ENTREVISTA AL ACTOR HUMBERTO TORTONESE
Lejos de su etapa en el teatro under, se da el lujo de reírse de todo y de todos, pero desde los grandes medios. Participa de RSM (América) y de dos ciclos radiales en la Rock&Pop. Se siente feliz por su sobreexposición, pero aclara: “No soy parte de la familia televisiva”.
› Por Emanuel Respighi
No hay duda: en la vida real, Humberto Tortonese es el mismo que diariamente despotrica sin pelos en la lengua contra la farándula local en la TV o en la radio. Pero no sólo por el detalle de que en RSM (lunes a jueves a las 21, por América) el hombre viste tal cual lo hace en su vida cotidiana, de estricto jean y camisa, con el largo pelo apenas atado por una colita de goma. Más bien la no distancia entre el personaje televiso y el real se refleja con mayor evidencia en cierto estado anárquico con el que enfrenta ambos mundos. Al menos ésa es la primera impresión que tiene el cronista, que sólo logró hacer la entrevista por casualidad. ¿Por qué? Es que el reportaje estaba pautado para realizarse en un bar de la zona de Palermo pero, de buenas a primeras, Tortonese decidió cambiar de lugar... sin avisar a nadie. Sólo la casualidad hizo que este periodista y Tortonese se encontraran en el bar elegido por el actor. “Lo que pasa es que el otro era un restaurante demasiado formal”, dirá, después, antes de pedir un mojito que acabará con precisión de relojero al finalizar la nota.
De lengua larga y filosa, que no duda en decir lo primero que se le viene a la cabeza, aun cuando el comentario haga foco en las miserias, los absurdos y las frivolidades del jet set y la política local, Tortonese encontró la fórmula para decir todo aquello que la gente piensa pero que nadie del medio se anima a decir (en público). Pero en su “pasando revista”, la sección que posee en RSM, dispara sus dardos con tanta naturalidad y sin perseguir ninguna otra intención, que logra situarse en el punto medio entre los críticos especializados y los chimenteros transeros. Así, tanto en el programa de Mariana Fabbiani como en los dos ciclos radiales en los que acompaña a Elizabeth Vernaci en Rock&Pop (Radio portátil, a las 6.30, y Tarde negra, a las 17), el hombre flaco y alto alcanza a criticar sin herir, a subrayar el defecto sin lastimar. “Es que no soy rebelde, simplemente no adhiero a ningún protocolo establecido”, se defiende.
Ex compañero de escenarios de Batato Barea y Alejandro Urdapilleta en el mítico Parakultural, en los tormentosos años ’80, Tortonese transita hoy por el momento de mayor popularidad de su trayectoria. Tras haber entrado a la mayoría de los hogares argentinos con su personaje de la diputada Gasconcha en el programa de Susana Giménez, el actor se da el lujo de reírse de todo y de todos ya no cubriéndose detrás de un personaje sino desde su misma figura. “Hay que ver hasta dónde me dura este veranito. Ya van a venir épocas en las que tendré que trabajar de verdad. Yo hago de mí, no tengo que estudiar nada ni estar informado de nada que no quiera ni me interese. No tengo que lidiar con los caprichos de ninguna estrella. ¡Es el mejor laburo del mundo! Y por eso disfruto tanto”, le cuenta a Página/12 quien utiliza los medios para decir lo mismo que dice en una charla de amigos.
–¿Imaginaba que iba a alcanzar esta popularidad, que no conoce de edades ni niveles económicos, haciendo de usted mismo?
–Jamás pensé que me iba a transformar en una estrella televisiva. No sé qué pasó. Pero tampoco soy consciente de eso, por eso digo lo que digo. Yo simplemente hago mi trabajo. Soy el mismo Tortonese bocón de siempre. Lo que me doy cuenta es que ahora puedo llenar el teatro. Me acuerdo que yo quería hacer con La voz humana una obra para poca gente, intimista, y terminó siendo un suceso. La popularidad es linda pero jodida, porque hace que las cosas se te vayan de las manos.
–Y que tenga que trabajar más de lo debido. Hoy, Tortonese pareciera estar de moda. Lo siguen los jóvenes, los adultos y hasta la gente grande.
–En mi caso, todo se fue dando sin proponérmelo. ¿Qué iba a suponer yo que con mis comentarios se pudieran reír los pendejos, los viejos, los pobres, los ricos, los chetos?
–La diputada Gasconcha, en el living de Susana Giménez, fue fundamental para que ampliara su público sin correrse de su estilo.
–Totalmente. Susana tiene audiencia de señorotas que entraron en las guarangadas de la diputada, tal vez porque era un discurso desconocido para ellas. Y, después, creo que me hizo muy bien presentarme no como un personaje sino como yo, Tortonese, algo que nunca había hecho. Estar en un programa, hablando libremente de lo que sea, está buenísimo.
–¿Y cómo surgió la idea de “pasando revista”, la sección que logra el mayor pico de rating de América según el minuto a minuto?
–Se dio por casualidad. Cuando empezó RSM, yo todavía no sabía qué iba a hacer y no estaba muy cómodo, me dijeron que me quedara unos días más pasando revista. Y ahí surgió. Se dio como cuando las cosas se tienen que dar. Yo soy un tipo afortunado. La radio, más allá del trabajo, también se dio como algo chiquitito y hoy estoy a la mañana y a la tarde, disfrutándola. ¡No puedo creer que pueda cumplir con los horarios y trabajar y trabajar! Estoy disfrutando todo lo que hago.
