CRONICA DESDE EL BUNKER PORTEÑO DE LA MUÑECA RUBIA
El local ofrece a las consumidoras una rara fusión de entretenimiento y moda, a contramano del debate sobre la ausencia de talles grandes, proponiendo una suerte de burbuja jalonada de disfraces teatrales.
› Por Julián Gorodischer
La morocha, que se parece a Mariana Nannis, sale con la nenita de la mano; le habla exclusivamente en inglés. Come on, darling, mientras se van del Barbie Store de Recoleta, sobre la calle Scalabrini Ortiz, pero luego, ante la módica pregunta De dónde son, responde con un sorpresivo: “De Chacarita”. Las bebotas desnudan a las Barbies en exhibición, les cambian “la ropita”, por encima de cualquier otra acción, lo cual para el fundador de este comercio atípico (el primero en el mundo dedicado al juguete rubio y siliconado) “justifica que la Barbie sea alta, larga y delgada: para que la ropa le entre y le salga más fácilmente”. La tarde en el Barbie Store conecta con la irrupción en la Argentina de lo que Tito Loizeau, alma mater de la iniciativa, llama “el fashiontainment”, que surge en el minuto en que el entretenimiento se funde con la moda, e invade una nueva área como antes hizo con la publicidad, el deporte, la economía. ¿Qué busca entre las tortas-corazón y las pasarelas para novatas la multitud de criaturas devenidas en princesas,
hadas o chicas fashion, categorías imitadas de las Barbies? Julieta Castigliego, maquilladora y peluquera, de paseo con su sobrina (“... mientras las madres trabajan, las tías les cuidamos a las nenas”, dice) ensaya una definición: “Mucho marketing, pero muy lindo. ¿El spa o el fashiontainment? Son dos adrenalinas diferentes. El spa es un gusto, esto es un juego. Del spa salís relajada; de acá no te llevás nada en el cuerpo”.
La sonrisa de los empleados de McDonald’s es un signo de misantropía al lado de la dicción suspirada de las vendedoras-princesas, que se presentan con bucles y pelo recogido emulando a las muñecas; llevan cinturas de avispa y modales amables dispuestos a la visita guiada. El encargado impone restricciones: habría que pedir permiso para hablarle a cualquier persona. Pero las seis ninfas del sector Salón de Belleza se anticipan a la veda, cuando invitan a pasearse entre las cabezas cortadas que sirven de modelo para peinados. Hasta este momento, el recorrido inicial dejó en claro algunas obsesiones del store: felpudos con la cabeza de la chica estampada (se sospecha que como forma de ejercer una violencia contra la muñeca), omnipresencia y hegemonía del vestuario, en una exaltación de la ropa rosada que llega, incluso, a hacer enmarcar remeritas dibujadas a modo de cuadritos en la pared. Y, claro, llegando a los percheros se interroga a la vendedora-hada sobre la cuestión de los talles, prolijamente ordenados del uno al doce, como para una preadolescente delgada. La masividad de la venta queda a cargo de las zapatillas con los dedos separados (onda ojota), porque la talla limita. “Ha pasado que han venido niñas de doce años que se van tristes porque no encuentran ropa de su talle. La ropa no les queda”, admite la vendedora, y refuerza la mitología a priori: exaltación de la silueta, de las medidas clásicas, justo en medio de la ola pro talles grandes. Si la bebota pelada le combatió el trono a la Barbie en el gusto y la preferencia de la nena, celebrada por la especialista como un paso a la adulta menos estimulante de la dieta y la gimnasia compulsiva, la Barbie vuelve a reinar en este complejo de casa de té, peluquería, boutique y sala de juegos de la Recoleta, antes que en el primer mundo, pura incorrección política de anticipación desde los márgenes.
–Está el tema del estereotipo de la Barbie como mujer ideal –reconoce Tito Loizeau, el creador del Barbie Store–, castigada a lo largo de sus 49 años de existencia. Pero Barbie no se creó para que las nenas sean como la muñeca, sino para jugar. Es una ridiculez pretender que todos los pibes sean musculosos como los Action Men. Hoy Barbie se ha transformado en 200 millones de razas y religiones.
–¿Y cuándo saldrá la Barbie gorda?
–Ya hay hasta una Barbie embarazada. Y las amigas de Barbie son morochas. Lo que pasa es que lo primero que hacen las nenas es desnudarla. Le ponen y le sacan ropa. Si tuviera otra silueta sería difícil. Al ser flaca y larga eso facilita el juego. Si hay algo que tiene de notable es la vigencia: es el único juguete que ha trascendido a una generación. El Rasti volvió y fue un éxito, pero los padres se lo compraban para ellos. Acá se da un cruce generacional que solamente pasó con la licencia de Mickey Mouse.
