ENTREVISTA A JUAN SASTURAIN, QUE HOY ESTRENA “VER PARA LEER”, POR TELEFE
El escritor y periodista explica la lógica del ciclo de literatura –el primero de la TV comercial– que conducirá los domingos a la medianoche. A diferencia del típico programa sobre libros, Ver para leer tendrá una estética desacartonada, con elementos de ficción.
› Por Emanuel Respighi
Quien haya tenido el privilegio de poder dialogar, algunos minutos al menos, con el escritor y periodista Juan Sasturain se habrá dado cuenta de que el autor de Manual de perdedores tiene una relación íntima con el lenguaje, propia de aquel que lee mucho pero que –se intuye y se corrobora luego– escribe mejor. Es que de la misma charla, por más corta que sea, hasta el interlocutor más distraído puede suponer que se trata de alguien estrechamente relacionado con el mundo de la palabra. Incluso, la conjetura se refuerza a través de los ojos, pues su humanidad y forma de vestir parecen condensar aquella idea fundada en el imaginario social sobre el escritor. Tal vez sea por todo eso que Claudio Villarruel pensó en Sasturain cuando debió elegir al conductor de Ver para leer, el ciclo de literatura que a la medianoche de hoy se estrena por Telefé.
Producido por Telefé Contenidos, Ver para leer marca un hito en la historia de la TV argentina, si se considera que es el primer programa sobre literatura de la TV comercial. Históricamente alérgica a los libros, generalmente relegados al cable o a la pantalla estatal, la TV privada le abre hoy un espacio a un universo inexplorado, que para varias generaciones de programadores no fue nunca relevante. Alejada de las tediosas propuestas en las que un conductor entrevista a un escritor, sin más que dar a conocer las últimas novedades de la industria literaria, Ver para leer reformula la típica estructura de programas sobre libros, en un innovador diseño que mixtura la divulgación de contenidos literarios con elementos de ficción. Mejor dicho: es un ciclo de ficción en el que se entremezcla continuamente la literatura de ayer y de hoy (ver aparte).
–Ver para leer representa todo un desafío para usted: debutar frente a las cámaras a los 61 años en un ciclo televisivo sobre literatura, con los recelos históricos que esa relación tiene, no es una apuesta segura. A priori, pareciera que tiene más para perder que para ganar...
–¿Ganar o perder qué? No, ni una cosa ni la otra. El programa es una idea de Villarruel, que andaba buscando alguien que hablara con fluidez y naturalidad de literatura. Y le habrá parecido que yo podía servir. Cuando me comentaron el concepto del ciclo nos tuvimos que acomodar mutuamente: yo, a la idea, y ellos, a lo que yo estaba dispuesto a hacer.
–Y llegaron a un acuerdo...
–Obviamente, si yo tuviera que hacer por las mías un programa de libros no sé qué ciclo haría. Yo no creo que necesariamente un tipo hablando sobre literatura sea aburrido. A mí no me parecen aburridos los programas de narración, depende de quién es el que habla y qué es lo que dice. No es necesario que tenga una ficción o pasos de comedia. Este programa le habla a un televidente del que se presupone que no tiene interés previo ni expectativa sobre la literatura. Ver para leer es una alternativa, no necesariamente el modelo. Podría hacer este ciclo como otro, parecido o no, no sé. Ver para leer es un trabajo colectivo, que no le pertenece a nadie.
–Eso es un cambio para usted, acostumbrado al trabajo individual de un libro o de una nota periodística...
–Esto es otra cosa. No tiene absolutamente nada que ver. Lo que más me gusta es que en este programa aparezco como una de las cosas que soy: como lector. A mí me gusta leer brolis. No tengo que inventar nada. Cuando tengo que “vender” un libro, en el mejor sentido de la palabra, lo hago por mis gustos y no por otra cosa. En el programa vamos a hablar de libros, de literatura, no de novedades ni de ediciones. Hablo de libros que me gustan, no de textos que me encargan, me piden o se publicaron. Hablar de literatura es hablar de todos los libros: desde Petrarca en el siglo XIV hasta el último libro de Pablo de Santis.
–Los libros no tienen fecha de vencimiento.
–La literatura siempre está viva. Por eso hablamos de literatura desde cualquier costado. Y, la otra pata es que lo hacemos desde el placer.
El programa se supone que está dedicado a gente que no lee habitualmente, que se sienta frente al televisor y no tiene la más puta idea de quién se habla, por eso no hay ningún sobreentendido respecto de los autores ni de los textos. Uno menciona a Joseph Conrad, Scott Fitzgerald, Eduardo Mallea o a Roberto Arlt y se explica brevemente de quién estamos hablando.
–¿Es arriesgado suponer que el programa tiene por objetivo inducir a la lectura?
–Muy genéricamente lo hace. No estoy muy de acuerdo con ese tipo de programas de explicar la necesidad de la gente que lo hace. No hay ninguna necesidad. Yo puedo vivir perfectamente sin leer. Lo que sí creo, y es lo que vale la pena, es en transmitir el placer de leer. La literatura es un universo que no es intercambiable por ninguna otra cosa, y mucho menos por la tele. A mí me gustan el fútbol, las mujeres y los libros. Y ninguna de esas cosas son intercambiables. Hay experiencias y sentimientos que sólo están en los libros; no están en otro lado. Todo el pensamiento y todos los sentimientos están en la literatura; la memoria de la humanidad está en la literatura. La literatura es un universo infinito en el cual uno se tiene que mover a través del placer. Por eso es que quiero transmitir el gusto. ¿Quién nos ha hecho leer a nosotros? Los maestros y profesores que nos transmitieron el placer, no los que nos enseñaron.
–El problema es que en la sociedad actual la experiencia del placer se fue perdiendo, reemplazada por una concepción que privilegia la respuesta utilitaria.
