Dom 21.01.2007
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DIEGO GOLOMBEK, AUTOR DE “SEXO, DROGAS Y BIOLOGIA (Y UN POCO DE ROCK AND ROLL)”

El amor como reacción fisiológica

El biólogo destaca que tener una mirada científica sobre el sexo “no lo vuelve menos placentero”, aunque exista el sentimiento popular de que hay cosas con las que la ciencia no debería meterse.

› Por Silvina Friera

Sacar la ciencia del laboratorio y de la academia es el leitmotiv de la colección Ciencia que ladra..., dirigida por el biólogo Diego Golombek. La avanzada, que empezó con Adrián Paenza y su saga de la matemática, continúa en todos los frentes. Y es cierto que nada en la vida es más importante, más divertido, interesante o problemático que el sexo. “¿Qué es el amor sino una serie de reacciones fisiológicas? –se pregunta el biólogo en el primer capítulo de su último libro Sexo, drogas y biología (y un poco de rock and roll) (Siglo XXI)–. ¿De qué hablaba Pablo Neruda cuando escribía ‘aquí te amo y en vano te oculta el horizonte’, o Manolito cuando afirmaba que estar enamorado es como ‘estar hamacándose en la plaza tirándole cascotazos a un tambor?’ Pues bien: ni más ni menos que de neurotransmisores, olores y estimulaciones químicas. O, al menos, eso es lo que algunos científicos predican desde el laboratorio.” Golombek dice que tener una mirada científica sobre el sexo “no lo vuelve menos placentero”, aunque exista un sentimiento popular generalizado de que hay cosas con las que la ciencia no debería meterse, y el amor parece ser una de ellas. “El análisis racional de los sentimientos y de las pasiones no les quita espontaneidad ni poesía”, advierte en la entrevista con Página/12.

En el libro, el biólogo señala que se sabe muy poco sobre la naturaleza del amor, aunque hay quienes aventuran que “no es más que una excusa que tiene la evolución para perpetuar las especies y los genes”. Y no faltan profesores que esgriman que el amor no es más que un aumento en la frecuencia cardíaca, algo de sudoración, un enrojecimiento de las mejillas y la activación de ciertos centros del cerebro. Aunque rezonguen los poetas, las primeras sensaciones amorosas, según cuenta Golombek, “parecen venir acompañadas de un aumento en los niveles del neurotransmisor dopamina, que está involucrado en los mecanismos del placer, y una disminución en los de serotonina”. Tampoco vale la pena desilusionarse, pero lo cierto es que algo similar ocurre con ciertas adicciones y, como aclara el biólogo, “tal vez los que consideren que el amor es una adicción no estén tan lejos de la verdad”. Los que creían que la elección de pareja es un hecho azaroso, descubrirán que hay señales concretas y biológicas que indicarían que el olor tiene mucho que ver en la elección porque permite distinguir características muy íntimas de la eventual pareja, “para saber si en verdad vale la pena el esfuerzo de decirse cosas lindas, ir a buscarse al trabajo o a la salida del colegio, regalarse flores o anillos y, finalmente, intercambiar información genética”.

“El libro propone una mirada un poco extremista sobre el tema –admite el autor–. Lejos estaría de mí negar cuánto pesa nuestra historia, nuestra cultura y nuestra sociedad. Pero eso es bastante conocido y es parte de las charlas con nuestros amigotes todos los días. Nuestra parte biológica no es tan conocida en términos coloquiales y muchas de las cosas que hacemos se deben a la biología, y no tanto a la historia, a la cultura o la moda. Y dentro de esas cosas está nuestro comportamiento sexual. Somos bichos como cualquier otro, a lo que se le suma, por supuesto, nuestra cultura, pero no debemos olvidar que también somos seres biológicos.”

–¿A qué se refiere con “una mirada extremista”?

–Me parecía más interesante mostrar una mirada biológica porque la balanza está inclinada hacia el terreno cultural, sobre todo en temas como el comportamiento sexual o la reproducción. Nadie se pone a pensar que te gusta el otro por “algo más”.

–¿Se sirve de esa mirada extremista para desmitificar cuestiones culturales, como cuando señala que todos los hombres están destinados a ser hembras?