Siguiendo la turba de gritos y hurras se llega a la sala de juegos: una réplica de una casa de familia, habitada por supuestas Barbies que no se presentan ante el contingente. La renovación queda a cargo de las muñecas exhibidas en la entrada, dos amigas de Barbie que provienen del Africa y de la India, y también hay novedad en la Casa de Té plagada de hidratos, en forma de corazones de chocolate, estrellitas de masa, mariposas de hojaldre, trufas, dulce de leche, colaciones con dulce glaceado y brownies. Pero adentro de la casa de Barbie se reencuentra el postulado central del fashiontainment: la exaltación del vestuario teatral. Enmarcado en cuadritos, tirado en camas y bolsas apócrifas en los cuartos, expuesto y apto para uso con devolución en las perchas: todo remite a “ponerse y sacarse”, cambiar identidades por minutos, ilusión y decepción acelerada que no pretende resultados sino procesos. Como el avión indio apostado en tierra que es un éxito para aquellos que lo visitan y que nunca habían volado, como forma lograda y exacerbada del simulacro, todo ocurre con la velocidad y la provisoriedad de un probador de boutique, con la voracidad de un banquete con más demanda que oferta disponible, y con la uniformidad de una fábrica de clones de princesa y hada, porque a ninguna nena le interesa especialmente hacerse cargo de la versión muñeca fashion.
Josefina, señora madura con sus dos nietas-hada, vino desde Puerto Madryn y asume que hay un interés marcado por las Barbies en la infancia de la Patagonia. ¿Las razones? “Y sí –dice–, nos encanta la imagen de los brillos, de los adornos tan llamativos. Ellas quieren todo de la Barbie. Las que más les gustan son las princesas, las tradicionales”. Aunque se da vuelta unos segundos después, pura cara de decepción ante la nenita llorona, mientras consuela: “Pero vos querías una princesa más vaporosa, ¿no? Ella se soñaba toda inflada. Y ahora se quiere sacar la ropa, tan estirada”. Luego, devuelve al perchero el vestido de breteles por el ombligo de las nenas y tules demasiado opacos para las semanas que el store lleva abierto al público.
–Todavía no se preocupan por las calorías –dice Josefina–. ¡No! ¡Me muero! Ellas dos están locas con Patito Feo; van a ver al Patito, y a las Divinas también...
–¿Cómo convive el boom de la novela Patito... con la irrupción del Barbie Store en el gusto de las nenas?
–No tan distintos (interrumpe la probadora-hada). Eso varía.
–¿Cómo varía? ¿Qué es lo que varía?
–Depende del que mira y qué mira. Acá eligen todas el traje de princesa.
–¿Y si viene una gordita?
–Hay para ella, todo se estira.
Cuando las sonrisas y la armonía general amenazan con enterrar la posibilidad de una historia, cuestionando el motivo de la presencia del cronista... y cuando la única acción de vestir y desvestir muñecas y nenitas opaca todo fondo o segunda actividad humana... y cuando las mínimas reformulaciones de una Barbie atañen a lo ya mencionado o a algunas pocas con gestos más marcados que las asemejan a una caricatura de sí mismas, se intenta preguntar por la anomalía, el punto de pasaje a una cierta extravagancia, esa aparición que habría alterado un sistema de expectativas en vigencia. ¿Algún varoncito se los quiso probar? “No, no. Pero les gusta mirar”, dice la probadora. ¿Una mamá le disputó el vestidito a la nena chiquita? “Sí, y las hermanas. Estos trajes son grandes y sirven para ellas. Se ponen este solero (retro, naranja)”, agrega.
–Esta cabeza de Barbie que se usa para practicar peinados –se le comenta a la maquilladora y peluquera Julieta, una tía de visita con su sobrina– está bastante deteriorada: semipelada, con facciones exageradas. Por lo menos cambia el parámetro de belleza...
–Como peluquera les ofrezco lo que les va a quedar bien, ya sean gordas o flacas. No las discrimino, de hecho yo no tengo 90-60-90.
Cuando empieza a prepararse la salida, sorprende la cantidad de maletines, cofres, portacoesméticos exhibidos en distintos sectores del local: una educación para que las nenas empiecen precozmente a guardar bajo siete llaves. Pero la acción de vestir y desvestir nunca cede ante la de abrir y cerrar la valijita o el maletín. Ponerse y sacar es la clave que encontró el negocio para democratizar el consumo, aunque todo sigue pareciendo bastante exclusivo, tanto como la morocha enjoyada, pollera hasta las rodillas, nena impulsada a seguir caminando mediante palmaditas. Mientras se la mira, se extingue la ilusión de un fashiontainment para masas. Come on –sigue la vecina de Chacarita–. Baby, don’t stop”.
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