conoció al poeta Alekos Panagulis, un resistente a la dictadura griega que había sido el autor de un atentado fallido contra Yorgos Papadopulos. Panagulis fue el único hombre con el que esta mujer solitaria e independiente convivió durante tres años, hasta el 1º de mayo de 1976, cuando el poeta fue asesinado en una calle de Atenas. Su recuerdo la llevó a escribir, en 1979, su novela Un hombre. En los últimos años, y en particular tras los atentados de Nueva York del 11 de septiembre del 2001, Fallaci estuvo en el centro de las polémicas por sus posiciones radicales contra el Islam y el mundo árabe. La autora de La rabia y el orgullo definía su controvertida obra como “un sermón”. Su prédica, efectivamente, no deja espacios para el diálogo, la comprensión, para el acercamiento de visiones diferentes y hasta opuestas sobre el mundo. Su ataque es brutal, no sólo contra Bin Laden y sus seguidores, por ser los responsables de tanta muerte, sino contra los musulmanes, con alusiones directas a pasajes del Corán, en tanto protagonistas de lo que llamaba una nueva “guerra santa” contra Occidente. “Lo que tenía que decir lo he dicho. La rabia y el orgullo me lo han ordenado, la conciencia limpia y la edad me lo han permitido. Ahora basta.”

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