Vie 24.08.2007
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ENTREVISTA A LA ESCRITORA FRANCESA CHANTAL THOMAS, AUTORA DE “INCRUSTACIONES”

“Hay que saber conservar la libertad”

Especialista en literatura y costumbres del siglo XVIII, la novelista indaga en las relaciones personales con humor, preservando una elegante distancia. Thomas reflexiona sobre la obra teatral que protagonizan Marilú Marini y Alfredo Arias en el teatro Presidente Alvear: “Mi intención era tocar sí o sí el tema de la libertad, y mostrar qué pasa cuando alguien es sofocado por la imagen materna”.

› Por Hilda Cabrera

La libertad para abordar con fino humor las relaciones personales, incluidas las peligrosas de la historia, es una de las características de la escritora francesa Chantal Thomas, autora de Incrustaciones, obra que protagonizan Marilú Marini y Alfredo Arias en el Teatro Presidente Alvear. Esta es su segunda visita a Buenos Aires: la anterior fue en 2004, en el Encuentro Tintas frescas, del que participaron autores y artistas franceses y latinoamericanos. Investigadora del Centro Nacional de la Investigación Científica de París, especialista en literatura y costumbres del siglo XVIII, y docente en universidades estadounidenses, Thomas publicó libros que fueron premiados y traducidos a veinte idiomas, como su novela Les adieux à la reine. Colabora en periódicos y revistas de su país, y en producciones de Radio France.

El gusto de escribir siguiendo el curso a veces caprichoso del pensamiento es evidente en su premiado libro Cómo soportar la libertad y en los diálogos que entablan los personajes de la madre y el hijo en Incrustaciones, trabajo que nació de una serie de lecturas ofrecidas en el Teatro de Bobigny, de París. En principio, asombra la elección de un personaje tan malvado como esta madre imaginada por la autora. Para ahuyentar sospechas, Thomas aclara en la entrevista con Página/12 que esa relación madre-hijo desarrollada en los límites del amor posesivo no es de inspiración autobiográfica. Argumenta que cuando se le propuso participar de aquellas lecturas le vino inmediatamente a la mente una voz: “Fue como si alguien hubiese encendido una radio rescatando del recuerdo una voz demandante, un tono que de niña me asustaba porque prohibía absolutamente todo”. Claro que ese terror que le generaba la posibilidad de convertirse en propiedad de otro, provenía no sólo de voces femeninas.

–¿Cuánto influye en Incrustaciones ese mundo de la infancia que, según se desprende de Cómo soportar la libertad, mezcla represión y espontaneidad?

–Cuando escribí Incrustaciones no tenía experiencia en teatro, pero con el aporte y las actuaciones de Arias y Marini pude darle cuerpo. Mi intención era tocar sí o sí el tema de la libertad, y mostrar qué pasa cuando alguien es sofocado por la imagen materna. La persona que sufre esto trata de vivir a su manera, pero no puede y acaba siendo la voz de su madre.

–¿La libertad debe ser conquistada?

–Sí, y es un trabajo importante conservarla. Se puede avanzar en lo social a través de la participación, pero eso es más complejo. Me asombra comprobar una constante en la gente, incluso en las personas que tienen la posibilidad de ser libres en el plano individual. Esa constante es buscar excusas para no dedicarse a lo que realmente desean y restringir así aún más la propia libertad.

–¿Por temor, tal vez?

–Creo que esto se debe a que no siempre basta sentirse bien con uno mismo. La sociedad obliga a los individuos a crearse situaciones complicadas para ocupar ciertos lugares. Estos se imponen actividades innecesarias sin tomar conciencia de que están coartando su libertad. La presión social confunde y se acepta esa confusión.

–En Incrustaciones, el personaje de la madre dice barbaridades con un lenguaje fino y esto favorece el efecto cómico. ¿Es habitual ese recurso en el teatro francés o se lo reserva para los espectáculos de café-concert?

