JOSE RIBAS Y LA MARCA QUE DEJO “AJOBLANCO” EN ESPAÑA
En su libro Los 70 a destajo, el editor recorre la historia de una de las revistas culturales más importantes de España, que llegó a vender cien mil ejemplares y se convirtió en un emblema intelectual contra todo tipo de autoritarismo.
› Por Silvina Friera
“Soy muy fan de la Argentina, vengo cada año y me quedo como un mes”, cuenta el catalán José Ribas, fundador de Ajoblanco, revista libertaria que en 1977 llegó a vender cien mil ejemplares y que se convirtió en uno de los faros más potentes para la generación nacida en los años ’50. Los 70 a destajo (Emecé) rehúye de las etiquetas genéricas. No es una memoria ni una crónica ni una confesión ni un diario, aunque aprovecha y mezcla muchos de los recursos de cada uno de estos géneros. Las 574 páginas del libro ofrecen una narración trepidante en torno del hippismo español, la música progresiva, Sevilla como epicentro del emergente underground, el desmadre valenciano, la lucha obrera, los últimos estallidos del movimiento estudiantil contra la dictadura franquista, el teatro independiente, los freaks. Desde una perspectiva callejera y anarquista, recupera e ilumina las múltiples voces que hicieron posible la transición en España y la creación de una revista contracultural. “Quise ir al ayer, pero sin reinventar el pasado. La memoria es muy traicionera y tenía que recuperar todo aquello tal como fue. No he puesto lo que luego supe, sino lo que entonces supimos y tal como lo sabíamos”, dice Ribas en la entrevista con Página/12.
Ribas plantea que en la universidad se fraguó la pugna entre el autoritarismo franquista y los extremismos de izquierda, el maoísmo y el leninismo. “Mi generación buscaba el camino de la libertad sin ningún tipo de autoritarismo, ni el franquista neoliberal ni el autoritarismo de izquierda”, señala el autor. “No queríamos que nos dijeran cómo teníamos que ser, cómo teníamos que pensar y cómo teníamos que vivir.” Ribas decidió que la revista se llamaría Ajoblanco por la sopa más popular que existe en España. Y esa sopa cultural, que picaba más fuerte que el ajo, se leía en los bares, pubs, clubes, en las compañías de teatro, en comunas creativas. Durante la primera etapa, de 1974 a 1980, la revista alcanzó a tener un millón de lectores. “Fue muy fuerte el impacto que tuvo en aquella época. El primer número salió en octubre del ’74 y Franco murió en septiembre del ’75. Estábamos en Barcelona, éramos contraculturales y la censura no se dio cuenta de lo que estábamos haciendo.”
–¿Por qué hubo tantas discusiones con algunos miembros de la revista, por ejemplo, con el escritor Quim Monzó?
–Ellos eran más malditos, no creían en la revolución libertaria. Eran herederos del pop art de Andy Warhol y no veían posible que se pudiera cambiar el mundo, pero todavía había muchas perspectivas utópicas abiertas. Aún no estaba decidido lo que iba a pasar en el mundo, porque si bien en España había una lucha antifranquista, también había una lucha contra el sistema, contra el consumismo, y se estaban desarrollando nuevas prácticas en el mundo de la educación libertaria, en la ecología, en la sexualidad. Había muchas revoluciones pendientes.
–¿Una de esas revoluciones fue la del lenguaje?
–Sí, buscábamos un nuevo espacio, un nuevo lenguaje, necesitábamos comunicarnos. Ajoblanco surge de la necesidad de buscar un lenguaje de la libertad, porque no había palabras para expresar lo que sentíamos, porque el lenguaje estaba tomado o por el franquismo o por el lenguaje dogmático del marxismo o del estructuralismo. Nosotros buscábamos la vida, vivir tal cual pensábamos. Fuimos una generación bisagra, “la generación acorralada”, porque estábamos entre la generación de Felipe González, que pactó con el poder multinacional y siguió las directrices de Washington para que en España se mantuviera la estabilidad a cualquier precio, y la generación que vino después, más nihilista y ya decepcionada con lo político, con el espacio de la polis, con la participación.
