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Martes, 25 de septiembre de 2007

EL BALANCE DEL FESTIVAL

Instantáneas de la escena universal

Las ocho horas de la francesa Les Ephémères y la danza de los japoneses de Kagemi, entre lo más destacado.

 Por Hilda Cabrera y Cecilia Hopkins

La mezcla de excelencia e irrisión es siempre atractiva, y de una y otra hubo en el VI Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), donde de los once espectáculos extranjeros se destacaron Les Ephémères, Zero Degrees y Kagemi. En este segmento se observaron algunas constantes, entre otras la compulsión a reinventar la escena con rupturas que comprometen al espectador. Sucedió en Ensaio.Hamlet y en De monstruos y prodigios. En este punto el trabajo más contenido fue Conjunto di Nero, de Holanda, que impactó sin necesidad de quiebres ni complicidades. Su arte fue una geométrica conjunción de espacio, movimiento y luces.

La efervescencia creativa de los años ’80 en el campo de la danza europea profundizó una línea de actuación que implantó la desobediencia a ciertos cánones, de modo que la proclamada espontaneidad de espectáculos como Big in Bombay (Alemania) no es sino audacia de otro tiempo con ropa nueva. La incorporación de la música en vivo fue un elemento común a las obras visitantes, rubro en el que sobresalió el compositor e intérprete Jean-Jacques Lemêtre, desde hace treinta años a cargo de la música del Théâtre du Soleil. Pero lo llamativo en estas producciones extranjeras es su referencia a la necesidad de una integración social y cultural. Es notoria en Zero Degrees (Reino Unido y Bélgica), un contrapunto de breves intervenciones narrativas, algunas humorísticas, y secuencias de danza que incluyen la manipulación de dos muñecos de tamaño natural. En esta pieza de afinada y perturbadora coreografía (un híbrido de estilos y técnicas), los bailarines Akra Kham y Sidi Larbi Cherkaoui transmitieron, sobre la base de un viaje de Bangladesh a la India, los efectos que produce la exacerbación de las diferencias culturales.

En alusión directa al bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, la compañía japonesa Sankai Yuku, dirigida por Ushio Amagatsu, exhibió Kagemi sin apelar a imágenes revulsivas. Este artista –exponente de una danza butoh renovada– reflejó estados interiores y mostró un bello paisaje de nenúfares con los que el cuerpo pretendía confundirse. La obra fascinó, aun cuando a nivel local no se tiene demasiado conocimiento sobre esta y otras danzas orientales. No ocurrió lo mismo con Il silenzio, que representó a Italia. Con un comienzo apocalíptico, se evocó un terremoto que tuvo lugar en Sicilia, en 1968. Una catástrofe a la que siguió un silencio que en la obra alude no sólo al de la naturaleza, sino también al humano. Algunos textos enfatizados por el director (aquí también relator) Pippo Delbono fueron tildados de viejos. Quedó claro que no era así en el teatro de los años ’60 y ’70, cuando no había quien se avergonzara de hablar de “la potencia del pueblo”, pretender “educar para la libertad” y querer ser “navegante”, aun allí donde no se ve el mar ni el viento sopla con fuerza. El espectáculo presentó afinidades con el cine de arte italiano de aquel tiempo, homenaje que se percibe en una escena de ronda, en otra compartida por autoridades y mafiosos y en la que muestra a un personaje en medio de la arena, sentado a una mesa y servido por una mesera. Este personaje es interpretado por un actor sordomudo que el director rescató de un neuropsiquiátrico, donde el hombre estuvo confinado durante cuarenta y seis años.

Con esta obra llegó también el actor argentino Pepe Robledo, quien debió emigrar en la década del ’70, cuando integraba el Libre Teatro Libre, de Mendoza. Este artista fue quien asoció en la obra a aquel terremoto que asoló al pueblo siciliano de Gibellina con hechos ocurridos en 1968, en Godoy Cruz y Guaymallén. Delbono presentó además su unipersonal Ra-cconti di giugno, pieza de carácter intimista en la que tampoco soslayó un contexto social prolífico en mafiosos y componendas políticas y eclesiásticas. Una puesta en la cual el tema de la integración no resultó prioritario fue The Dybbuk, donde se rescató la importancia de la memoria a través de una leyenda judía. Tampoco en Ensaio.Hamlet, de Brasil, obra acotada al mundo de la actuación y el teatro y a los problemas de la creación. El Hamlet del poeta Shakespeare sirvió esta vez a un montaje atrevido y delirante, que desconcertó, aunque de manera diferente a De monstruos y prodigios (México), donde a la manera de una conferencia se narró la historia de los castrati, apelando a la complicidad del público y a la simulación. Fue así que, desde la platea, una mujer insultó a viva voz al elenco después de que aquél produjera por sí sólo un desmadre cuando el personaje del negro esclavo obtiene su libertad. El enojo de la mujer convenció y hubo quienes en la platea gritaron indignados: “¡Echen a esa loca!”.

Otra referencia a la integración, pero desarrollada en un contexto caótico y en parte dadaísta, pudo advertirse en Big in Bombay, propuesta de danza teatro dirigida por la argentina Constanza Macras. Este trabajo desbordó en alusiones a una cultura mixta, a productos del entretenimiento masivo europeo y a los generados por la industria cinematográfica de la India (Bollywood). Cruzó danza y acrobacia y sorprendió con un intempestivo discurso sobre la Argentina, compendio de un fragmento de Salsa criolla, de Enrique Pinti, y con una pelea de pareja al estilo del dúo Pimpinela. Las bromas y los gags, la mezcla de personajes (fóbicos, terroristas, cartoneros) y situaciones de la vida diaria (esperas en una estación o un consultorio) interactúan con videos, y todo entre absurdos, histerias y otras fragilidades.

Con una maquinaria puesta al servicio de la evocación del instante, Les Ephémères, de Ariane Mnouchkine, evitó en cambio tomar contacto con algunos síntomas de fricción social que, como la xenofobia, malogran hoy la convivencia en sociedades europeas. Hubo así escenas que mostraron de Francia una realidad insospechada: hospitales públicos que acogen a marginales con paciencia y entrega, asistentes sociales que cumplen sus obligaciones de inclusión con total dedicación a su tarea y hasta un flashback donde dos niñas, una blanca y otra negra, se abrazan en ejemplar gesto de integración. Es probable que resoluciones como éstas hayan incidido en el ánimo de quienes por el término de ocho horas (con intervalo y pausas) salieron confortados. El Théâtre du Soleil quiere parecerse a una gran familia y el espectáculo que ofreció fue disfrutado por su carácter lúdico, emotivo y en algún punto rebelde. El secreto de la francesa Ariane Mnouchkine, de padre ruso y madre inglesa, fue esta vez exponer sabiamente historias mínimas. La expectativa que despertó el FIBA no se discute. Las entradas se agotaron para algunas obras antes de que comenzara el Festival. Los espectáculos nacionales seleccionados en esta edición tuvieron la vidriera necesaria para interesar a los programadores internacionales. Lamentablemente, surgieron problemas, como el de las funciones en subterráneos del Proyecto Cruce, cuyo estreno debió suspenderse por un paro de trabajadores. Faltó previsión, como en el caso de los afiches callejeros del FIBA tapados por los que publicitan a gremialistas y políticos en carrera por las elecciones.

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La notable Les Ephémères, de Ariane Mnouchkine, recreó un carácter lúdico.
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