“LOS MONSTRUOS SAGRADOS”
La obra dirigida por Rubén Szuchmacher se suma a la avidez especial de la escena porteña por la obra del dramaturgo francés, a través de la historia de una pareja de artistas interpelada por la llegada de una mujer más joven.
› Por Hilda Cabrera
No había registro que le fuera ajeno a Jean Cocteau. Se enamoró de todas las artes y –como decía respecto de la poesía– por placer y vocación. Los productos de esa diversidad de gustos e intereses le significaron elogios y críticas, consecuencia a veces de su apego al “aristocrático arte de caer mal”. Los monstruos sagrados se sitúa en 1940 y, según lo declarado por su autor, fue escrita para levantar el ánimo de los franceses estremecidos por tanta guerra. Aquel propósito toma aquí la forma de un vodevil no totalmente convencional para entonces, aun cuando resultan característicos los temas de la infidelidad y de la confusión de identidades entre intérpretes y personajes.
“Tan puros que da miedo mirarlos”, escribió sobre otros monstruos, y en otro tiempo y lugar el gran poeta Gabriel Celaya. Lo cierto es que los artistas famosos de esta historia –así como los presenta el director Rubén Szuchmacher sobre la traducción de Ingrid Pelicori– resultan más cómicos y amables que patéticos, y que el público –que no se halla en medio de una guerra como aquel otro en Francia– disfruta de esta puesta y de algunas buenas actuaciones, básicamente de la composición de Claudia Lapacó en el rol de una ponderada actriz de nombre Esther. Cabe recordar que Cocteau –poeta, novelista, dramaturgo, guionista y dibujante– ha sido destacado últimamente en la escena de Buenos Aires a través de su intensa obra en un acto, La voz humana –monólogo de 1930 estrenado en La Comédie Française y llevado al cine– y Los padres terribles, obra de 1938 (en cartel en Buenos Aires) sobre el obsesivo amor de una madre hacia su hijo. Piezas donde la desmesura amorosa cobra víctimas. A éstas y otras exaltaciones del sentimiento, el autor le anudó mitos tanto en su obra poética como en sus tragedias (Orfeo, de 1927; Edipo rey y La máquina infernal); en sus ballets, Fedra, de 1950, entre otros; en los filmes La sangre de un poeta (1932), La Bella y la Bestia, Orfeo y El testamento de Orfeo; en novelas como Les enfants terribles (1929) y en el dibujo o “poesía gráfica”.
Estos títulos son apenas una muestra de la enorme producción de Cocteau, que incluye falsas autobiografías, según lo testimoniaron las exposiciones que se realizaron en Francia y otros países europeos. Un dato más sobre la increíble actividad de este artista que se acercó al surrealismo, pero no fue devorado por esa “aventura poética”, y a quien la Academia Francesa reconoció en 1955. El gusto por sorprender era un componente fundamental en sus comienzos. El bailarín y coreógrafo ruso Serge Diaghilev (creador de Los ballets rusos) le había pedido en 1913 que lo asombrara, y el francés respondió con El buey sobre el tejado, ballet diseñado a la manera de un cabaret satírico por el que desfilaban personajes monstruosos con música de Darius Milhaud y participación de los clowns Fratellini. El espectáculo escandalizó. Cocteau reconsideró periódicamente su trabajo y cayó en crisis artísticas, sentimentales, algunas a consecuencia de su adicción al opio (que testimonió en Opium, de 1923) y otras derivadas de su relación amorosa con un joven poeta que murió de tifus a los 20 años, a quien el escritor “resucitó” en la figura de Orfeo. Recibió además grandes influencias, entre otras la de Roland Garros, as de la aviación en tiempos difíciles al que dedicó los poemas de Cap de Bonne-Espérance, de 1919; y la de Pablo Picasso, que derivó en Oda a Picasso, también de ese año.
Entre los asuntos que interesaron a este autor de sensibilidad barroca están los referidos a la metamorfosis, la comunicación casi mágica con la muerte y la traición, a la que alude en su poema Opera (1925-1927). Menos dramática que esas traiciones de la poesía es el desvío amoroso que expone Los monstruos... en el escenario del Broadway. El enmascaramiento es parte de la cotidianidad de este matrimonio de artistas admirados por su público, cuya armonía familiar es quebrada por una joven actriz (personaje que interpreta María Abadi) que adula a la mujer (estrella del teatro francés) y se gana sexualmente al varón, actor de grandes caracterizaciones de la Comédie Française que aquí interpreta Arnaldo André. Un asunto nada original éste de la extraña que se inserta en la vida de una pareja en crisis. El espectador cinéfilo quizá recuerde la anécdota de un film de Joseph Mankiewicz posterior a esta creación de Cocteau: La malvada, de 1950, cuya traducción del original en inglés es Todo sobre Eva, donde Eva era la astuta que se ganaba la confianza de la diva (Be-tte Davis) para destronarla. Pero sucede que en este presente, donde los monstruos sagrados son cuestionados hasta en sus asuntos más íntimos y donde se premia a los que mejor enmascaran y mienten, esta parodia pierde ese carácter revulsivo que pudo haber tenido en tiempos de Cocteau. El gusto por apartarse de las convenciones y de los arcaísmos –que en la década del ‘40 podía lograrse adhiriendo a una figuración primitiva, al cubismo por ejemplo–, en esta puesta se expresa a través de actuaciones disparatadas y mohínes, de algunos apuntes graciosos y acciones desarrolladas a un ritmo ágil. Y todo esto en un ambiente deliberadamente kitsch, donde no faltan elementos del teatro dentro del teatro.
7-LOS MONSTRUOS SAGRADOS
de Jean Cocteau (1889-1963).
Intérpretes: Claudia Lapacó, Arnaldo André, María Abadi, Susana Lanteri, Graciela Martinelli y Julián Vilar.
Traducción: Ingrid Pelicori.
Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari.
Diseño de iluminación: Gonzalo Cordova.
Música original: Bárbara Togander.
Piano: Pablo Saclis.
Asistente de dirección: Pablo Quiroga.
Producción general: GRUS Producciones.
Dirección: Rubén Szuchmacher.
Lugar: Teatro Broadway/TSU, Sala 2, Av. Corrientes 1155 (4382-2201). Funciones: miércoles a viernes a las 21; sábados a las 20:30 y 23; y domingos a las 20:30. Localidades desde 40 pesos.
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