–¿Desde las páginas de Ajoblanco se reflejó ese nihilismo?
–No, nunca lo reflejamos porque buscábamos recuperar el pasado libertario español. Creíamos en la revolución cultural por encima de cualquier cosa y el primer Ajoblanco fue muy activista. En la segunda etapa de la revista (de 1987 a 2000) hubo un intento de perfeccionar la democracia y poner a España en contacto con las culturas latinoamericanas emergentes y con las culturas del mundo árabe. Pero nunca fuimos malditos, creíamos en la cultura de la participación.
–¿Qué repercusión tuvo la revista fuera de España?
–Los franceses estaban muy asombrados de lo que estaba pasando en España, que un país que había estado tanto tiempo atado al franquismo pudiera presentar una alternativa tan solvente. Los ’70 fueron fundamentales no sólo en España sino en todas partes porque se fundó el mundo actual, tanto el mundo que triunfó a través de la presión de la publicidad y de los medios de comunicación, como el mundo que no triunfó, pero de alguna forma está latente. Muchos de los presupuestos con los que alumbramos los ’70 están por hacerse, son cuestiones pendientes, como el problema de la representación política y de la democracia.
–¿El contexto de decadencia del franquismo les permitió ser mucho más osados?
–Sí, era una época de mucha confusión, aparte estábamos en Barcelona, donde la libertad llegó antes de la muerte de Franco por una serie de circunstancias de tipo económico y de distancia con el poder político, que estaba en Madrid. Había muy pocos guerrilleros de Cristo Rey, la extrema derecha que en Madrid era terrible, entonces todo esto propició una gran conmoción y agitación en Barcelona. La gente tomó las calles sin el concurso de ningún político porque no sabíamos quiénes eran los políticos; todavía no tenían rostro Felipe González, Jordi Pujol, Pascual Maragall, no se sabía ni quiénes eran. Había muchísima ansia porque estaba todo por hacerse. Había mucha motivación e ilusión porque la gente creía que podía participar activamente en el cambio social, político y cultural que se avecinaba, y que era indeclinable.
–¿Qué balance hace de la primera etapa de la revista?
–En la primera etapa, los que hacían Ajoblanco eran los lectores. Teníamos una gran comunicación con los lectores, y el primer Ajoblanco fue una premonición de lo que sería Internet: recibíamos unas mil cartas semanales y venía gente de diferentes puntos de España, que tomaba trenes y autobuses para vernos. La redacción de Ajoblanco se convirtió en un punto de encuentro. Esa gente venía a buscar consejos para liberarse. Había una gran necesidad de vivir otra vida, de experimentar. En el primer Ajoblanco no había profesionales que lo hicieran sino que todos éramos actores, tanto los lectores como los que hacíamos la revista.
Después de la muerte de Franco, la revista padeció la censura: estuvo suspendida durante cuatro meses, desde marzo del ’76, por un artículo en el que se reivindicaban las fiestas populares. “Aquello fue una campaña de marketing sin precedentes, porque después de la suspensión empezamos a vender más, 80 mil a 100 mil ejemplares. La dictadura languidecía y la gente ya no tenía miedo”, explica Ribas. “Pero en el ’77 los políticos destrozaron ese movimiento a través de los Pactos de La Moncloa, unos pactos de estabilización porque en aquel momento había un 70 por ciento de inflación. El PSOE, que acaba de aparecer, y el PC de Carrillo firmaron con Suárez los pactos, que no implicaban otra cosa que controlar el movimiento social y sindical dentro de la nueva estructura partidista, autoritaria, jerárquica y con caciques. Por eso digo que ahora en España lo que hay es un franquismo de partidos, porque se detuvo el proceso de transición.”
