Lunes, 11 de junio de 2007 | Hoy
ENTREVISTA A LAWRENCE LESSIG, FUNDADOR DE CREATIVE COMMONS
El académico estadounidense defiende el “copyleft”, un modo de evitar el rígido esquema actual de derechos y que deja en manos del autor el tipo de licencia que quiere ofrecer.
Por Patricia F. de Lis *
Las leyes que han protegido la creación cultural en los últimos cien años no sirven en la sociedad digital. Es lo que defiende Lawrence Lessig, catedrático de Derecho en Stanford y fundador de Creative Commons, la alternativa más extendida al copyright. En la era YouTube, en que las herramientas creativas están en manos de millones de personas, Lessig defiende las licencias copyleft, en las que el autor decide qué derechos ejerce y qué libertades otorga a sus usuarios.
León Tolstoi estaba avergonzado. Su mujer lo presionaba para que aceptara el dinero que procedía de sus derechos de autor, pero él creía que no debían ponerse límites, ni precio, a la extensión de sus ideas. “Para mí es un sufrimiento, una vergüenza –reflexiona en sus Diarios–. ¿Por qué debilitar el efecto que podría tener la prédica de la verdad?”
Más de cien años después, Lessig se declara dispuesto a devolver al autor la capacidad de decidir cómo quiere que se difundan sus ideas. El catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Stanford es uno de los mayores especialistas del mundo en derechos de autor. Aunque Lessig fue calificado de “radical” por las entidades gestoras de derechos, él defiende el copyright. Sólo que no cree que sea para todo el mundo.
Con un juego de palabras, Lessig explica que la cultura en el siglo XIX era “regrabable”, ya que los autores creaban apoyándose en las ideas de otros. El siglo XX es de “sólo lectura”, porque la extensión del copyright –en la Constitución estadounidense de 1787 duraba 17 años; ahora se acerca a los 200– y el hecho de que las herramientas creativas estén en manos de unos pocos convierte a los creadores en consumidores pasivos o en delincuentes que violan la propiedad intelectual. “Los autores sólo pueden crear con el permiso de los poderosos o de los creadores del pasado”, dice Lessig. El siglo XXI cambió radicalmente las reglas. En la era YouTube, los consumidores se convierten en “recreadores”: el 57% de los adolescentes estadounidenses colgó videos en Internet y ya hay, por ejemplo, 300 o 400 horas de obras realizadas con pedazos de animé japoneses. “No podemos matar esa creatividad, la ley sólo puede criminalizarla. No podemos hacer que nuestros hijos se conviertan en seres pasivos, llamarles simplemente piratas. Convertimos a los creadores en revendedores en el mercado negro.” La respuesta de Lessig es Creative Commons, un conjunto de licencias flexibles que otorgan al autor la capacidad de decidir qué derechos y libertades acompañan su obra.
–¿Por qué creó Creative Commons?
–Para entender lo que es Creative Commons (CC), hay que entender el problema que trata de resolver. Las leyes del copyright regulan las copias de las obras pero, en el mundo digital, cada uso individual de cualquier obra crea una copia. Eso significa que, en principio, hay que tener una licencia para cada uso, aunque seas un niño que utiliza imágenes de Disney para un proyecto del colegio. Sin embargo, muchos creadores no quieren que el control de su obra esté tan restringido; prefieren que la gente haga cosas con su trabajo, que lo copie, que lo comparta, que realice proyectos. Las restricciones del copyright no tienen sentido en este contexto. Es una tragedia que hayamos creado un régimen que concibe la creatividad de millones como ilegal. Y es importante tener este debate.
–¿Por qué?
–Porque la tecnología está cambiando la relación de la gente con la cultura. Hacer un disco o una película estaba reservado a un pequeño grupo de gente, y muchas formas de expresión cultural acabaron siendo desechadas. Lo que consiguieron las tecnologías digitales es que, de nuevo, un montón de gente pueda participar en esta creación cultural. Y en lugar de impulsarlo, la ley está en contra de esta nueva creatividad.
–¿Puede haber creación sin industria?
–No. Y ésta es una de las razones por las que pienso que el copyright es esencial, incluso en la era digital. Nada de lo que hacemos intenta negar la importancia de la industria, pero el modelo de industria tradicional desarrollado en el siglo XX no tiene sentido en éste. No es un debate a favor o en contra de la propiedad, sino sobre cuál es el régimen que permite a la mayor cantidad de gente posible ser creativa, mientras se protegen los necesarios incentivos comerciales de la industria. Lo que hay que pensar es si el modelo de protección de las obras de Madonna es el que tiene sentido para todas las formas de creatividad del mundo. Es un modelo muy particular desarrollado en un momento muy particular, con un determinado tipo de tecnología. La idea de que debe haber un solo modelo para todos los tipos de creatividad es ridícula. Y CC no es una manera de impedir que la gente explote sus obras; es una manera de ayudar a los autores a decidir cómo hacerlo.
–Usted menciona en su libro Cultura libre que el problema es que dejamos que los más amenazados por este cambio sean los que desarrollan las leyes.
–Así es. Uno de los mayores problemas de este tema es la corrupción del sistema, no en el sentido político, sino por el hecho de que la industria cultural tuvo mucho éxito en crear lobbies.
–¿Qué piensa del intercambio de obras creativas por Internet?
–Espero que la gente no use las redes P2P para violar el copyright de otros. Lo digo porque no creo que se deban violar los derechos de nadie pero, además, porque esa actividad es la gran excusa que tiene el otro lado para decir “debemos controlar Internet”, haciendo que sea más difícil para nosotros centrar la atención en la actividad creativa, que no debería estar limitada por el copyright. Pero no importa lo que haga la industria. Puede poner barreras técnicas o denuncias, pero no va a detener el intercambio de archivos. ¿Y sirvió para algo esta guerra? Los niños son criminales y los artistas no ganan dinero.
–¿Qué les diría a los autores que creen que no hay otro límite que el copyright frente a la copia desenfrenada de Internet?
–Deberían saber que el modo en que están protegidos depende de tecnologías y modelos de negocio del pasado. Por ejemplo, el editor de mi libro Cultura libre pensó que debía estar gratis en la red. ¿Por qué tiene sentido? Bueno, no es un libro corto, así que el costo de imprimirlo es mayor que el de comprarlo, y el editor pensó que, si lo ponía en Internet, mucha más gente lo conocería y lo compraría. Y el editor no quiere perder dinero. Intenta hacer más.
–¿Y funcionó en su caso? ¿Hizo dinero con su libro?
–Bueno, hice tanto dinero como me prometieron. Y el libro fue descargado más de medio millón de veces. Eso es extraordinario para un académico...
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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