OTRO LIBRO SOBRE EL PINTOR
En La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso, Pepita Dupont ataca la leyenda negra lanzada por Françoise Gillot.
› Por Maria Luisa Gaspar
Jacqueline hizo un testamento del que no se separaba y que daba cuenta de su donación a España, en 1986, de 61 obras de Pablo Picasso: así lo revela la que fue su confidente y amiga durante los últimos años de su vida, la periodista Pepita Dupont. La autora de La verité sur Jacqueline et Pablo Picasso tardó 21 años en dar forma de libro a sus vivencias como testigo de un sinfín de pequeños y grandes eventos, entre ellos los días que siguieron al suicidio de la viuda y última musa del genial pintor malagueño. Junto a múltiples datos, testimonios y documentos que rozan los más altos estamentos de la cultura y la política francesa y española del momento, Dupont divulga ahora lo que vio el 15 de octubre de 1986 cuando llegó a Notre-Dame-de-Vie, horas después de que Jacqueline se disparara una bala en la sien. Revela también los testimonios y reacciones de quienes la vieron por última vez, amigos y familiares; banqueros, notario y contable, que acudieron de inmediato a la mansión al saber que la desesperanza había ganado a la mujer que compartió dos décadas de intenso y profundo amor con Picasso.
Así, el libro derrumba la leyenda negra lanzada en Mi vida con Pica-sso (1965) por la ex compañera Françoise Gillot, madre de Claude y Paloma: gracias a Jacqueline, Dupont supo de un Picasso muy diferente, del que ofrece testimonios de artistas, amigos y empleados. La autora buscó también pruebas para demostrar que Gillot “inventó por completo tres tercios de lo que cuenta en su libro”. “Por el momento no tenemos juicio”, dijo la escritora de esta Verdad..., que sitúa como primera protagonista de la tragedia final de Jacqueline a Catherine Hutin, hija de un primer matrimonio de la musa de Picasso, con quien se sabía que ésta no mantenía buenas relaciones y quien, en ausencia de un testamento, se convirtió en su heredera universal. El libro recuerda cómo la hijastra de Picasso exigió el retorno a Francia de las 61 obras que su madre había donado a España, con ocasión de la exposición Picasso en Madrid, en octubre de 1986 en el Museo Español de Arte Contemporáneo.
Este oscuro asunto ocupa todo un capítulo, donde se detalla la pena, los silencios inexplicables o las vagas y tortuosas explicaciones de todo aquel que sabía y sabe aún de esa donación fallida, desde el entonces director del MEAC, Aurelio Torrente Larrosa, al notario y abogado J. M. Armero, miembro del equipo que había negociado el retorno del Guernica a Madrid. La lista incluye a Isabel de Falla, amiga de Jacqueline; al ex presidente español Felipe González –que ese mismo año vio entrar España en Europa–; al consejero del entonces presidente socialista François Mitterrand, Jacques Attali, y a su ministro de Exteriores, Roland Dumas.
El 11 de octubre de 1986, Jacqueline llamó por teléfono a París: “Pepita, los cuadros se fueron, no volverán nunca más a casa. Se los di a España, estoy orgullosa”, recuerda en su libro Dupont. La prensa española recogió también en 1986 declaraciones similares de Aurelio Torrente y del propio Armero, recuerda Dupont, quien asegura: “Jacqueline no mentía nunca, era la honestidad absoluta y no soportaba las trampas”. Tampoco calla Dupont su visión de una Catherine Hutin que, tras penetrar en Notre-Dame-de-Vie, después de morir su madre, exclamó: “Soy rica, soy la jefa y ahora todo el mundo sale de aquí. Tengo que hablar de negocios”. La víspera de su muerte, cuando hacía seis días que había tenido una nueva disputa telefónica con su hija y cuatro que había hecho su última visita al notario, Jacqueline había prevenido contra Catherine Hutin a los guardianes de su mansión. “Nos abrazó muy fuerte y nos dijo ‘no quiero oír hablar nunca más de mi hija ni que se pronuncie su nombre’”, dice la escritora que le contaron los guardianes. Ya de noche, ese mismo 14 de octubre, Jacqueline le entregó a su gobernanta Doris, un bolso con 200.000 francos y le anunció que “nunca más sería empleada de nadie” y viviría en su apartamento de Cannes, que acababan de visitar juntas y del que le había entregado las llaves. Doris no comprendió esas señales, y no tomó el dinero.
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