EL NOBEL DE LITERATURA FUE PARA EL DRAMATURGO INGLES HAROLD PINTER
Un clásico moderno del inconformismo
Con 75 años recién cumplidos, es uno de los grandes referentes teatrales del siglo XX. El autor de El cuidador y La vuelta a casa se hizo oír en los últimos tiempos por su abierta oposición a Tony Blair y George W. Bush. Su nombre no estaba entre los favoritos para el Nobel.
› Por Silvina Friera
El enfant terrible de la generación denominada “jóvenes airados” ganó ayer el premio Nobel de Literatura. Con 75 años cumplidos el lunes pasado, Harold Pinter, uno de los dramaturgos más destacados del siglo XX, no estaba entre los favoritos. A través de su trayectoria, Pinter se ha dedicado a desmontar las contradicciones de los vínculos humanos, a indagar en la naturaleza del poder y en los riesgos de que el fascismo penetre aun en los pliegues más íntimos, como si no se tratara tan sólo de un movimiento político, sino de un aspecto del alma. Hombre de convicciones y compromisos políticos inclaudicables, de esos que nunca tuercen el brazo hacia la derecha, se opuso al gobierno de Margaret Thatcher y rechazó el título de “Sir” porque le parecía “sórdido”. Horace Engdahl, secretario permanente de la Academia Sueca de la Lengua, señaló que la obra del dramaturgo británico “descubre el precipicio de las conversaciones cotidianas e irrumpe en los espacios cerrados de la opresión”. Muchos recuerdan la magnífica e irónica carta abierta que el dramaturgo publicó en el matutino The Guardian, cuando el presidente norteamericano visitó Gran Bretaña. “Estimado presidente Bush: estoy seguro de que en este momento debe estar tomando un lindo té con otro criminal de guerra como usted, Tony Blair. Por favor, no dejen de acompañar los sandwichitos de pepino fresco con un buen vaso de sangre.”
Pinter nació en Hackney, un barrio humilde en el East End londinense, el 10 de octubre de 1930. Hijo único de un sastre y de una ama de casa, sus cuatro abuelos fueron judíos askenazis que habían huido de los pogroms polacos y rusos a fines del siglo pasado. No sólo había una memoria ancestral de persecución, sino que, de niño, el autor de La vuelta a casa, El cuidador y Viejos tiempos, vivió los bombardeos sobre Londres, cuando la muerte formaba parte de lo cotidiano. Pero la cultura de sus padres –que amaban la música y la literatura– fue la puerta de entrada de Pinter a la experiencia y a la realidad del mundo que lo rodeaba. En la biblioteca de Hackney, Harold devoró al azar todo lo que encontraba. Dostoievski, Kafka, Joyce, Eliot y Pound fueron su primera escuela; por ellos, o gracias a ellos, tuvo la primera certeza: la vida era algo incierto. El fascismo seguía vivo en el mundo de posguerra londinense bajo la forma de librerías, diarios ultranacionalistas e incluso grupos itinerantes. Y lo que resultó peor aún fue comprobar la tolerancia pasiva de un gobierno laborista que en 1945 no hacía ningún intento por frustrar el resurgimiento del antisemitismo inglés. El ADN de su identidad artística, de ese brazo que siempre pulseó hacia la izquierda, se encuentra en estos años de iniciación.
Hormonalmente iconoclasta e inconformista, después de su bar mitzvah, Pinter renunció a la religión a los 13 años. Su rechazo a la estructura estatal lo impulsó a negarse a cumplir con los dos años de servicio militar obligatorio. Fue su primer acto de resistencia política. En esa época, escribió su primer poema, Kullus, en el que un extraño invade la casa del protagonista. En ese texto emerge la punta del iceberg de la dramaturgia pinteriana: un profundo sentido de la territorialidad, del poder y de la traición entre hombres a causa de la mujer. Su recurso más habitual consiste en interrumpir los diálogos con silencios misteriosos y pausas, pero también se ha señalado el inexplicable comportamiento de los actores, las pequeñas habitaciones, un número reducido de personajes y las permanentes apariciones de extraños amenazantes. Según la Academia Sueca, “en la habitación típica de Pinter se encuentran seres que se defienden contra intrusiones foráneas o contra sus propios impulsos, atrincherándose en una existencia reducida y controlada”.
