MUSICA LA FILARMONICA DE ISRAEL SE PRESENTO EN BUENOS AIRES
A su imagen y semejanza
Zubin Mehta le imprime a la orquesta su sello personal, tanto en las virtudes como en los defectos. Impecable en Mozart, la orquesta sonó perfecta, pero falta de dramatismo en Mahler.
Por Diego Fischerman
La identificación entre la Filarmónica de Israel y quien es su director vitalicio desde 1981 es absoluta. Zubin Mehta, antes conductor de la orquesta de Los Angeles y luego de la Filarmónica de Nueva York, le aportó su sello de manera indeleble, hasta el punto que tanto las virtudes como aquellos aspectos que pudieran resultar más discutibles del estilo de la orquesta están calcados de las cualidades y defectos del propio director. Entre las primeras aparece, sin duda, la elección del repertorio. No son muchas las orquestas que se animan con una obra como la sexta sinfonía de Gustav Mahler y muchas menos las que se atreven a llevarla en un programa de gira.
Si hay otro autor complicado, aunque por los motivos opuestos, es Mozart. La transparencia de su escritura, el equilibrio entre grupos orquestales, la liviandad y claridad de la frase, se rompen con nada. No hay, posiblemente, composiciones más delatoras de cualquier eventual falla en la interpretación que las sinfonías de Mozart. El concierto inaugural de esta nueva visita de la Filarmónica de Israel a Buenos Aires empezó, precisamente, con una sinfonía de Mozart, la Nº 41, y concluyó con la Sexta de Mahler. Un desafío que le sirvió para demostrar su capacidad de concentración, la solvencia técnica de sus filas y el profundo compromiso estilístico que asume con cada obra de su repertorio.
En la última sinfonía escrita por Mozart, donde se invierte la tradicional línea narrativa en tanto el núcleo más duro es colocado en el último movimiento y no en el primero, priman, como en mucho de lo escrito por este autor, las contradicciones y ambigüedades. Nada es exactamente como podría esperarse que fuera –es decir como lo era para la mayoría de sus contemporáneos– y la más lírica de las elegías puede estar puntuada por abundantes disonancias y acentos disruptivos –como en el movimiento lento– y el final, en general poco más que una fanfarria para que todo termine bien y en la misma tonalidad que se comenzó, puede, en este caso, convertirse en una suprema aventura formal de combinación de motivos, en un complejísimo contrapunto. Mehta y su orquesta lograron una versión en que la densidad no atentó contra la frescura. La ubicación de la orquesta, a la antigua –con primeros y segundos violines situados en extremos opuestos del escenario–, contribuyó a la claridad de los planos y a la definición del contrapunto.
En un concierto que tuvo mucho de acontecimiento social, con entradas carísimas vendidas a beneficio de instituciones solidarias, abundantes celulares sonando en medio de la música y voces, toses y aplausos extemporáneos compitiendo entre sí por el premio al espectador más molesto, todo había comenzado con los himnos nacionales de la Argentina e Israel y concluyó, después de la esperable ovación, con Nimrod, una de las Variaciones Enigma de Sir Edward Elgar, precedida por unas breves palabras de Mehta, en castellano, a favor de la paz para ambos pueblos. Entre unos y la otra transcurrió una de las obras cumbres de comienzos del siglo pasado, la Sinfonía Nº 6 de Gustav Mahler, subtitulada por él mismo como Trágica. Más allá de los dudosos contenidos autobiográficos, y en tanto en la obra no existe ningún argumento extramusical evidente, de lo que se trata, en todo caso, es de algo en lo que Mahler sí creía y es la capacidad de la música, a partir de sus propios dramas y peripecias –fragmentación de motivos, modulaciones, superposiciones de temas, citas aelementos provenientes de tradiciones populares, contrastes dinámicos, variaciones tímbricas y de densidad– de representar otros dramas. O, eventualmente, una especie de drama no argumental, anterior a las palabras, de drama en sí mismo, que no sería otro que la propia condición humana. La versión de Mehta, independientemente de algún desajuste menor y alguna falla poco significativa en algún pasaje solista de corno o de trompeta, fue de una precisión impactante. La orquesta, sobre todo en las cuerdas y percusión, fue de una perfección implacable. Pero allí es donde aparece el lado oscuro de Mehta: cierta tendencia a la exterioridad y un punto donde la corrección no logra cruzar la frontera hacia la trascendencia. Mahler sonó exacto, pero chato y carente de drama, justamente en una obra en que la cualidad trágica de lo musical aparece expuesta desde el título.
8Orquesta Filarmonica de Israel
Director: Zubin Mehta.
Obras de Mozart y Mahler.
Teatro Colón. Jueves 4.
Nuevo concierto: Hoy a las 20.30, con obras de Maayani, Beethoven y Dvorak.