–¿O sea que “atarse” a los horarios es algo nuevo para usted?
–Y... yo antes no agarraba dos trabajos ni en pedo. Agarraba uno y ya estaba. Después me quedaba sin trabajo y sumaba meses viendo qué carajo hacía, o planificando alguna obra. Ahora, la gente que me contrata adecua sus horarios para contar conmigo. ¡Algo inédito! Nadie sabía cómo le iba a ir a la obra de teatro y terminó yéndonos bárbaro, haciendo dos funciones diarias. Así terminé: en un momento del año pasado estaba haciendo TV, radio y teatro todos los días. Trabajaba de lunes a lunes. Hasta que me dije: “¿Qué estoy haciendo? ¿necesito estar así?”. Por eso ahora paré un poco: ¡tengo algunas mañanas libres! Al menos puedo dormir.
–El famoso “precio de la fama”.
–Lo que pasa es que si seguís como único parámetro esa máxima del espectáculo de que hay que aprovechar el momento te volvés loco. El tema es que más estás, más se acuerdan todos de que existís. Yo siento que volví a “nacer” hace unos años. Ahora todos los productores me dicen que haga lo que quiera; antes me echaban por no atenerme a los guiones. Todo el mundo me quiere llenar los huecos que me quedan de ocio. Ahora estoy en etapa de sanidad.
–Acepta más de un trabajo, respeta horarios, ingresa en una etapa de sanidad, ¿le llegó la hora de la vejez?
–Es parte de la madurez que alcancé a los 42 años. ¿Me llegó un poco tarde, no? Antes me cagaba en todo, ahora sólo en unas cuantas cosas... Antes laburaba lo que quería y me gustaba, si no me gustaba algo del laburo, me iba a la mierda. Ahora ya no tengo esos impulsos. La veo a mi hermana, que labura de maestra todo el día como una perra y cobra dos mangos... Me doy cuenta de que no puedo hacerme el loquito, que tengo la oportunidad de hacer lo que me gusta y que me paguen bien. No estoy en un momento conflictivo de mi vida. No protesto por las cosas que hago. Creo que eso es porque la paso bien en los trabajos que tengo.
–¿Es consciente de que usted sigue haciendo lo que quiere, pero que mientras en los ’80 vivía como podía hoy le pagan cifras altísimas? ¿Qué fue lo que cambió? ¿Usted o la sociedad?
–Siempre me mantuve con lo que ganaba. Cuando empecé a trabajar en el teatro, me mantenía con ese puñado de pesos que ganaba, que para mí no era una fortuna pero me alcanzaba para vivir o sobrevivir. Sólo al comienzo de la época del Parakultural laburaba en otras cosas. Y después vino la época con Antonio Gasalla, en el ’92 , donde gané mi primera plata importante. Me acuerdo que estaba muy contento, porque a mí me encanta hacer cosas con la plata. No la malgasto, la invierto. Tengo una casita en Miramar y le compré un molinito y yo estaba chocho. Y ahora también me gusta arreglar mi casa e irme de vacaciones. ¿Está mal?
–Pero ahora la industria le abrió los brazos.
–La sociedad va cambiando siempre, y con Menem en el medio los cambios son más bruscos, invariablemente. La gente se fue adaptando a un nuevo lenguaje, a la pluralidad de voces. El mundo de la TV y el espectáculo ya no es más un ambiente sagrado. Ni siquiera las figuras son intocables, porque demostraron que son tan o más miserables que la gente común. Creo que la gente entendió mi humor, que antes sólo era comprendido por algunos pocos. No soy ni un hijo de puta ni un malvado. La gente ve que lo mío es transparente, divertido. Los chimenteros son peores.
–Ya no es un iconoclasta.
–Ahora me vienen a ver desde los chicos de 12 años a las señoras de 60. Cuando voy por la calle, me saluda desde el cartonero hasta las señoras que van a tomar el té con sus amigas a la Recoleta, pasando por el estudiante, el ricachón del Mercedes Benz y el tachero. Es genial. No hay sensación más rara que la de llegar a todos. Algunos me saludan por la TV, otros por la radio, un grupo por las viejas épocas y muchos por todo a la vez. Pero yo no soy parte de la familia televisiva.
–¿No tiene complejo con eso, usted que proviene del under?
–No, pero porque yo no acepté ningún tipo de condicionamiento. Todo depende de cómo uno ingresa a los grandes medios. Si lo hacés bajándote los pantalones, cagaste para toda la vida. Por ejemplo, ¡pobres los pibes de Gran Hermano! Porque más allá de la estupidez generalizada, si eligieron ese camino para llegar a ser actores, eligieron el sendero más espantoso. ¿De qué les sirve a los pibes todo eso? Uno sabe que está laburando siguiendo un camino buscado. En cambio, estos pibes no eligieron nada. Gran Hermano es la peor puerta que se te puede abrir para ser actor, porque a lo sumo podés terminar haciendo revista con Sofovich. ¡Como si fuera un gran logro ponerte en pelotas, abrir una puerta y decir tres palabras inservibles en alguna revista de Sofovich!
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