Pinter se ganó la vida en la BBC y haciendo giras por el interior de Inglaterra como actor, hasta que lo contrató la compañía del actor-empresario Anew MacMaster, con la que recorrió Irlanda interpretando obrasde Shakespeare. Cuando el dramaturgo comenzó a escribir, hacia fines de los años ’50, supo descubrir que las privaciones y la necesidad existen aun en la opulencia y la satisfacción que anestesiaba a la sociedad inglesa. En 1957 publicó su primera pieza breve, The Room (La habitación), en la que abordó la historia de una mujer casada que no quiere bajar al sótano de su casa en el que está viviendo un extraño, un hombre que la llama por otro nombre, como si la conociera de otros tiempos, como si ella hubiera vivido otra existencia, que ha tratado de olvidar. Un año más tarde, con La fiesta de cumpleaños, adquirió notoriedad, a pesar de que la crítica la calificó de “incomprensible”. En esta obra, en la que exploró el tema de los que se rebelan contra el establishment y de los que lo defienden, el dramaturgo inglés muestra cómo los defensores del establishment son sus víctimas inconscientes.
La primera esposa de Pinter, la actriz Vivien Merchant, se convirtió en la década de los ’60 en la intérprete por excelencia de sus obras. Mientras ella se transformaba en su musa, el dramaturgo había comenzado una relación adúltera, que duró siete años, con Joan Bakewell, una presentadora de televisión, casada a su vez con el mejor amigo de Pinter. La historia de esa relación, casi sin modificaciones, fue trasladada a la escena y a la pantalla como Traición. A partir de El cuidador (1960), el dramaturgo inglés conoce las mieles del éxito. En el estilo de sus obras despunta la crueldad de Artaud y el absurdo de Beckett y Ionesco. Según el crítico Randall Stevenson, la preocupación pinteriana por el lenguaje y el monólogo interior son el resultado de las lecturas de Hemingway, Dostoievski, Henry Miller, las novelas de Beckett y, sobre todo, James Joyce, a quien Pinter definió como “mi compinche”. “Su trabajo, tan deudor de la ficción moderna, al comienzo desconcertó a la crítica teatral inglesa, quizá porque Pinter de algún modo introdujo una tradición vanguardista europea dentro del formato en tres actos y el escenario a la italiana del teatro inglés convencional”, analizó Stevenson.
Además de piezas teatrales, Pinter escribió más de veinte guiones cinematográficos como El placer de los extraños, El proceso, La mujer del teniente francés, Reunión y su ambicioso proyecto de En busca del tiempo perdido, un guión aún no llevado a la pantalla. Ha colaborado con el director Joseph Losey en El sirviente, Accidente y El mensajero. En los ’80, Pinter publicó obras más abiertamente políticas, que versan sobre la crueldad, la tortura, la violación de los derechos humanos o lo que el dramaturgo considera la duplicidad de las democracias occidentales. Pinter examinó la relación entre verdugo y víctima en One for the Road (1984), inspirada en Tomando té con el torturador, incluida en el libro del periodista Andrew Graham Yoll Memoria del miedo, una crónica de la violencia política que se vivió en la Argentina de la década del ’70, y en Ashes to Ashes (1996). Una muestra de su teatro político son las piezas Exactamente (1983) y El nuevo orden mundial (1991).
Después de la muerte de Arthur Miller y Susan Sontag, Pinter es una de las pocas voces que sigue condenando la estupidez de las guerras, como ya lo hizo con las del Golfo, Kosovo e Irak. En los ’70 criticó la actuación de EE.UU. en el golpe que derrocó a Allende en Chile. En 1988, Pinter y su segunda mujer, la historiadora y escritora Antonia Fraser, crearon el “Grupo 20 de Junio”, formado por intelectuales de izquierda, con el objetivo de derrocar al gobierno de Thatcher. Fueron bautizados por la prensa conservadora como “los socialistas del champán”. El año pasado, en el aniversario de la invasión a Irak, el dramaturgo fue el invitado de Newsnight, programa de opinión de la BBC, para debatir frente a un enviado especial del Pentágono. “La atrocidad en Madrid, que mató a 200 personas, y la atrocidad en Nueva York, que mató a 3000 personas, no pueden ser distinguidas de la invasión a Irak, que mató a 10.000 personas. Yo creo que son todas atrocidades, monstruosas y criminales, y que todos los responsables deben comparecer ante una corte internacional de justicia”, subrayó el flamante ganador del Nobel. Ayer, después de brindar con champán con su esposa, declaró a la prensa: “Estoy muy fuertemente comprometido con el arte y con la política. A veces se cruzan y a veces no”.
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