HOMENAJE A OSVALDO SORIANO, A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE
Fue en la Chacarita, donde sus restos descansan desde ahora en un lugar especial. El emotivo recuerdo de amigos y familiares.
› Por Oscar Ranzani
El sol brillaba sobre los mármoles de las lápidas que pueblan el cementerio de la Chacarita. Con calidez se colaba entre los árboles plantados en el cruce de la calle 6 y las diagonales 103 y 115 de la necrópolis porteña. Allí mismo quedó inaugurado un sector triangular delimitado con flores, donde descansan los restos de Osvaldo Soriano. Es que ayer se cumplieron diez años de la inmortalidad del Gordo, notable escritor y periodista, amante ferviente de las mascotas felinas y fanático de San Lorenzo. Su gata Chiruza, la que “aprobaba” sus escritos posándose sobre ellos, faltó a la cita sólo porque ya no vive. Pero había muchos amigos que decidieron reafirmar su constante presencia, a diez años de su muerte. El gobierno de la ciudad le destinó este emplazamiento y su viuda, Catherine Boucher, y el hijo de ambos, Manuel, de diecisiete años, llegaron desde Francia hasta la última estación de Soriano. “Este espacio es más que nada para sus lectores. No es para mí”, afirmó Catherine a este diario y recordó que “a Osvaldo siempre le gustaba ir a las tumbas de los escritores que admiraba. Cuando iba a alguna ciudad buscaba siempre el cementerio”. En el emotivo homenaje hablaron Francisco Juárez, Héctor Olivera, Roberto “Tito” Cossa y el jefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman. Además de los amigos, artistas, periodistas y directivos de Página/12, estaban los miembros de la Sucomisión del Hincha del Club Atlético San Lorenzo de Almagro luciendo camisetas azulgranas.
Antes de que el acto comenzara, los hinchas le obsequiaron a la viuda de Soriano dos libros: Volver a Avenida La Plata y Memorias del viejo gasómetro. Francisco Juárez abrió el acto-homenaje, señalando que Soriano “vive en cada uno de nosotros: en los que tuvimos el privilegio de estar desde el primer momento como amigos en la intimidad, compañeros en los trabajos periodísticos, en los viajes y en la bohemia pero también en cada uno de los lectores”. Luego de su intervención, leyó un texto de Osvaldo Bayer, que no pudo estar presente (ver aparte).
Héctor Olivera, director de Una sombra ya pronto serás y No habrá más penas ni olvido (películas basadas en novelas de Soriano), brindó otro discurso emotivo: “Triste. Tristes estamos nosotros. Osvaldo no era un hombre triste. Osvaldo era un chico que se divertía. Era un adolescente con un entusiasmo fabuloso. Cuando fue la filmación de Una sombra ya pronto serás, en las salinas del sur de la provincia de Buenos Aires, se alternó con los actores. Fueron unos momentos en que yo me divertía más qué él de ver con qué entusiasmo, con qué alegría participaba de todo”, arrancó Olivera para luego pasar a la segunda parte de su discurso: “Solitario. Solitario no fue Osvaldo porque tenía el amor de su mujer, de su hijo, el amor de sus gatos, el amor de sus amigos de los que estamos muchos acá. Pero algo maravilloso que solamente los artistas como él tienen y que es el amor de su público, de los lectores de Página/12 con esas contratapas tan divertidas y que hoy con todas las cosas que ocurren en el país uno extraña tanto. Es decir, no fue un solitario”. Y por último: “Lo que fue ‘final’, y es un crimen de la muerte, es habernos cortado ese creador, haber cortado su obra y haber terminado con la vida de un hombre de cincuenta y tantos años que a quienes tuvimos el gusto, el honor, el placer de conocerlo, nos dio la alegría de vivir”.
Tito Cossa habló de las contratapas que extrañan tanto sus lectores como sus amigos. Pero también de otro tipo de necesidad que sienten quienes lo conocieron y que está vinculada a su ausencia: “Los encuentros, las charlas, el compartir con él. Con el Gordo no se compartía media hora ni una hora, siempre eran varias horas. Y siempre eran vitales, alegres. Serios cuando hablábamos de política. Y empecé a pensar justamente hoy cómo esa falta personal, esa falta del amigo, es también la falta del libro y de la contratapa de Página/12”, afirmó Cossa, quien agregó que “es un día personalmente curioso, difícil, doloroso para mí porque hoy también (por ayer) se cumplen veinte años de la muerte de Carlos Somigliana, un gran dramaturgo, hombre de los derechos humanos que fue amigo del Gordo. No tuvieron una gran amistad pero sí una onda increíble. Una de las cosas mejores que me han pasado eran algunas reuniones en el Café Tortoni donde Osvaldo Soriano y Carlos Somigliana se sacaban chispas y donde, de pronto, pasábamos a conversaciones sobre aquellos temas de los años difíciles”.
El jefe de Gobierno porteño cerró el acto señalando que “es uno de los homenajes que la ciudad de Buenos Aires se las quería ingeniar para dárselo a uno de sus hijos dilectos. Y para ser hijo dilecto de la ciudad de Buenos Aires, lo mejor es no ser de la ciudad de Buenos Aires. Porque Buenos Aires es una ciudad a la que se viene y no de la que se va. O en todo caso, la mejor Buenos Aires”. Una vez finalizado el discurso de Telerman, se descubrió la lápida, donde figura grabado: “Basta de muertes y empezó a cerrar la tumba”, de Triste, solitario y final.
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