OPINION > A 40 AÑOS DE “SGT. PEPPER’S"
› Por Rodrigo Fresán
Recuerdo a mi padre, 1967, hace cuarenta años, llegando a casa con una flamante copia del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Y lo que más me impresionó entonces fue la cubierta del disco. ¿Quiénes eran todas esas personas? ¿Qué hacían allí? ¿A quién se le habría ocurrido la tan revolucionaria idea de poner las letras de las canciones en la contraportada? ¿Y por qué The Beatles se había convertido en otra banda y, para colmo, una banda militar? Lo segundo fue escuchar “A Day in the Life”. Esa canción en varias partes que comenzaba con una voz triste (Lennon) era interrumpida por otra voz más inquieta (McCartney), para culminar con un portentoso Apocalipsis sónico. Creo que fue entonces cuando fui irradiado –lección temprana, influencia absoluta– con la idea de pensar en módulos, escribir por partes y en capas, ensamblarlo todo más tarde y a ver qué pasa y qué sale. Un año y meses más tarde, esta impresión sería fijada y fortalecida todavía más por la visión de 2001: A Space Odissey, de Stanley Kubrick. Más pedazos, más piezas de puzzle, y una tercera voz (la de la computadora HAL 9000) tan british y resignada ante la ignorancia de los seres humanos. Y siempre lamenté que, en la escena de la desintegración de su memoria, HAL 9000 se despidiera entonando “Daisy Daisy” cuando hubiera sido tanto mejor que agonizara, melancólica, cantando cada vez más lento eso de “I read the news today, oh boy...” , eso de “Having read the book, I’d love to turn you on”.
Y lo cierto es que –como suele ocurrir con todos los grandes totems-hitos-hits–, el tiempo no ha sido justo con Sgt. Pepper’s, e incluso muchos de sus apólogos de entonces hoy han mudado sus afectos ya sea a Revolver o a The Beatles (The White Album). Las descalificaciones son varias: que no funciona como álbum conceptual, que hay canciones flojas y caprichosas, que se hace imperdonable la exclusión previa de “Strawberry Fields Forever” y “Penny Lane” (decisión que George Martin considera hoy “el error más grande de toda mi carrera como productor”), que la cubierta y packaging superan al contenido como hecho artístico... Pero nadie discute que es aquí donde se encuentra la summa absoluta y más excelsa de Lennon & McCartney. John y Paul trabajando juntos (con una ayudita de la edición del Daily Mail del 17 de enero de 1967) para conseguir la mejor y más lograda canción en todo el canon beatle: la –después de tantas luces de colores– muy sombría y tan ominosa “A Day in the Life”.
Por supuesto, no demoraron en aparecer los descifradores de mensajes drogadictos en sus versos, pero –suele también ocurrir con las cuestiones más geniales– la explicación era mucho más sencilla y sus responsables dijeron que la canción trataba “de leer el diario” (la parte de Lennon) y de correr para no perder el autobús del colegio (la parte de McCartney). Por supuesto, “A Day in the Life” –cinco minutos y treinta y tres segundos de duración luego de treinta y cuatro horas de estudio– trata de mucho más que eso. Y cualquiera que la escuche por primera, por millonésima o por última vez sabe que, en realidad, se refiere a la inquietante y cierta posibilidad de que toda una vida –“A Life in the Day”?– entre en un solo día. Y que todo eso –que todo lo que te pasó y todo lo puede llegar a ocurrirte– ocurra dentro de una canción, dentro de un disco, dentro de uno.
Cuentan que –para el crescendo orquestal– Lennon le encargó a Martin conseguir “un sonido como el del fin del mundo”. Está claro que Martin no sólo cumplió con el pedido sino que, de paso, le ofreció también el sonido del fin de Los Beatles. Deben haberlo sospechado ahí, queda más que claro ahora: imposible subir más alto que esto. A partir de entonces, a bajar por el largo y sinuoso camino de regreso a casa para dejarlo ser y dejar de ser, oh boy.
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