OPINION
› Por Lautaro Ortíz
“¿Qué sería de El Eternauta si en 1957 hubiese nevado realmente como hace meses?”, le preguntaba Miguel Rep a Solano López y, ambos, le agradecían al tiempo por ser como es: jamás inoportuno.
Y lo mismo despierta (la gratitud al tiempo que pasa) la lectura de “El atajo”, un episodio desconocido que Solano López y Juan Sasturain crearon este año para la muestra H.G.O + El Eternauta, llevada a cabo en la Biblioteca Nacional y que ahora edita Fierro. Por dos motivos. Cincuenta años después de la publicación de El Eternauta, la gigantesca mole de cemento de la calle Las Heras dejará de ser, por fin, un extraño objeto arquitectónico para pasar a convertirse –a partir de ahora– en la representación de algo mucho más nuestro; como la cancha de River lo es de todo lector de historietas. Porque ahí estuvieron Juan Salvo y compañía.
Y el segundo motivo para agradecer es que, a 30 años de la desaparición de Héctor Germán Oesterheld, nos venimos a enterar de que, en un salón interno de la Biblioteca Nacional, Fava y Franco le tiraron a El Mano una poderosa Molotov casera –vodka y un fósforo– en plena cara, por andar revolviendo libros como Operación Masacre o Los siete locos, en un intento por encontrar “evidencia” de nuestra “cultura frágil e incoherente”. Sin saberlo, El Mano nos legó un instante (una victoria de siete páginas) que será difícil de olvidar, y eso se agradece. Para quien tenga alguna duda: que lea/mire este episodio y después avance hacia la Biblioteca, traspase “esa membrana transparente” y hasta se anime a soportar el rayo de la nave enemiga. La biblioteca ya no es la misma.
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