Martes, 9 de octubre de 2007 | Hoy
NAOMI KLEIN EXPLICA LAS RAZONES DE “LA DOCTRINA DEL SHOCK”, UN LIBRO PARA ACTIVISTAS DEL NUEVO SIGLO
Klein cuenta que su libro nació durante el tiempo que pasó aquí realizando, junto a Avi Lewis, el documental sobre la fábrica Brukman. A pesar del negro panorama, se resiste a caer en el pesimismo: “Hay esperanza en el hecho de que las ideas progresistas no perdieron la batalla ideológica; fue una crisis lo que las derrotó. Pero las crisis son temporales”.
Por Lola Huete Machado *
Economía pura, política dura. O viceversa. De ambas unidas, del poder del corporativismo trata el nuevo libro de la canadiense Naomi Klein, la musa de la antiglobalización que vendió más de un millón de ejemplares con su No logo (2000). Ese libro versaba sobre el poder de las marcas y sus maniobras feroces para colocar sus productos; The New York Times lo definió como “biblia del movimiento antiglobalización”, y la revista The Economist le dedicó una portada-réplica que tituló Pro logo. Ahora presenta su nuevo libro, La doctrina del shock, y siempre acompañada de su marido, Avi Lewis, Klein se aloja en un hotel del Soho londinense y anda inquieta porque mantiene abierto un foro caliente con lectores de The Guardian, diario del que es columnista, al igual que del semanal izquierdista norteamericano The Nation. El libro causó gran expectativa en el Reino Unido y hay debate, desde luego, a tenor de las respuestas en distintos medios o de las recogidas en ese foro digital: desde el “éste es un libro que debería leer gente de todo el espectro político”, de un blogero llamado Richard Marcus, hasta la de otro, de nombre Tim Worstall, que se despacha: “¿Que la caída de los soviets es un crimen contra la democracia? ¿Pero qué se fumó esta mujer?”.
Klein, nieta de un sindicalista de la empresa Disney e hija de una pareja formada por una artista feminista y un objetor de la guerra de Vietnam que huyó a Canadá, seguidora entusiasta de Eduardo Galeano, John Berger y Susan Sontag, responde con seriedad a todos: “Se trata de intercambiar información, no de despotricar; de generar polémica. Esta obra es un inicio, no un punto final”. Para esta mujer, el activismo es su escritura. Su editorial la presenta así: “Como pasó con No logo, ahora, con La doctrina del shock Klein va a volver a sentar cátedra porque vuelve a desarrollar una teoría fruto de la observación in situ del avance demoledor del capitalismo”. En un volumen de casi 600 páginas, la autora no deja títere con cabeza en el entramado de los intereses económicos y políticos de Estados Unidos.
–¿Está siendo diferente la respuesta hacia este libro que con No logo? Esta obra es aún más política...
–La respuesta es distinta. Cuando salió No logo yo no era conocida, por lo que no había un deseo expreso de atacarlo; eso sucedió después. En principio, las críticas fueron positivas; luego vinieron las negativas. Con éste hubo polémica inmediata. Es controvertido. Cuento con que algunos se sientan amenazados: cuestiona una versión de la historia que siempre se ha aceptado, y la gente tiende a proteger su territorio. Habrá respuestas encolerizadas, otras le quitarán importancia, otras hablarán de conspiración y otras estarán encantadas.
La escritora, a la que algunos columnistas británicos presentan como “apasionada abogada de las teorías de Keynes y Galbraith”, describe el auge del capitalismo del desastre y sus efectos devastadores sobre los ciudadanos de a pie. “De cómo forrarse con la desgracia ajena”, se podría titular. Si la historia oficial indica que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia, ella asegura: “La historia del libre mercado contemporáneo –el auge del corporativismo, en realidad– ha sido escrita con letras de shock”. Una doctrina creada y recreada durante las últimas tres décadas que ella hace metáfora y lleva del cuerpo físico al político.
Así empieza su exposición, con las torturas y shocks infligidos sobre ciudadanos por agentes de la CIA durante los ’50 –descriptos en manuales no hace mucho desclasificados–, y lo extiende a la política económica internacional implantada en distintos Estados en coyunturas concretas: Argentina y Chile en los ’70; China y Polonia, al caer los ’80; Rusia, la ex Yugoslavia, países de Asia o Africa, en los ’90, y Estados Unidos e Irak, en el inicio del siglo XXI. Laboratorios de esta doctrina que necesita para aplicarse, “sin ningún tipo de restricciones, algún tipo de trauma colectivo adicional que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático”. Detrás de todo están la ideología y la práctica de la Escuela de Chicago, con Milton Friedman a la cabeza. “Su teoría se impuso en todo el mundo desde los ’70, pero hasta hace poco su visión jamás se había aplicado totalmente en su país de origen.” Hasta que llegó el 11-S y los neoconservadores se toparon con terreno abonado: pánico, incertidumbre, el enemigo terrorista... y descubrieron las mil posibilidades del país de Saddam. A la luz de esta doctrina, sigue Klein, la historia política de los últimos 35 años adquiere un aspecto muy distinto. “Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables se articularon para preparar el terreno e introducir las reformas radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado.” Nada como la frase de un ex agente de la CIA para orientar: “Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una promesa”.
