Martes, 19 de junio de 2007 | Hoy
LOS ARGENTINOS PRESENTES EN LA LISTA DE “BOGOTA 39”
Los escritores seleccionados por los colombianos Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnet y Oscar Collazos analizan la coyuntura en las letras latinoamericanas, sus señas de identidad y la influencia de las editoriales en la difusión de nuevos talentos.
Por Silvina Friera
Quizá sea una oportunidad para vencer la balcanización editorial que vuelve extranjeros a escritores que comparten la misma lengua. Y tal vez, también, se esté asistiendo a un nuevo boom literario, a un tercer o cuarto descubrimiento de América, aunque el vértigo del presente pueda simplificar demasiado, con palabras gastadas y anacrónicas como boom, lo que está sucediendo en la narrativa y la poesía del continente. Lo cierto es que en Bogotá –designada este año capital mundial del libro– los colombianos Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnet y Oscar Collazos seleccionaron a los 39 escritores menores de 39 años más relevantes del continente, con mayor futuro, con obras más o menos consolidadas en sus países. El hecho en sí (y los nombres de muchos de los autores) activa la curiosidad hacia los marcos de referencia y las propuestas narrativas o poéticas de la llamada generación “Bogotá 39”. Los argentinos elegidos, Andrés Neuman, Gonzalo Garcés y Pedro Mairal, plantean sus dudas sobre el “nuevo boom” ante Página/12. Y más allá de las suspicacias que pueda generar, a priori, el hecho de formar parte de una generación, trazaron algunos rasgos que los caracterizaría: el principio de fragmentación, el eclecticismo como base, la desconfianza hacia las identidades colectivas cerradas, el uso de tecnologías como los blogs, cierta libertad expresiva o falta de solemnidad, la diversidad de estilos y temas, la capacidad para cruzar lo bajo con lo culto, lo prestigioso con lo adulterado. Pero establecieron, además, algunos parentescos: Ricardo Piglia es una especie de clásico, Roberto Bolaño un padrastro, Rodrigo Fresán un primo mayor.
Mairal señala que las condiciones que permitieron el boom en los ’60 fueron muy particulares. “Había una idea de Latinoamérica unida, una conciencia que estaba presente en un gran público lector y que necesitaba ser cristalizada o simbolizada en historias y novelas”, sostiene. “Había autores muy innovadores: García Márquez, Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Fuentes. La dinámica editorial era menos iberocéntrica, más irradiada desde países del continente. Los escritores eran intelectuales influyentes en coyunturas políticas similares que fueron quedando bajo la sombra de las dictaduras. Desde la cultura había un ideal político bastante claro.” El autor de El año del desierto advierte que hoy no sólo los escritores y el público lector son distintos. “Estos gobiernos dudosos, de propuestas de izquierdas y prácticas de derecha, estos nuevos populismos, generan reacciones contradictorias en el ambiente cultural. Las opiniones de los escritores ya no son relevantes en las situaciones políticas. Las dinámicas editoriales son iberocéntricas. La literatura no cumple el rol que cumplió en esa época como cauce de un imaginario colectivo.”
“El primer y gran boom de la literatura latinoamericana –en realidad fue el segundo, si contamos con Rubén Darío y el Modernismo– vino a compensar una enorme laguna simbólica que por suerte hoy está relativamente cubierta”, explica Neuman. “Tampoco sé si existe la misma voluntad editorial de entonces ni una conexión suficiente entre los países. Es difícil que vuelva a darse una conjunción de talentos tan formidable como la que surgió en esos años. De todas formas, en la lista de Bogotá, que puede ser tan incompleta o discutible como cualquier otra, figuran autores que me gustan mucho y que leo con verdadero interés desde hace años.” Garcés rechaza la idea de estar asistiendo a un nuevo boom. “Yo hice alguna vez gestión cultural y sé cuánto cuesta montar un proyecto así y que un slogan ayuda mucho, aun al precio de confundir levemente las cosas”, opina. “Pero no hace falta el boom para que Bogotá 39 sea interesante. Se van a juntar escritores de toda Latinoamérica. Van a cambiar libros y mails, tomar conciencia de lo que pasa en el verdadero afuera, que no es la literatura de lengua inglesa ni el japonés de Akutagawa ni Europa oriental. Muchos recibirán un shock y empezarán a correr porque la competencia es mucha.”
Bonnet dijo que lo más interesante de Bogotá 39 “fue entrar a un mundo desconocido y haber tenido la posibilidad de leer a una generación de escritores, que difícilmente son publicados en varios países de Latinoamérica”. ¿Qué es una generación y cómo se conforma? ¿Qué características unen o determinan a los escritores de una generación? “Las épocas dejan surcos en los que uno hunde el pie aunque no quiera”, responde Neuman. “En términos históricos mundiales, los jóvenes de hoy somos hijos más o menos bastardos de la globalización y la posmodernidad, sea lo que sea eso. Y en términos locales, tampoco es lo mismo haber empezado a publicar antes, durante o después de las dictaduras”, señala. “Pero por otro lado jamás me interesó enfocar a los escritores a partir de su generación, y mucho menos a los más contemporáneos”, aclara. “En todo caso ése sería un rasgo de nuestra posible generación: el principio de fragmentación, el eclecticismo como base, la desconfianza hacia las identidades colectivas cerradas.”
