MERCEDES MORAN Y LOS LIMITES ENTRE LOS QUE SE MUEVEN SUS PERSONAJES EN CINE Y TV 2006
La actriz que alguna vez encarnó a Roxi, protagonista del Gasoleros que instauró el costumbrismo alla Pol-ka, analiza sus criaturas de barrio cerrado. “El country muestra esa promesa en la que creyeron algunos, la posibilidad de escalar socialmente, una promesa vana y mentirosa.”
› Por Julián Gorodischer
Acorralada entre los cercos de un country o los límites de un barrio cerrado: la que sigue es la crónica de una vida de ficción escindida entre el estreno de Cara de queso (opus dos de Ariel Winograd, hacedor de Fanáticos, que se estrena mañana) y el unitario Amas de casa desesperadas de Canal 13. Mercedes Morán tiene a cargo la recreación de dos formas dominantes del agrupamiento en comunidades cerradas: el country judío de los ’90, nunca tan bien reconstruido como en el perímetro que limitan esas canchas de paddle y las casas a dos aguas con pretensiones suizas en pleno verano bonaerense de la ficción de El Ciervo, y el barrio apartado Manzanares, que en el traslado desde el original Wisteria Lane perdió algunas cosas, entre ellas su condición de suburbio clasemediero estadounidense, para pasar a ser uno en la plaga de barrios privados en las cercanías de Pilar. Será tan parecida a una idische mame en el asedio continuo de mamá Lili al pobre Ariel de El Ciervo, hasta hacer surgir en la película lo que considera más violento: no el episodio de la meada en el baño al gordito freak sino su propia intervención maternal, que aquí se entenderá como antihomenaje a horas de que las mamás celebren su día. ¿Qué mejor tributo que iluminar su zona oscura?
–Estos chicos adolescentes no pueden coger tranquilos –describe Morán a las criaturas de Cara de queso–, son acosados por una comunidad que les arruina un momento que debería ser otra cosa para la salud de todo el mundo. Deberían ayudar a que tengan una iniciación interesante. Estos dos ghettos tienen un denominador común, y es el que está presente en todas las pequeñas comunidades: quedan a la vista los comportamientos que se tienden a ocultar.
¿Por qué vuelven, con insistencia, las historias o ensayos sobre las comunidades suburbanas? Mientras la novela Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro, no baja del top five de libros más vendidos, las Amas de casa... se asientan en las cercanías de Pilar, en un proceso diametralmente opuesto a la tradición costumbrista/ barrial que moldeó como réplicas las tiras de la productora Pol-ka. Pero, en 2006, las huestes de Adrián Suar huyeron lejos del mundanal ruido, eso sí, sin referencias a que el escape se deba a la obsesión proseguridad. Si la inseguridad no ingresa al catálogo de móviles de exilio suburbano de Cara de queso es porque –según su director– “el agrupamiento de los ’90, cuando transcurre el film, era por afinidad, y ahora es por una huida de la inseguridad”. Exequiel Siddig, sociólogo y autor de la investigación Generación del ’74: la identidad difusa, explica la evolución: una generación de judíos, la de sus padres, creció en la diversidad para luego encerrarse en comunidades cerradísimas, y que no son otra cosa que los countries que refleja Cara de queso. Y sus propios hijos (él mismo, el propio Winograd, crecidos entre alambres y encerrados entre rutas) desarrollaron una mirada cuestionadora de ese canon. Ahora bien, ¿por qué Amas de casa desesperadas omite el germen de la huida, lo que la haría corrosiva como crítica social (ver “La estrategia...”)?
–Al igual que en la serie norteamericana –dice Mercedes Morán–, Manzanares es un barrio que no existe, una metáfora. Es como el pueblo de Los Simpson. No es que eligieron localizarlo en un pueblo de Texas o de Houston. No existe, y yo creo que ése es el arte de la serie: es una crítica brutal a la sociedad norteamericana.
Esa capacidad crítica –cree Morán– queda hoy a cargo de la televisión estadounidense más que del cine. “Paradójicamente a lo que se cree sobre la masividad de la TV que la haría menos denunciante, es la que habla claramente sobre cómo tienen la mentalidad podrida. El pinta tu aldea es muy universal; por eso no comprendo las preguntas sobre por qué importar. Amas de casa desesperadas tiene un carácter universal de denuncia, porque también formamos parte de esa sociedad de consumo, del tener y el no tener, de las apariencias.” La comunidad de Lili es la de la promesa menemista (impecablemente reconstruida por la directora de Arte Julieta Dolinsky en Cara...), que previó cada detalle, desde la cancha de paddle al club house donde –en uno de los momentos esperados– actuará Sergio Denis ante el mismo público de peinados batidos y pieles salvajemente bronceadas que se vio el lunes en la avant première.
