Lun 16.04.2007
espectaculos

“MEFISTOFELE”, DE ARRIGO BOITO, EN EL TEATRO COLISEO

Contradicciones de una ópera ampulosa

› Por Diego Fischerman

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MEFISTOFELE
Opera de Arrigo Boito con libreto propio, basado en el Fausto de Goethe.

Director musical: Mario Perusso

Director del Coro Estable: Salvatore Caputo

Director del Coro de Niños: Valdo Sciammarella

Elenco: Mikhail Kit, Francisco Casanova, Virginia Tola, Elisabeth Canis y Rubén Martínez.
Orquesta Estable, Coro Estable y Coro de Niños del Teatro Colón Teatro Coliseo. Viernes 13

Nuevas funciones: mañana, sábado 21 y miércoles 25 (en estas dos últimas funciones el papel de Margarita será cantado por Carla Filipcic-Holm)

En el fútbol se utiliza la expresión “un gol de otro partido”. La imagen bien podría aplicarse al aria de soprano “L’altra notte in fondo al mare”, en el tercer acto de la ópera Mefistofele, de Arrigo Boito. Una obra ampulosa, llena de pretensiones y efectos fáciles desemboca en uno de los momentos más bellos e intensos que puedan imaginarse y después todo vuelve, como si nada hubiera pasado, al pantanoso estruendo general. El Colón programó, como parte de su obligada temporada fuera de sede, debida al plan de refacciones de la sala, una versión de concierto, es decir sin vestuarios, escenografía ni actuaciones y con un corte con respecto al original (la supresión del cuarto acto). La decisión es acertada en tanto mal puede perder acción y tensión teatral una obra que carece de ellas. Pero la versión, como si se hubiera mimetizado con las particularidades de la obra, también tuvo un único momento brillante, precisamente el aria de Margarita interpretada maravillosamente por Virginia Tola. Y el resto podría –debería– ser olvidable si no fuera por su empeño en volver como un mal recuerdo.

Boito es un personaje marginal en la historia de la música. Intelectual brillante, teórico del wagnerianismo y crítico de la decadencia de la ópera italiana, libretista genial –de Otello y Falstaff de Verdi entre otras óperas– y buen poeta, cometió en Mefistofele todos los errores de alguien con demasiadas ideas. Un texto interesante, magníficamente versificado, naufraga entre orquestaciones gigantescas e insistentes fortísimos. Un ejemplo es el verso “con un suave sonido”, en el inicial Prólogo en el cielo, y su ensordecedora musicalización. Boito, por otra parte, rechazó explícitamente las convenciones dramáticas de la época e intentó un tipo de narración que dependiera más del relato interior que de las contingencias. Y en ese sentido, la versión “oratorio” no le queda nada mal aunque depende, claro está, de la excelencia musical, sin disimulo posible por el lado de la teatralidad.

La brillante actuación de Tola tuvo un buen complemento en la dignísima interpretación del bajo Mikhail Kit (el gran Boris Godunov de la temporada pasada) en el papel de Mefistofele, con un timbre homogéneo y un fraseo preciso. El buen rendimiento del Coro Estable, conducido por Salvatore Caputo –excelente en el pianísimo inicial, un poco excesivamente gritón en los fortísimos y con algunos desajustes rítmicos y dificultades para los agudos en el prólogo– y el notable desempeño del Coro de Niños, dirigido por Valdo Sciammarella, estuvieron también entre los puntos positivos, junto a las correctas actuaciones de Elisabeth Canis como Marta y Rubén Martínez como Wagner, el ayudante de Fausto (podría ser un chiste de Boito pero no lo es). El tenor dominicano Francisco Casanova, con potencia y aparente fluidez para llegar a los agudos, tuvo, sin embargo, desniveles alarmantes. Por momentos, sus agudos sonaban totalmente estrangulados y, sobre todo, su afinación fue absolutamente errática. La estrella de la ópera es la mencionada aria de soprano y la estrella de la noche fue, sin duda, la soprano de la mencionada aria. Tola tuvo presencia, magnetismo, proyección y fue conmovedora sin alejarse un ápice de una línea de emisión de singular pureza y de un fraseo delineado con absoluta precisión, más allá de que uno de sus agudos haya quedado apenas por debajo de la nota debida.

Pero fue también en esa aria donde quedó expuesta la pasmosa contradicción que atravesó la obra. La melodía de la soprano es acompañada, como resulta habitual en el repertorio italiano del siglo XIX, por un arpegio –las notas del acorde tocadas en sucesión y no simultáneamente– que remeda, tal vez, el origen popular de estas canciones. Y pocas veces un arpegio fue tan mal tocado como en la función de estreno de esta versión. Sin ningún matiz ni destaque entre unas notas y otras, esos sonidos emitidos por los vientos sin musicalidad ni gracia, nuclearon los defectos de la dirección de Mario Perusso. Más allá de los desajustes, de las imprecisiones en los ataques y los cortes y los excesivos problemas de afinación en los bronces y las cuerdas graves, lo peor fue la falta de intencionalidad musical. En esta ocasión, la Orquesta Estable no tocó frases musicales sino, simplemente, notas. Sin matices, sin expresión y sin una pizca de sutileza. Y en una obra aburrida de por sí, eso ayuda bastante poco. En todo caso, esta Mefistofele hace imposible cualquier promedio. Se trata, apenas, de un momento extraordinario crecido, extemporáneo, como una flor en el desierto, entre dos horas de tedio: un gol de otro partido.

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