–Su obra será especialmente criticada por los relacionados con la filosofía o las teorías de la Escuela de Chicago.
–Sí, pero un libro como éste no puede medirse por sus críticas. A alguien de izquierda le gustará; alguien de derecha quizá lo odie. Para mí será un éxito si estas teorías salen a la luz y si son capaces de abrir discusiones sobre cómo llegaron a dominar.
–El libro describe un panorama desolador de maniobras políticas y económicas. La reacción del lector puede ser la contraria a lo que usted querría como activista; es decir, ¡pasemos de todo...!
–¿Quién dice que todo está perdido? No. Hay esperanza en el hecho de que las ideas progresistas y de izquierda no perdieron la batalla ideológica; fueron forzadas, y fue una crisis lo que las derrotó. Pero las crisis son temporales. Si se fija en lo que pasa en Latinoamérica hoy, se trata de un continente que sufrió todo tipo de crisis, y aun así, 30 años después, las ideas y la esperanza reaparecen. Y se están encontrando nuevas formas para protegerse de crisis futuras. La única cosa peor que el capitalismo es esa otra opción que sugiere que no hay alternativas. Yo digo que las hay, que las hubo siempre, que la gente las eligió y que fueron derrotadas en guerras sucias, tanto intelectuales como reales. Esto debería dar confianza a la gente.
–En No logo decía que había que poner más atención a las estrategias de las marcas. Pero pasaron seis años y las cosas no cambiaron mucho...
–¡No logo no pretendía eliminar las marcas! Era un libro de política y hablaba de un sistema comercial injusto. Yo decía que las marcas son sólo símbolos, puertas de entrada al debate sobre el tipo de sistema comercial que queremos. Que era el momento de entrar por esa puerta. Y de eso trataban las protestas en Seattle contra la OMC, en Washington contra el Banco Mundial y el FMI y en Génova contra el G-8: contra este sistema. Y si nos fijamos en dónde estamos en 2007, vemos que esas organizaciones están en crisis. Hay un cambio enorme.
–¿Están más concientizadas las empresas ahora que hace un lustro?
–No creo. Hubo cambios, pero no hay ningún sistema de control, así que ¿cómo lo sabemos? Pero el plan que existía, y que buscaba formas más profundas y rápidas de liberalismo corporativo, se estancó. No está mejorando, pero tampoco empeorando. A eso me refiero cuando digo que las negociaciones de la OMC llevan paradas cuatro años, que el FMI perdió poder, que el Banco Mundial está en crisis y que los intentos de expansión de las áreas de libre comercio se detuvieron. Sé que no hay utopías, pero poder parar estas cosas es en sí una victoria. El principio.
–Hablando de victorias, la sensación es que los estadounidenses no reaccionan mucho con la guerra de Irak.
–Es verdad, es una de las ironías de la era George Bush. Esta Administración es tan terrible que hay una gran cantidad de activismo; la gente tiene más conciencia política que hace cinco años. Pero todo está centrado en odiar a Bush o a Cheney, en conseguir que Obama o Hillary sean elegidos. Todo se centra en las elecciones. Se ocupan menos de cuestiones como el cambio climático o la guerra, y más del enfrentamiento entre demócratas y republicanos.
–Usted dijo en Francfort en 2002 que la esperanza para el futuro del movimiento antiglobalización era Europa... ¿Por qué es diferente?
–Lo dije en 2002 porque tras el 11-S había pánico en EE.UU. y muchos activistas dejaron de serlo por miedo a parecer antipatrióticos. La guerra contra el terrorismo se usó como arma frente al activismo. Escribí este libro para que mis compañeros estadounidenses vuelvan a hablar sobre sistemas. Antes del 11-S, lo importante del debate que existía sobre la globalización es que no era sobre Bush, Cheney o Clinton, era sobre sistemas y mentiras. Tenemos que volver a eso.