–¿Los Pactos de La Moncloa abortaron la posibilidad de una revisión profunda de los crímenes cometidos por el franquismo?
–No solamente eso, el franquismo fue mucho más complejo de lo que parece, pero lo que sobre todo abortó es el proceso nuevo que se había iniciado a principios de los ’70, que tendía a que en España hubiera una democracia mucho más participativa y con una sociedad civil mucho más estructurada a través de los movimientos sociales. Los partidos políticos no se democratizaron internamente en España, sigue sin haber un proceso de democracia interna.
–¿Por qué es tan complejo el franquismo para los españoles?
–El franquismo creó una inmensa nueva clase económica, la clase media, muy conservadora, que prefiere antes la seguridad a cualquier cambio. El franquismo triunfó a nivel económico, por eso es tan complejo. Y la política de Felipe González en los ’80 no es más, económicamente hablando, que la culminación del plan franquista, pero con seguridad social.
–¿Y la política de Rodríguez Zapatero también continúa con la línea franquista?
–No, Zapatero cayó por casualidad, creo que es un colado, una persona que no tenía en principio contacto con los poderes fácticos del mundo, de la aldea global. Intentó hacer una revolución de cultura republicana, de abajo hacia arriba, pero en el fondo no ha habido un cambio en la Ley de Educación. Sin una reforma profunda del sistema educativo, no puede haber una cultura republicana de base, con lo cual creo que también Zapatero ha fracasado.
–Sin embargo, ciertas leyes, como la modificación del Código Civil, que permite el casamiento de homosexuales y lesbianas, podrían considerarse como un triunfo de Zapatero, que se conecta con esa libertad que se proclamaba en los ’70.
–En lo que triunfamos fue en el cambio de las familias. En este momento las familias españolas están entre las más modernas de Europa, porque hubo una gran revolución interna, y el diálogo entre padres e hijos es mucho más fluido que en Italia o Francia. Esa revolución de los ’70, que tenía que ser social, finalmente acabó siendo una revolución más íntima, a través de la sexualidad libre. La familia española es lo que más ha cambiado, y lo que ha hecho Zapatero es reconocer lo que ya estaba sucediendo en la realidad. En España siempre han ido por delante los movimientos sociales a la ley política. Sin la revolución de los ’70, no habría habido en España un cambio de mentalidades. Porque la movida de Madrid es hija de los ’70, pero sin el contenido político y social de los ’70.
–Usted insinúa en el libro que la semilla de lo que se conoció como el destape estaba en los ’70, ¿no?
–Sí, claro, es evidente. Basta con leer Ajoblanco, Interview, Cambio 16 o publicaciones como El viejo topo, que hicieron un destape en todos los niveles. Pero después, el destape quedó solamente en lo más individual. Se acabó la era del “nosotros” y apareció la era del “yo”, más individualista y más desconectada de lo social.
–¿Esa era del “yo” hizo que Ajoblanco no saliera durante siete años?
–Sí, estas revistas de agitación tan combativas, que buscan la realidad por encima de todo, necesitan parar un tiempo porque la propia dinámica del día a día te fagocita y pierdes el sentido de la realidad.
–¿Es posible reeditar una experiencia como la de Ajoblanco?
–Ahora es necesario. Los grupos “anti lo que sea” están muy dispersos, hay muchos en España, en México, en Colombia, en Venezuela, en Argentina. Creo que nos deberíamos unir porque finalmente compartimos algo que no tiene fronteras: la lengua. Y además somos sociedades con unos valores humanistas muy poderosos, porque somos latinos y nos gustan el sincretismo y mezclar culturas. Tenemos un capital enorme y muchas experiencias para compartir e intercambiar. Debemos superar esta enorme dispersión porque hay mucha más gente de la que parece. Ahora los viejos tenemos que dejar paso a las nuevas generaciones, darles nuestro pasado para que ellos puedan gestionar futuros.
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