MIGUEL BRIANTE, EVOCADO POR JUAN FORN EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
El autor de Las hamacas voladoras fue recordado en la conferencia “El dilema del escritor periodista”. Allí Forn recordó, además, sus encuentros y su relación con Briante.
› Por Angel Berlanga
“Como Juan Rulfo o como Isaak Babel, Miguel Briante era un rey de la palabra, un esclavo de la palabra, un enfermo de la palabra.” Con estos puntos de contacto, en el asunto de contar, entre los tres escritores, inició Juan Forn su conferencia acerca de ese narrador orfebre que se llamó Miguel Briante, un hombre que nació en General Belgrano en 1944 y que escribió en este diario hasta 1995, año en que una caída accidental en su casa de los pagos natales le puso punto a su vida. “Como a Rulfo, como a Babel, a Briante le costó muchísimo escribir –dijo Forn anteayer, en la Biblioteca Nacional–. Y como pasa con ambos, la brevedad de su obra es motivo de interminables elucubraciones.”
“Lo que se ha dado en llamar el caso Briante ofrece tres instancias decisivas –explicó Forn–: la precocidad inicial con que se dio a conocer (que parecía anunciar una obra tan vasta como intensa); el silencio literario posterior a esa explosión creativa (desde que tenía 26 años hasta su muerte, a los cincuenta, Briante sólo iba a agregar cuatro cuentos al total de su obra, cuatro cuentos que, sumados, dan menos de veinte páginas); y el ejercicio impenitente del periodismo mientras tanto, a pesar de ese silencio literario.” Forn contó que a los dieciséis años Briante ganó con Kincón el concurso de relatos organizado por la revista El Escarabajo de Oro, dirigida por Abelardo Castillo; que a los 19 publicó su primer libro de cuentos, Las hamacas voladoras; y que por entonces jurado y crítica no podían creer que un pibe que todavía no llegaba a los veinte produjera “la primera relectura válida de Borges y Arlt” a un tiempo, el cruce de los dos autores clave en la continuidad de la literatura argentina. Visto a la distancia, planteó Forn, los dos padrotes de Briante, “los que leyó hasta quemarse las pestañas, las dos escrituras que cruza para encontrar la suya, son Borges y Rulfo”.
Forn contó que luego Briante se metió en tres “nuevos mundos” para él: la obsesión de escribir una novela que lo embarcara en el “boom latinoamericano”, su inserción como “niño terrible” en el periodismo y el alcohol. Asuntos que, tras la accidentada publicación de Kincón –ahora novela–, desembocarían primero en el silencio literario y más tarde “en un balanceo que iba a ser el leitmotiv en su vida: dejar el periodismo para poder escribir, añorar el periodismo cuando estaba afuera”. Confirmado, Primera Plana, Panorama, La Opinión, El Porteño y Tiempo Argentino fueron algunos de los medios en los que escribió. “Para algunos –-dijo Forn– su obra cumbre es la versión corregida de Kincón –reeditada en 1993–; yo me permito disentir: para mí el mejor Briante es el de los cuentos de Ley de juego.” Forn explicó que ese libro, publicado en 1987, es una versión “corregida y expurgada” de sus dos volúmenes de relatos anteriores –en 1968 publicó el segundo, Hombre en la orilla– a los que sumó tres cuentos de los ’60 que permanecían inéditos y otros cuatro nuevos. “A estos últimos él los llamaba ‘los de los gauchos fumados’ –recordó Forn– y sucedían dentro de esa mezcla de boliche de pueblo y sala de espera existencial ambientada en la nada que Briante llama ‘lo de Arispe’. En este libro es donde se nota con toda nitidez lo que ya había entendido, y quizá decidido, en 1968, pero sólo se animó a mostrar en 1987: que su territorio narrativo es General Belgrano, ese pueblo que había dejado a los nueve años para irse a vivir a Buenos Aires.”
“Como a todos los escritores poco prolíficos, a Briante se le ‘exigió’ siempre que escribiera más –siguió Forn–. Y la verdad es que el tipo escribió más, pero como pudo: encorsetado, presionado o simplemente camuflado en el periodismo. Encorsetado por el género, presionado por la fecha de entrega y la obligación de cumplir, camuflado por la astucia de convertir cada pieza en relato: ya que tenía que hacer periodismo, lo haría a su manera. Y su manera era ésa: contando un cuentito.” Los dos libros póstumos que reúnen las mejores piezas periodísticas de Briante, argumentó, vienen a demostrar que en realidad no había sido tan poco prolífico, que gran parte de lo que escribió resistió el paso del tiempo y que “aquel ejercicio que hacía a regañadientes le sirvió para terminar de cincelar su credo estético, además de serle necesario para respirar, porque un tipo como él no podía vivir sin contar”.
“Miguel Briante: el dilema del escritor periodista”, fue el título que escogió el autor de La tierra elegida y fundador del suplemento Radar –radicado desde comienzos de este milenio en Villa Gesell– para esta conferencia, parte del ciclo La Literatura Argentina por Escritores Argentinos, ideado por Sylvia Iparraguirre y coordinado ante el público por Silvia Hopenhayn. Tras repasar las filosas entrevistas de Briante a Manuel Puig, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges y de rematar su ensayo aludiendo a uno de esos cuentos de gauchos fumados, Forn respondió algunas preguntas y, ahí, contó cómo fueron sus primeros cruces con Briante: “A los veinte años me robé de la casa de mi tía Las hamacas voladoras, uno de los primeros libros de narrativa que leí; yo había hecho un viaje a Europa y volví, en plena Argentina de la dictadura, dispuesto a dedicarme a escribir poesía. A los pocos meses desemboqué en una librería que había puesto Briante, allá por el ’81, y me acuerdo de que había una edición carísima de las obras completas de Lautremont. Lo encaré sin saber que él era él, porque no relacionaba su libro con la cara; ‘¿Cuánta plata tenés, pibe?’, preguntó. Como no llegaba a comprar las primeras cinco páginas, metió la mano debajo de la mesa y me dijo: ‘Por esa plata, llevate esto, que te va a hacer mejor’. Era Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini. Años después le pregunté por qué le gustaba tanto; Lamborghini tiene una escritura muy particular, es muy provocador, y este libro es básicamente de putos que cogen entre sí de las maneras más descabelladas. ‘Pero en determinado momento –me dijo– te olvidás de las porongas y lo único que mirás es dónde el tipo pone las comas’”.
“El forastero apoya el vaso vacío sobre la barra y dice a los que miran el fuego agonizante.” Lo mejor será terminar por el final, con el relato de gauchos fumados en lo de Arispe. Dicen Briante, Forn, el forastero: “Que de noche sueño que acá adentro me está creciendo una víbora, y que cada noche se hace más grande y más grande y a mí no me importa y lo único que quiero saber es si cuando de tan grande que sea la víbora yo me muera, lo único que quiero saber es si la víbora vivirá”. Eso es, contó Forn, lo de Arispe para Briante: un boliche en el que, como en la literatura, no pasa convencionalmente el tiempo.
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