FUE NOMBRADO SOCIO HONORARIO DE LA SEA
Horacio González se refirió así al autor de La Patagonia rebelde, quien fue distinguido por la Sociedad Argentina de Escritoras y Escritores, junto con el poeta Hugo Padeletti.
› Por Silvina Friera
Algunos bromeaban sobre la puntualidad “alemana” de Osvaldo Bayer en la sede de la Sociedad Argentina de Escritoras y Escritores (SEA). El escritor y periodista esperaba, ansioso, un nuevo reconocimiento que, en verdad, para él es una reivindicación. Y esperaba, también, al sociólogo Horacio Gónzalez, con quien dialogaría en el auditorio de la SEA. “¿Quiere que le cuente el drama chejoviano que viví en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores)?”, amagaba el columnista de Página/12 a quien se acercara a saludarlo, hasta que el director de la Biblioteca Nacional llegó y comenzó la “noche memorable”, según la definieron los organizadores. “Si Bayer no existiera, lo tendríamos que inventar”, dijo la poeta Graciela Aráoz, presidenta de la SEA, durante el acto en el que fueron nombrados socios honorarios de la entidad el autor de La Patagonia rebelde y el poeta Hugo Padeletti, que no pudo asistir por problemas de salud. Antes de entregarle el diploma y el carnet, Aráoz señaló que las sociedades trataron de echar la culpa a los más débiles o a los más rebeldes, “por eso Bayer siempre reflejó en su escritura, ya sea en el periodismo o en la literatura, ese estar del lado de los desamparados del poder o perdedores como decía Soriano”.
González calificó a Bayer de “escritor de la conmoción moral” y advirtió que no es posible leer los textos de Osvaldo con indiferencia. “Con su presencia pública y su escritura produce un sentimiento especial a través de un estilo que hereda las viejas narraciones de la humanidad. Sus textos son parábolas de la tradición libertaria que obligan al lector a revisar sus propias aspiraciones de justicia.” Bayer eligió contar la “humillación” que sufrió en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) cuando regresó del exilio, en octubre de 1983. El escritor y periodista había sido miembro de la Comisión Directiva (cuando Dardo Cúneo era presidente) y tenía muchos amigos con los que deseaba reencontrarse. “A los tres días fui a la casa de la calle Uruguay y una empleada me preguntó qué deseaba. Yo me presenté como socio y le dije que había vuelto del exilio, me pidió que tomara asiento y a los diez minutos me dijo que no había nadie, pero ‘debo decirle que usted debe ocho años de cuota’.” Bayer confesó que al día siguiente pagó hasta el último centavo que debía y pidió que lo borraran del padrón de socios.
A pedido de González –quien planteó que hay una gran paradoja de contrastes de destinos en la obra del escritor–, Bayer recordó su visita, en 1969, a dos de los soldados que participaron en la represión de las huelgas patagónicas. “Uno me hizo pasar como si me estuviera esperando hace mucho tiempo para contar –explicó el escritor–. Me decía ‘por qué Dios me mandó a mí a fusilar peones a la Patagonia, si yo era un buen muchacho’. Hasta que entró su mujer y empezó a preguntarme qué hacía y a quién le podía interesar el tema. ‘Mi marido sufre del corazón, haga el favor de retirarse’.” Después de haber obtenido ese testimonio, Bayer golpeó la puerta de la casa de al lado, se presentó como un historiador que estaba estudiando las huelgas patagónicas y obtuvo como respuesta: “Yo no me acuerdo de nada, pero si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría”. Esta paradoja, en opinión del escritor, no la puede resolver ni Freud: “¿Por qué uno lloraba y el otro estaba orgulloso de lo que hizo?”. Además, precisó que, durante la investigación, los oficiales con los que habló se excusaban esgrimiendo que ellos no tenían la culpa, que la orden de fusilamiento la había dado el presidente Hipólito Yrigoyen. “Me decían que las huelgas patagónicas sólo podían entenderlas los militares”, agregó.
Otro episodio que González recuperó, en tanto ilustra las “grandes estructuras morales de la obra de Osvaldo”, fue el de las huelgas de las prostitutas de San Julián. “Las personas más inferiorizadas y degradadas, la parte ‘innoble’ de la sociedad, nos demostraban que el sentido elemental de justicia proviene de criaturas que no tenían cultura letrada”, observó el director de la Biblioteca Nacional. El escritor repasó la reacción de esas cinco mujeres del prostíbulo La Catalana. “Después de los fusilamientos, el teniente coronel Varela les dio permiso a los oficiales para ir al prostíbulo. La madama les informó que las prostitutas se negaban a estar con los soldados. Y como trataron de entrar por la fuerza, las prostitutas salieron con escobas al grito de ‘asesinos’. Era la primera vez que a los soldados fusiladores, que consideraban que habían cumplido con su deber, les decían asesinos.” Y el diálogo podría haberse extendido más, pero era hora de brindar en esa noche memorable en la que se fundieron recuerdos, anécdotas y reivindicaciones. “Me alegro de que el verdadero regreso del escritor exiliado sea en esta casa, en nuestra SEA”, dijo Aráoz. Bayer, ahora socio honorario, por suerte existe y no habrá que inventarlo.
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