Quienes hayan leído las novelas de espionaje de John le Carré se habrán encontrado, seguramente, con uno de esos raros personajes en los que confluyen, literariamente, el prestigio y la popularidad. Como se sabe que el escritor formó parte de los servicios secretos británicos, siempre se especuló con el porcentaje de realidad que inoculaba en sus ficciones. Ahora acaba de publicarse Volar en círculos (editorial Planeta), su libro de memorias, que ayuda a dilucidar en parte ese interrogante. Le Carré da cuenta de la profunda irritación que sus personajes causaron entre sus antiguos jefes. El escritor se defiende ironizando: “¿Cuántos de nuestros atormentados espías hubiesen preferido que Edward Snowden escribiera una novela?”. El autor de El espía que surgió del frío (1963) no pretende en estas memorias trazar un repaso exhaustivo de su vida, sino que relata una serie de anécdotas y personajes que, en su conjunto, uniendo todos los puntos, acaban por formar un retrato muy preciso de la época en la que le tocó actuar y escribir. Por sus páginas circulan Yaser Arafat, Margaret Thatcher, Graham Greene, Richard Burton, entre otros famosos; pero también criaturas anónimas, espías imperfectos y, naturalmente, su padre, un estafador que pasó por las cárceles de diferentes países. Su mirada sobre la imagen que han creado los servicios secretos del Reino Unido a través de personajes a lo James Bond es lapidaria: “Todos los servicios de inteligencia tienden a mitificarse, pero los británicos somos una clase aparte. Mejor no hablar de nuestra triste figura en la Guerra Fría”.
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