–Es que si uno trasladase a la literatura los valores habituales de cambio, hablando de los libros que más se venden, perderíamos el sentido último. Una cosa son los libros y otra, la literatura. Cuando Juan Gelman en el poema “Gotan” dice que nunca escribió libros, se está refiriendo a eso, a que escribe poesía. Los libros son una consecuencia, en su caso, de escribir poesía. La literatura se convierte en libro. El libro es un escrito material que se comercializa, pero no es la literatura.
–¿Y en Ver para leer cómo va a hacer para que la literatura no se convierta en un programa de TV?
–En el programa la impronta la marca la televisión. Es un programa de TV. Puede ser efectivo en términos de utilidad, que sirva, que aporte algo, pero puede no serlo en términos de medición comercial. Son categorías diferentes. No necesariamente todas deben tener la misma prioridad. Cuando la prioridad de una expresión artística la tiene el valor comercial, como parece muchas veces suceder en la TV, se produce una subversión –perdonando la palabra– de valores, ya que se anteponen ciertos parámetros a otros. En Ver para leer no va a ser así. No es un programa que va a pelear por el rating. Pero es importante que el espectador tenga atractivos para ver el ciclo. Es un mecanismo de seducción que cualquier forma de comunicación, incluso la literatura, necesita.
–Usted está acostumbrado a utilizar la palabra como herramienta de seducción, no el aspecto visual. ¿Cómo hace para trasmitir un comentario o una sensación sobre un libro, que son cuestiones más bien personales, a los televidentes?
–Estar al frente de un programa de televisión no es la misma situación que la docencia, en donde uno está frente a un auditorio de pibes sentados a regañadientes, o incluso que van por su propia voluntad, al que se tiene que convencer. Lo importante es que uno crea en lo que hace. Yo no sé si creo en la TV, pero creo en la literatura. Y eso basta.
–La literatura se impone a todo, en su caso.
–Es que me convocaron justamente por eso. No porque sea actor, sino porque puedo llegar a transmitir con cierta convicción mi relación con el libro. Eso es lo único que puedo garantizar. Ahora, si sale bien o mal, es otro problema.
–¿Qué le atrajo del proyecto? El periodismo tiende a separar la literatura por un lado y la TV por otro.
–Está todo mucho más mezclado. En mi caso, la vocación y la práctica laboral han ido juntas todo el tiempo. A veces bien, a veces mal, en ocasiones superponiéndose y otras divergiendo. Tiene que ver con la vieja dicotomía que se da entre los que queremos ser escritores y la tarea periodística, de los que no vivimos de la literatura sino de la escritura. Siempre va a existir la tensión. Esto es parte de lo mismo. Hay un espectro de prácticas profesionales para los cuales uno, de algún modo, se ha ido formando. Está en uno agarrarlas o no.
–En su caso, ha derribado ciertos prejuicios estructurales existentes en el mundo cultural: expresa públicamente su amor por lo popular, se dio el gusto de combinar literatura y fútbol, y ahora se anima a divulgar literatura por medios no convencionales...
–Este es un programa de divulgación, con todas las contradicciones que esto acarrea y críticas fundamentadas que se le pueden hacer. Hablar de Kafka en un minuto y medio y pasar inmediatamente a otra cosa es criticable. Ver para leer es una opción, pero no necesariamente el modelo de lo que debe ser la difusión literaria en TV. Uno trata de convivir con esas contradicciones o reaccionar de otro modo. Es muy personal. Hay quienes preservan la práctica de la escritura y no realizan otra. No por efecto contaminante sino por elección. Si bien la literatura puede no ser la fuente de sus ingresos, no la cruzan con otro tipo de escritura. Es respetable. Hay escritores que escriben y viven del campo o un kiosco. En mi caso, como tantos otros, no es así: uno vive de escribir, y escribe de todo y en todos los registros. Y eso es susceptible de crítica.
–A usted parecería no quitarle el sueño esa crítica...
–No se crea. A todos nos gusta que nos consideran. Yo hago televisión pero soy novelista. Y he escrito poemas, también, ¿eh?
–Pero se permite dar el salto que otros, tal vez, no dan por temor al “qué dirán”.
–Siempre he tratado de darme el gusto. Las cosas que me gustaban hacerlas, las he hecho. A veces bien, a veces mal. Pero nunca me impedí algo que quería hacer.
–Aun con las limitaciones televisivas, siempre es mejor que existan en la TV estos programas a que no tengan espacio alguno.
–Es absolutamente saludable la llegada de un espacio de literatura a la TV comercial porque desacraliza todo. Eso es absolutamente anterior a cualquier reflexión que uno haga del mismo. Si para algo puede ser útil un programa como éste, es para quitarles el miedo a la lectura y los autores, que no haya nada de intimidante ni de culpa en la relación con los libros. Se sacraliza tanto la literatura, que todavía se cree que mirar televisión está mal o va en contra de la lectura. Una estupidez.
–Un pensamiento que, incluso, espanta lectores.
–Hay escritores para todos los gustos y no necesariamente todos los escritores nos tienen que gustar. Hay escritores difíciles, otros más accesibles; también los hay buenos y los hay malos; hay buenos que venden muchísimos libros, y muy buenos que no venden nada; hay pésimos que se han vuelto millonarios, y pésimos que son unas ratas... El ser “exitoso” en términos actuales, un best-seller, depende mucho de la suerte y de cierta actitud para el marketing. En Ver para leer intentaremos dedicarnos a la buena literatura. Así como sabemos qué es el buen fútbol, también sabemos lo que es la buena literatura. Y eso no necesita ningún tipo de explicación o teoría. Tiene que ver con el placer, por el gusto, por la estética, por los valores que se manejan.
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