La génesis del nuevo libro se produjo durante el año en que vivió en la Argentina, mientras rodaba junto a su marido la película La toma, sobre obreros en plena crisis que sacan adelante la fábrica Brukman. Sus amigos le hablaron de las sangrientas raíces del proyecto de la Escuela de Chicago: “A menudo, compartiendo sus recuerdos y tragedias personales y familiares conmigo. Cambiaron la forma en que veía el mundo”, recuerda Klein. Aquel primer destino la llevó a un periplo por el mundo que la marcó. Especialmente Irak: “Cuando volví en 2004 tenía claro que debía escribir sobre aquello. Estaba obsesionada con el asunto del shock: era la metáfora elegida por invasores y economistas. Así que empecé a investigar acerca del shock de forma científica, y a ver más similitudes entre el shock científico y lo que estaba pasando en estas zonas de conflicto”.
–¿Se les fue la mano en esa guerra?
–La guerra de Irak no salió según lo previsto. Y conocemos el plan porque Paul Bremen entró en Irak e intentó convertirlo en zona de libre comercio; dejó papeles que lo demuestran. Pero la ideología del shock tuvo tanto éxito que penetró en el corazón del gobierno estadounidense. Aun cuando la guerra fracase, sigue tratándose de un éxito económico para las empresas privadas; gran parte de la guerra la libran ellas. Así que, cuanto peor están las cosas, más beneficioso es para estas compañías. No sólo de armas. Es muy radical lo que hizo esta Administración; cosas como el espionaje, interrogatorios de prisioneros, construcción de cárceles... Tareas que son el núcleo de lo que entendemos por Estado fueron privatizadas.
–Siempre se benefician y pierden los mismos, y es desesperante.
–No hay nada desesperado cuando tienes claro a quién te enfrentas. Lo es más pensar que los demócratas van a arreglarlo todo en las próximas elecciones. Deprimen más las falsas esperanzas.
–¿Y qué piensa sobre ello?
–Hay mucho escepticismo debido a la experiencia de votar para el cambio y no conseguirlo. Eso aumenta el desaliento. Pero si la gente ve que se consiguen resultados, se implica más. Hay muchas situaciones en las que boicotear las elecciones fue una opción racional. Si tienes un sistema roto... Por ejemplo, Argentina antes del derrumbamiento: muchos votaron a un personaje de dibujos animados (N. de la R: Clemente, de Caloi) porque no tenía manos y no podía robar. Fue un voto de protesta que venía a decir que todos eran ladrones y que no querían participar en eso. Cuando un sistema está corrupto, como el de EE.UU., es una postura muy legítima no seguir fingiendo que esto va a funcionar. Pero si se pueden tener elecciones reales, como, espero, en Ecuador o Bolivia, la gente recupera la fe en la democracia.
–Usted es de izquierda, de familia y pensamiento... ¿Cree que los partidos políticos de izquierda deben plantearse una vez más lo de renovarse o morir?
–Gran pregunta, pero es difícil para mí generalizar; puedo hablar de situaciones concretas, de cada país. Decir que todos los partidos de izquierda deben morir puede ser mala idea.
–¿Perdieron la conexión con la gente joven? ¿Esta no se siente representada por los partidos de izquierda?
–Mire lo que pasó en Italia con el Partido Comunista. Un grupo de activistas se presentó a las elecciones, hubo una renovación; después, coalición con Prodi, y poco cambió... Muchos movimientos sociales muy efectivos para presionar al gobierno están apartados... Creo que, a no ser que tengas un verdadero plan para arreglar el sistema, y no sólo sentarte y ocupar sitio en el Parlamento, es mejor y más efectivo quedarse afuera, estar bien organizado y ejercer presión. Así que depende; deben ser estrategias bien pensadas. Diría que mi generación de activistas no se toma el poder político en serio.
–¿Por qué no?
–Porque es posible cambiar el sistema no sólo presentándose a las elecciones, sino con un plan serio de reforma constitucional y política. Eso es lo que está pasando en parte de Latinoamérica. En Europa y América del Norte no parece haber tanta prisa, pero ocurrirá.
–¿Cuándo comenzó a interesarse por la política? Ha contado en alguna ocasión que era muy consumista de joven.
–Sí, cuando era adolescente.
–¿Por qué cambió?
–Porque dejé de ser adolescente.
–Usted cambió esa conducta. Si tuviera que decirle a alguien cómo hacerlo...
–Le diría que leí un libro llamado No logo y ya no pude ir de compras.
–¿Ahora es más no logo o pro logo?
–No soy pro logo, pero no creo que mis compras sean relevantes.
–Y en lo político, ¿dónde pueden hacer algo los ciudadanos?
–Bueno, ésa es la razón por la que escribí el libro: el tipo de cosas que cuento van a seguir pasando. Cada vez hay más crisis y desastres, el mercado está en crisis en América del Norte, tenemos amenazas de ataques terroristas, el clima enloquece... Lo escribí para que cuando esto ocurra, la gente esté informada, sepa cómo funciona, defienda sus derechos y también use esos momentos para decir con más claridad qué tipo de sociedad quiere. La información es el único medio de resistencia ante el shock.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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