UN INTENSO DRAMA PASIONAL DE LA DANESA SUSANNE BIER
Sin respetar las reglas del Dogma y coqueteando con el melodrama, Hermanos revisa la complejidad de un triángulo sentimental más allá de la historia de amor.
› Por Luciano Monteagudo
HERMANOS
Bradre.
Dinamarca, 2004.
Dirección: Susanne Bier.
Guión: Anders Thomas Jensen, basado en un argumento propio y de Bier.
Fotografía: Morten Soborg.
Música: Johan Soderqvist.
Intérpretes: Connie Nielsen, Ulrich Thomsen, Nikolaj Lie Kaas, Bent Mejding, Solbjorg Hojfeldt, Paw Henriksen.
“Siempre te querré, es la única verdad que reconozco: no sé qué es el bien o el mal, lo verdadero o lo falso, lo único que sé es que te quiero.” Las palabras de Michael parecen serenas, sinceras. Están en el comienzo y en el final del film y resuenan todo a lo largo de Hermanos, el segundo largometraje que se conoce en Argentina de la directora danesa Susanne Bier (Copenhague, 1960), recordada por su película anterior, Corazones abiertos, que fue parte del Dogma inventado por Lars von Trier. Como en aquel film, Bier vuelve a trabajar sobre la complejidad de los sentimientos, que van más allá de una mera historia de amor.
Michael es el hombre fuerte de la familia, de carácter firme, siempre seguro de sí mismo. Es joven, tiene una estupenda mujer y dos hermosas hijas. Su padre está orgulloso de él, como siempre lo estuvo: “¡Ayuda a reconstruir un país!”, le enrostra a Jannik, su hijo menor, que acaba de salir de la cárcel y suele estar más borracho que sobrio. Michael, en cambio, es comandante del ejército danés y está por partir en misión de la ONU a Afganistán. La despedida con su esposa, Sarah, es casi rutinaria, como si se fuera a la oficina. Pero lo que se suponía debía ser una acción sin mayores riesgos termina con un accidente en territorio enemigo y Michael, que cae prisionero de los talibanes, es dado por muerto. Sucede entonces que Jannik, que nunca había simpatizado demasiado por Sarah (“Siempre dije que eras una burguesa malcriada”) empieza a acercarse a la casa, a sus hijas, a tomar responsabilidades.
Hay algo del orden del melodrama en Hermanos: el destino que se interpone cruelmente en la vida cotidiana, el despertar de una relación que no se atreve a decir su nombre, el conflicto de una mujer que sigue amando a su marido aunque lo cree muerto. La directora Susanne Bier maneja particularmente bien los pequeños momentos, aquellos donde no suceden cosas importantes, pero que sin embargo van forjando la vida de sus personajes. Por otra parte, se nota su esfuerzo por no caer en los clichés: el encuentro de Sarah con Jannik no es un flirt, ni una historia de amor desesperado, ni una atracción sexual, ya que no se llegan a acostar. Se trata más bien de un descubrimiento, el sorpresivo hallazgo que dos personas que antes se ignoraban hacen el uno del otro. Pero cuando Michael regrese de su experiencia como prisionero en Afganistán, no podrá tolerar esa armonía entre Sarah y Jannik. Hay algo que carga en su conciencia que no puede sino enfurecerlo con aquellos a quienes más ama.
El problema con Hermanos es su indefinición: ¿se trata realmente de un melodrama? ¿O es más bien un film sobre el sacrificio, sobre aquello que un hombre está dispuesto a pagar para volver a su hogar? El film de Bier bascula una y otra vez, en una dirección y en otra. Así como sus mejores momentos están en Copenhague, los peores suceden en Afganistán, donde la directora se deja llevar por la grandilocuencia y el maniqueísmo. Sus actores son estupendos, particularmente Connie Nielsen, dueña de una paleta amplísima, que sus contratos en Hollywood (Gladiador, Básico y letal) no le permiten lucir. Con esas sensibilidades a flor de piel no parecía necesario ningún subrayado, pero Bier insiste en subir el volumen de una música omnipresente y pomposa, un recurso exterior que el Dogma tenía estrictamente prohibido y que ahora, libre de esos mandamientos, no se priva de utilizar, en perjuicio de su película.
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