–No, no es común. Esa libertad para expresarme en el teatro surgió de mi encuentro con Arias. Comparto con él la idea de que la infancia es un período amoral, en el sentido de que existe permiso para decir todo. El teatro es juego, y quizá por eso permite desarrollar “con normalidad” y mejor que otro arte esa concepción sobre la infancia que para muchos es tabú.

–En su libro La reina desalmada retrata a María Antonieta desde lo que se divulgaba a través de la gráfica popular. ¿Por qué escribir basándose en panfletos?

–Me sorprendió la violencia de esos panfletos en contra de los extranjeros y su contenido pornográfico. Quise mostrar cómo una mujer está más expuesta que el varón en el terreno de la política, y por eso cuando surge un inconveniente se la convierte inmediatamente en culpable y se la condena, como a María Antonieta a la guillotina durante la etapa de terror que siguió a la Revolución.

–¿Dice extranjera porque era hija de la emperatriz María Teresa de Austria?

–Sí, claro. La emperatriz simbolizaba al enemigo, por la declaración de guerra de Francia a Austria en 1792.

–¿Qué poder les atribuye a los panfletos en actos que fueron clave en la historia de Francia, como la Toma de la Bastilla, en julio de 1789?

–La Toma de la Bastilla, símbolo del inicio de la Revolución, significó desacralizar a la reina. Los panfletos contribuyeron: se la culpaba, con el peor lenguaje, de dilapidar el dinero de la Corte. Se la trataba de prostituta y al rey Luis XVI, de cretino.

–¿Qué es lo que más le atrae de la literatura y las costumbres del siglo XVIII?

–Además de ser el Siglo de las Luces es el de los aventureros, el del veneciano Giacomo Casanova, y el de los salones literarios, donde las mujeres comenzaban a reunirse y charlar sobre literatura y política. Algunas de esas señoras –que no eran necesariamente escritoras– lograron ocupar lugares importantes en la sociedad y la política. Creo que el arte de la conversación se inició en Francia en el siglo XVIII.

–¿Por qué mencionó a Casanova?

–Me encantan esas historias y lo que significa en sí misma la aventura. Yo he venido a la Argentina sin saber con qué gente podía encontrarme, y estando acá siento que es agradable estar y aprender. Eso es también una aventura.

–¿Continúa investigando sobre el pasado de Francia? ¿Se ocupa literariamente del presente?

–Investigar sobre el pasado es un trabajo continuo, pero ahora estoy escribiendo una novela que llamaré Café Memoire, sobre la vida estudiantil en París, sobre todo la que rodeó a Mayo de 1968, y los cambios que ese acontecimiento produjo en el plano de lo personal.

–¿Cuáles, por ejemplo?

–Uno fundamental fue el uso de la píldora anticonceptiva. El hecho de que las mujeres pudieran decidir cuándo tener hijos cambió la historia. Para mí fue radical: he podido ocuparme de mi trabajo con gran libertad.

–En los años que siguieron a Mayo del ’68 se culpó a sus dirigentes de complacencia con el sistema que ellos decían querer cambiar. ¿Qué opina?

–Es complejo hablar sobre eso: exige un análisis a fondo. Lo que puedo decir es que las costumbres cambiaron para algunos sectores, para las mujeres y los homosexuales por ejemplo. Entonces se produjeron avances que luego se detuvieron, pero también es cierto que fueron creciendo las campañas en descrédito de esa época, como en los últimos tiempos las del conservador presidente de Francia Nicolas Sarkozy.

–¿Cómo refleja ese antes y después a través de un café parisiense?

–En lo personal yo estaba antes mucho más en los cafés que ahora –que me ocupo casi totalmente de mi trabajo–, pero puedo decir que gracias a Mayo del ’68 la gente aprendió a comunicarse. A pesar de que los franceses son muy individualistas y exageradamente formales –porque el protocolo de distancia y jerarquías aún perdura–, creo que se conversa más.

–¿Continuará en el teatro?

–Preparo una obra con Arias. La vamos a presentar en febrero de 2008 en el Teatro de Chaillot. Se llama La isla flotante y cuenta la amistad de dos niñas que juegan con la comida, y que a través de ese juego se protegen del mundo adulto.

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