Garcés cuenta que se siente parte de una generación por los libros que leyó o el lugar desde el cual los leyó. “Sólo para la gente de mi edad, Piglia es una especie de clásico, Bolaño un padrastro, Fresán un primo mayor”, compara. “Una generación literaria se distingue de la anterior justamente en que leyó a la anterior. Es banal, pero una generación es un hecho banal”, agrega. “Con algunos escritores argentinos siento que hay algo generacional que va más allá de la camaradería o los manifiestos comunes –sugiere Mairal–, y que tiene que ver quizá con el uso de nuevas tecnologías como los blogs, cierta libertad expresiva o falta de solemnidad, la diversidad de estilos y temas, la capacidad para cruzar lo bajo con lo culto, lo prestigioso con lo adulterado, la capacidad de exageración, de juego, de goce, de evocación.”
Uno de los mayores problemas es la escasa circulación de libros de muchos de los escritores latinoamericanos. Neuman observa que existe una balcanización editorial, “una fragmentación artificial que vuelve fatalmente extranjeros a países que son vecinos y comparten lengua”. ¿Las causas? “Me imagino que hay más de una: la precaria situación económica y editorial de muchos países, que dificulta la publicación y distribución; la política pragmática y empobrecedora de algunos grandes grupos editoriales, que tienden a dividir su catálogo por países; y también, por qué no decirlo, cierta tradición localista que hace excesivo hincapié en la nacionalidad de los autores”, enumera el poeta y narrador. “La procedencia geográfica de un escritor me dice poco. Para mí Gonzalo Rojas, Viel Temperley o César Vallejo pertenecen al mismo país: el de la gran poesía, el de la palabra reveladora. Pero bueno, si se trata de señalar regiones, pienso que como hay un Mercosur económico tendría que haber una comunidad cultural latinoamericana: los lazos entre pueblos no se refuerzan sólo con medidas políticas.” Neuman plantea que la balcanización editorial cruza el Atlántico. “Muchos autores latinoamericanos que publican en España ven con tristeza cómo sus libros no llegan a sus países de origen. A mí me sucedió: por lo menos la mitad de mis libros nunca llegaron a la Argentina.”
A diferencia de los poetas, Mairal afirma que “nos conocemos poco entre los narradores porque, en general, aunque estemos traducidos y publicados en otros continentes, no llegamos al país vecino”. El autor ilustra este problema. “Para publicar en Uruguay, acá a 50 kilómetros, hay que hacer una carambola mágica: que el libro cruce el Atlántico, rebote con una edición en España y esa edición llegue a Uruguay. Aunque parezca paradójico, para que una novela se vuelva latinoamericana primero la debe legitimar una editorial española.” A pesar de esta carambola mágica, Mairal subraya que “hay que intentar esos caminos irradiados desde España, pero también hay que sortear estas fronteras editoriales implementando para la narrativa estrategias de difusión que usan la poesía y otros géneros más recientes, como el blog y las publicaciones online”.
Garcés opina que la baja circulación de los libros en la región se debe, en parte, a que “todos los países tienen autores para consumo interno, que hacen lo que otros ya hacen en otros países, y sería redundante exportarlos”. Pero también responsabiliza a la crítica, a la que califica de “achanchada”. “Si la crítica de suplemento, y en menor medida la universitaria, hiciera su trabajo, un escritor como Rafael Gumucio –que debería estar entre los seleccionados– sería leído fuera de Chile. Aunque la cosa va más allá. Hay que crear condiciones de recepción, hacer un trabajo de hormiga como el que hizo Jorge Herralde con Bolaño. En ese trabajo entran los premios, la colaboración del escritor ‘inmigrante’ en medios locales, el diálogo entre escritores y los congresos o encuentros.”
En un artículo publicado en El País de España en 1998, “El tercer descubrimiento de América”, Tomás Eloy Martínez describía la asfixia de una literatura hispanoamericana convaleciente de parálisis imaginativa y “condenada a repetir los mismos temas, los mismos recursos y voces, bajo las sombras de Borges, García Márquez y Cortázar”. Garcés admite que le gusta Martínez como escritor, pero considera que las referencias no están “muy al día”. “Parece que no leyó, o cuando escribió ese artículo no había leído, a Bolaño, a Mario Bellatin, a Fernando Vallejo, a César Aira, para nombrar a unos pocos. Si hay sombra viene de esos escritores, no de García Márquez”, precisa Garcés. “Igual me parece que ese tema de la sombra y la necesidad del parricidio es producto de una lectura boba, de una mala lectura. Bien leído, un escritor nunca asfixia, más bien ilumina, abre campos. Ahora, si un escritor joven es tan ingenuo como para leer el boom según los clichés –el glamour internacional, el compromiso, la ambición totalizadora, los buenos tiempos que no volverán– no es raro que se paralice.”