–Este es un hecho puramente biológico, hasta el más machotote de todos alguna vez fue un tanto indefinido (risas). Es un clásico en la biología, aunque no se conoce masivamente. Somos una cosa indiferenciada más o menos hasta las seis semanas de desarrollo y no se puede decir si somos macho o hembra. ¿Por qué digo en el libro que todos somos hembras al menos que pase algo? Porque si no pasa nada en ese embrión diferenciado, se transforma en hembra. Pero para transformarse en macho tiene que pasar algo, que es que se prende un gen que está en el cromosoma Y, y ese gen le empieza a decir cosas a esa célula para que se transforme en un testículo, en un conducto diferente, hasta que finalmente “varón, dice la partera”. Es un período crítico porque se está desarrollando el sexo de un embrión, que no es poco. En otros bichos es aún más divertido. Hay bichos cuyo sexo depende de la temperatura en la cual están siendo incubados, como las tortugas y varios reptiles. No sabemos qué somos hasta las siete semanas, y más allá de la orientación sexual, no sabemos nunca qué somos.

–¿Cómo explica la ciencia la homosexualidad?

–La biología no es unívoca porque no existe el gen de la homosexualidad. En todo caso lo que podés tener es condicionantes hacia la mayoría de los comportamientos que vas a tener, y entre esos comportamientos está la condición sexual. Hay condicionantes biológicos más o menos demostrados, incluso hay lugares en el cerebro que son trimórficos (esto está en estudio y es polémico): habría una forma de los núcleos del cerebro para machos, para hembras y para personas de orientación homosexual. Los primeros trabajos se hicieron en los años ’70 en Holanda, pero eran estudios anatómicos post mortem. ¿Por qué no pensar al revés: en vez de que el cerebro moldee tu comportamiento sexual, que sea éste el que determina tu cerebro? Los últimos estudios realizados apuntan a que habría algo en el cerebro que condicionaría el comportamiento sexual. Sin embargo, ese algo por sí solo no vale nada.

–De todos los ejemplos que abundan en el libro, ¿qué animales o especies se comportan sexualmente de modo muy parecido al hombre?

–Hay aspectos muy raros en el comportamiento sexual de los humanos, por ejemplo, que las hembras escondan su ciclo menstrual, que no den señales de fertilidad. Y eso conlleva a algo más raro aún: que el comportamiento sexual se da fuera del momento de fertilidad. Otra cosa extraña es que el comportamiento sexual no se restringe a la etapa reproductiva. La mujer sigue siendo sexualmente activa después de la menopausia, lo cual es maravilloso, pero es una excepción en el reino animal. Dentro de los primates, considerados nuestros primos cercanos, el chimpancé y los bonobos tienen un comportamiento opuesto. Podríamos decir que los primates resuelven sus diferencias sentimentales con la guerra, y los bonobos resuelven sus diferencias bélicas con el amor. Si uno lee el diario, se siente medio primate porque todo se resuelve violentamente, pero si uno mira un círculo mucho más pequeño, un poco de bonobos tenemos porque nos gusta pasarla bien y resolver las cosas de la mejor manera posible. Pero no se puede comparar mucho más allá porque los bonobos se mandan unas orgías de aquéllas (risas). Si hay dos poblaciones de bonobos en conflicto, terminan en orgía, todos con todos... y todos amigos. Siempre el sexo genera tabúes en todas las sociedades y basta con repasar los estudios clásicos de Margaret Mead. Nuestra monogamia es un misterio dentro del reino animal. Los que estudiaron al vole de las praderas (también llamado a veces “perrito de la pradera”) descubrieron que algunos eran monógamos y otros polígamos. Y encontraron que eso se debe a la influencia de unas hormonas, la oxitocina y la vasopresina; y dependiendo del nivel de hormonas que tengan, serán monógamos o polígamos.

–El tono del libro es irreverente y zumbón. ¿Qué papel cumplen el humor y la ironía en la divulgación científica?

–Contrariamente a lo que la gente piensa, los científicos se ríen, cogen, comen (risas). Más allá de una cuestión de estilo, es un precepto de la colección abandonar el discurso acartonado. El trabajo en el laboratorio es tremendamente creativo, pero estás tantas horas con otros compañeros que si no te lo tomás con humor se hace difícil. Ser racional, no te quita el humor ni tampoco una mirada poética sobre la vida. Entender las estrellas no te saca la poesía ni el placer de estar mirándolas con tortícolis y maravillado. La ciencia es una mirada que junta en una misma bolsa lo racional y lo mágico... (piensa). Espero no arrepentirme de lo que acabo de decir (risas).

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