Jue 21.12.2006
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LA HISTORIA DE ROBERTO DE LAS CARRERAS

“Un mundo de trasgresiones entre controles sociales”

Carlos María Domínguez habla de El bastardo, la biografía de un dandy anarquista que escandalizó a la sociedad uruguaya.

› Por Angel Berlanga

“Cuando llegué a Montevideo, Roberto de las Carreras era una leyenda, un loquito suelto, un poeta menor que siempre aparecía en la letra chica de las antologías de la poesía del 900, un hombre de quien se contaban cosas divertidas, pero nadie lo conocía en profundidad.” A la definición de Carlos María Domínguez, llegado aquí desde la otra orilla para presentar El bastardo, biografía novelada de ese dandy escandalizador del patriciado montevideano, tal vez convenga agregarle algunas fechas: este escritor argentino se radicó en la capital uruguaya en 1989, comenzó sus investigaciones sobre el personaje cinco años después y publicó el resultado allí en 1997. Con alguna revisión y actualización, el libro se publica por primera vez en la Argentina; aunque Domínguez señalará que se trata de una figura casi desconocida aquí, su historia entrelaza, por citar un par de ejemplos, con Rosas y Urquiza a partir de su abuelo materno y, ya en base a sus propias relaciones, con Horacio Quiroga y José Ingenieros, a quien se propuso batir a duelo.

Domínguez accedió en Gualeguaychú al archivo del coronel Mateo García Zúñiga, gobernador de Entre Ríos y padre de Clara García Zúñiga, la mujer que concibió a Roberto en una relación extramatrimonial y un personaje acaso más potente que el propio biografiado: comprometida a los diez, casada a los catorce, querellada por la tenencia de sus primeros hijos con el cargo de “insanía” por su ex marido, en una declaración judicial le dice a un funcionario: “Yo cojo como usted. Todos cogemos. Yo lo hago siempre que me da la gana. Y si lo hago es porque soy libre, mujer joven y perfecta separada de mi marido, y no me había de pasar sin coger”. La declaración, que todavía hoy hará persignar a unos cuantos, un siglo atrás resultaba explosiva: se intuyen nostálgicos de la Inquisición. “Todos los personajes que aparecen son reales, hay un cuerpo de notas al final sobre la documentación”, explica Domínguez, autor de una biografía de Juan Carlos Onetti y de las novelas La casa de papel y Tres muescas en mi carabina, entre otros libros. “Sí hay pequeñas ambientaciones y recreaciones, elementos que hacen de puente y están destinados a sostener el tono novelístico.”

–¿Qué tipo de escritor era?

–Es un escritor a lo Oscar Wilde, un poeta que se echa la obra encima y la viste. Como poeta era, efectivamente, menor, pero introduce un tono conversacional dentro del modernismo que después se va a expandir y tiene una enorme influencia sobre Julio Herrera y Reissig, el modernista por excelencia en Uruguay, que después habría influido en Pablo Neruda. Roberto de las Carreras era un gran prosista, de una agudeza notable. Pero él es fundamentalmente un provocador que encarnó la tensión cultural y moral del 900 uruguayo. Tanto él como su madre, que aparecía siempre retratada como una perdida, como una mujer de cascos ligeros, con la frivolidad típica de la moralina. Los conflictos que ella protagoniza tienen que ver con la historia sexual del patriciado de una manera transparente. Ambos fueron de un coraje extraordinario y dos transgresores para su época. Y lo pagaron con la locura.

–La madre es tan protagonista como el hijo en su libro.

–Ella está detrás de Roberto y tiene una magnitud similar o mayor. Porque esta dama de posición, que tiene una fortuna tan formidable, finalmente termina siendo despojada por su reivindicación de su derecho a la sexualidad, al erotismo. Es fuerte y sorprendente que en medio de una sociedad victoriana una mujer haya salido a enfrentar de una manera tan cruda esos prejuicios. Y claro, justificado estaba por la historia que tuvo, partiendo de su casamiento casi obligado con José María Zuviría.

–¿Diría que la actitud provocadora es el rasgo saliente de Roberto de las Carreras?

–Es la reivindicación de la madre, de esa bastardía. Como hijo bastardo de Clara y de Ernesto de las Carreras, en un contexto en el que esa condición es condenada, lo que él hace es reivindicarla con orgullo. “Yo soy hijo de una noche apasionada, no fui engendrado entre bostezos matrimoniales”, dice. Se construye un disfraz con la sinceridad, curiosamente. Esa es su paradoja: su careta es su rostro. Sólo quien no encuentra un espacio social para ser tiene que recurrir a ese disfraz para sobrevivir y generar ese nivel de provocación agudo, escandaloso de alguien que fue dandy y, a la vez, anarquista. Venía de los sectores aristócratas, pero al no estar sujeto a los prejuicios ni a los frenos de una moral burguesa en ascenso puede adherir alegremente al anarquismo. Aunque su reivindicación del amor libre y del erotismo fuera algo que los anarquistas no estaban muy dispuestos a asumir. Ahí están también sus contradicciones, claro.

–¿Cuánto se lo conoce aquí?

–Es bastante desconocido, salvo para algún sector literario que sabe de su amistad con Florencio Sánchez, con Horacio Quiroga o Natalio Botana. Pero es un personaje que tiene mucho que ver con el mundo de Gualeguaychú, con el origen prácticamente inaugural de la Argentina, porque la abuela materna de Roberto es hijastra de Cornelio Saavedra, y todo el drama de su madre comienza con las disputas entre Urquiza, Rosas y García Zúñiga.

–¿Cómo era su contexto cultural?

–En el 900 aparecen los primeros intelectuales que no provienen de los ateneos o del mundo académico: son los que surgen por la prensa, periodistas y escritores, frecuentadores de café, poetas bohemios, alcohólicos. Aparece ahí una raza de críticos que rechazan la cultura criolla y miran a París, se fascinan con el mundo europeo, el positivismo, las ciencias. Entienden que aquí hay un criollismo anacrónico, que estos países están estancados por las guerras civiles; lo paradójico es que, supuestamente, esta generación fue preparada para cantar loas al centenario de la revolución y resultó la primera ofuscada con las tradiciones nacionales. Esto siempre fue visto como una afectación frívola, como un dandismo delirante, afectado, cerrado a la sensibilidad popular, pero viendo a estas figuras se advierte una respuesta a algo que no estaba funcionando bien. Roberto se cruzaba con Horacio Quiroga en los cafés de Montevideo y comparten vida bohemia y, luego, correspondencia. Florencio Sánchez lo lleva con los anarquistas y juntos empiezan a hacer ese teatro de barricada; el mismo Florencio le sale de padrino en los duelos que Roberto buscó tener con sus detractores. Me parece que es un mundo de trasgresiones fuertes entre controles sociales muy consumados; en el momento de mayores controles de la sexualidad y del exceso, Roberto se la juega entero. Porque sí, es un trasgresor, un loquito, un seductor de mujeres casadas, pero bueno, ahí le pegaron sus cinco balazos en plena calle Sarandí. Y luego terminó loco.

–Tras la investigación, ¿hubo algo que lo decepcionara, que no cumpliera sus expectativas con respecto al personaje?

–Tanto él como su madre me deslumbraron. Es como si me hubiera hecho amigo de ellos con el tiempo. Me decepcionó su retórica poética: me hubiera gustado que acompañara más al talento que tuvo con su vida, a su actitud frente a la vida y la cultura rioplatense. A eso lo encuentro en su prosa: las crónicas que envía de su viaje a Europa, sus retratos de personajes, tienen una frescura increíble.

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