La comunidad de Lía (hasta los nombres propios se empeñan en asemejarse) abandonó la esperanza de “migrar a Israel” o “cambiar la casa” (tal como se escucha a Morán en el film) para dedicar la vida a tapar el secreto doméstico (la ingesta de una droga proactiva, el affaire con el jardinero, la terapia de pareja, etcétera). Por su disposición a analizarla, y su capacidad para entender la vida en el country (quizá por haber vivido allí alguna vez), Mercedes Morán parece estrechar lazos con ese espacio suburbano, aún en el desdén. “El country –dice– muestra ese aspecto de promesa en la que creyeron algunos, y que tenía que ver con la posibilidad de escalar social y económicamente: promesa vana y mentirosa que algunos vimos como tal y en la que otros creyeron, con una veta muy menemista, con la familia que persigue el último electrodoméstico, y que cree que es parte de una elite aunque estén en un barrio pedorro.” Sus propias impresiones filmando en el country de la infancia de Arielito la confrontaron con una incomodidad esencial...
–Hoy se ve lo que quedó: casas que quedaron sin hacer, partes nuevas que no se ensamblan con las del pasado, haciendo respetar las normas a pesar de que esté vacío, yendo a diez por hora aunque no haya nadie. Nos divertía mucho ver la cantidad de carteles que tienen para todo. La libertad me la otorgaba Ariel, con el amor que sentía por ese lugar, con sus cosas maravillosas y tremendas.
–¿Se sintió interpelada por ese espacio?
–Yo viví en un country, y fue aburridísmo. Era raro: yo quería la protección que me daba alejarme de la ciudad y tuve la fantasía de que podía vivir en el country de manera muy utilitaria, con una casa que daba a la calle de afuera, volviendo a la ciudad los fines de semana. Y terminamos aburriéndonos. Vi una cosa tremenda: hubo un envenenamiento de perros, mucha violencia.
Cara de queso la llevó a pensar en la “celeridad con la que han pasado los últimos veinte años, que da vértigo. No sé a qué se debe, pero es una sensación que tiene todo el mundo; en algún punto el pasado lejano es reciente”. Winograd capturó una esencia de esos “ghettos” (como los llama la película) marcados por la omnipotencia. Los recuerdos de todo egresado reflotarán juicios autogestados (parciales, corruptos como el que cuenta Cara...), líderes ilusorios, la pretensión de un mercado autónomo y –según cuenta la película– hasta la capacidad de invertir los hitos de la persecución del pueblo judío resignificando los propios términos de la opresión y el odio (el ghetto, la discriminación, la busca de una pureza sanguínea). El gran fracaso de ese proyecto megalómano y absurdo es la consagración de sus propios hijos como cronistas brillantes e implacables de un tiempo que los arruinó en el mejor sentido, pero que también les dio –según Mercedes Morán– “la capacidad de mirar con libertad el lugar en el que crecieron”.
–¿Y cómo se produce la evolución al barrio cerrado?
–Manzanares no es Dallas ni Dinastía. Es un barrio progre entre comillas. Hay mucha mezcla de gente: están los profesionales que no tienen para pagar una empleada doméstica (Lía). Lo que pasa es que la clase media norteamericana tiene un nivel adquisitivo más alto que el de la Argentina. En ambos casos, es el resultado de un proyecto con ideas que tienen que ver con el miedo, con querer establecer más reglas de las que hay, con una necesidad de administrar comunalmente algo, la promesa de un lugar protegido. ¡Y no lo es! Nos llevamos a nosotros mismos adonde vayamos. Es una idea falsa, sin sustento: no estamos más protegidos. Te vas ahí con la promesa y pasan las peores cosas.
–¿Por qué tantos relatos sobre comunidades cerradas?
–Quizás es porque se ha revelado que lo que prometía seguridad no era tal, y genera desconcierto.
Entre tanta gente desesperada por ocultar vicios, ilegalidades, traiciones y engaños, Morán saca algunas conclusiones: por lo general lo que se quiere tapar resurge y queda expuesto “de manera flagrante”. Lo único que se logra –dice tras camuflarse como Lili y como Lía– es que la situación se agrave. De todos/as, sin embargo, ella será la inadecuada, tal vez un punto de fisura para realidades demasiado monolíticas como las de El Ciervo o Manzanares. La queja, el deseo de fuga, la fuga concretada (en Cara de queso), el sueño postergado de una profesión, la insatisfacción como ama de casa proponen una grieta a la utopía de felicidad. “Esa mujer –dice sobre Lili– es un arquetipo: es el personaje que expresa su deseo de irse y no lo puede llevar a cabo nunca, entregada a la queja. Cualquier deseo se ejerce en forma de queja, no hay otro guión para expresar el deseo. Para que siga siendo queja no hay que concretar lo que se desea.” ¿Se podrá pasar algo en limpio sobre estos espacios que, este año, recorrió con frecuencia extraordinaria?
–Violencia es la necesidad de esconder los trapitos sucios –concluye la mujer acorralada–. Violencia es también mostrar que todo es perfecto cuando no lo es. Y es ocuparse de tapar lo que te resquebraja, nunca del problema real; tapar la rajadura y no sacar el hongo que te está arruinando todo.
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