Neuman reconoce que los autores de su edad no se plantean como problema a la hora de escribir qué hacer con Borges o García Márquez. “Mientras los hijos del boom tuvieron que hacer el esfuerzo de despegarse de su magisterio, tengo la sensación de que los nietos que llegamos después no hemos tenido especial voluntad de discípulos ni de detractores”, contrasta el autor de Alumbramiento. “Quizá mi generación literaria sea la primera compuesta de simples observadores del boom, la primera que por razones cronológicas no vivió el influjo carnal de esos titanes y pudo incorporarlos a su biblioteca con la misma naturalidad con que hoy se lee a Proust, Faulkner, McCullers o cualquier otro clásico contemporáneo. Nuestra experiencia lectora del boom ha sido casi póstuma. Por otra parte, pienso que a estas alturas sería interesante revisar determinadas jerarquías masivamente aceptadas respecto del boom. Quiero decir que no sé si Puig, Ribeyro o Donoso son menos que García Márquez, Vargas Llosa o Fuentes.” Mairal coincide con este diagnóstico: “No siento a los autores del boom de forma asfixiante, al contrario. Los siento más bien como puertas abiertas hacia distintas zonas del lenguaje que todavía se pueden explorar. Los que rondamos los treinta años no crecimos abriéndonos paso a través de (y a pesar de) esos autores. Eso quizá les sucedió a los que empezaron a publicar en los ‘80”.
Bonnet, Abad Faciolince y Collazos hicieron hincapié en las “propuestas narrativas novedosas” y en “las visiones del mundo originales” de los treinta y nueve seleccionados. Una literatura mayoritariamente urbana, con fuerte presencia de la novela histórica, así como influencia de la música, el erotismo y de acento intimista en muchos casos, fueron algunas de las características que encontró el jurado. Neuman confiesa que le resultaría imposible generalizar. “Hablamos de decenas de autores y varios cientos de libros, así que no me atrevo a opinar a la ligera. Además, si se pudiera generalizar tan fácilmente sobre la supuesta originalidad de 39 autores, ¡me temo que serían muy poco originales! En cuanto a los relatos históricos o políticos, a mí personalmente me interesan, siempre y cuando su lenguaje literario también esté en cuestión y se revise. Lo que sí puedo decir es que tanto las ideologías como las coyunturas actuales son muy diferentes de las de hace cuarenta años, y que las actitudes políticas también son percibidas desde otro ángulo. De manera que el relato de la historia y la política, si se lleva a cabo, necesariamente tendrá que encerrar claves distintas.”
Garcés admite que resignificar lo histórico y político le interesa muchísimo. “Pero aclaremos qué entiendo por político”, exige. “Porque hay una concepción muy bar-thesiana, muy paranoica, muy argentina, que ve política en todo. Que considera, por ejemplo, que Rabia, de Sergio Bizzio, es novela política. O que Vivir afuera, de Fogwill, es política. Pero no: ni el marco social ni la violencia vinculada al dinero alcanzan para que un libro aborde lo político. Política, para mí, es la novela capaz de narrar un proyecto colectivo y las resistencias que ese proyecto genera dentro y fuera de sí. Porque si no contás cómo unos hombres unen fuerzas para conseguir algo y cómo otros hombres se unen para oponérseles, podés poner todas las marcas históricas que quieras, podés estar quinientas páginas discutiendo el Proceso o la Ley Sáenz Peña, pero la esencia de lo político se te escapa igual.”
Desde un presente político “tan distinto y globalizado”, Mairal observa que el relato histórico no sólo se resignifica sino que exige ser escrito. “En los ’90 existió el grupo McOndo, que tuvo la iniciativa de mostrar que el imaginario natural o rural del realismo mágico ya no servía para hablar de esta Latinoamérica de shoppings, autopistas y villas miseria. A pesar de que el grupo McOndo se dispersó y de las malas críticas que tuvo, ese planteo me pareció interesante y necesario”, recuerda. “Quizá los latinoamericanos todavía tenemos algo que contar. Por estar metidos siempre dentro de la pesadilla de la historia, con nuestra violencia, nuestras crisis y derrumbes económicos, hoy somos testigos del colapso de un sistema. Somos testigos del futuro, algo que va a tardar en llegar al primer mundo, pero que va a llegar al fin y al cabo. Necesitamos escribir sobre esa especie de Apocalipsis, esa desintegración de todo lo que se da por sentado. Aunque puedo estar equivocado. Quizá esto no sea nada nuevo, quizá todas las generaciones sientan lo mismo.”
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