ROBERTO “TITO” COSSA SERA NOMBRADO MAÑANA CIUDADANO ILUSTRE
El autor de La nona recuerda sus comienzos como dramaturgo y su amistad con Carlos Somigliana, a quien le dedica un homenaje, a 20 años de su muerte, con la recuperación de sus obras en un ciclo en el Teatro del Pueblo.
› Por Hilda Cabrera
“¡Otro signo de vitalidad. Se prendieron todos!” El dramaturgo Roberto Cossa resume de esta manera la respuesta que actores y directores dieron a la convocatoria de la Fundación Somigliana –que preside– para recordar los veinte años de la muerte del dramaturgo Carlos Somigliana, pionero de Teatro Abierto, colaborador del doctor Julio César Strassera en el juicio a las juntas militares de la última dictadura y director de la edición compactada de ese juicio. En este homenaje se ofrecen seis obras en el formato de teatro leído, repartidas en varias fechas. En la función inaugural se presentaron dos piezas breves: El nuevo mundo y Oficial 1, escritas “en medio del horror”, como apuntó Cossa desde el escenario. Las siguientes se verán los martes 13, 20 y 27, y el miércoles 28, en el Teatro del Pueblo (Diagonal Norte 943). La entrada es gratuita y las funciones comienzan a las 20.30. En la entrevista con Página/12, previa a la función, el autor de Gris de ausencia destacó el trabajo de la actriz Marta Degracia y el actor Luciano Linardi en la organización del ciclo, y recordó emocionado al amigo ausente. Conoció a Somigliana cuando este autor estrenó Amarillo, en 1965. Entre los intérpretes se encontraba Rodolfo Bebán, y la première fue en el desaparecido Teatro 35, de Callao y Corrientes. Cossa había estrenado ya Nuestro fin de semana, y por entonces se presentaban piezas de Ricardo Halac, Germán Rozenmacher, Ricardo Talesnik, Eduardo Pavlovsky y Griselda Gambaro. “La obra tuvo gran repercusión, y yo –como cualquier recién llegado al teatro– veía todo. Mi interés fue inmediato. Formamos grupos de trabajo y escribimos para la televisión y el cine”, señala Cossa, a quien el jurado del Premio Novela de Clarín acaba de distinguir como personalidad de la cultura. Mañana mismo recibirá otro reconocimiento: el de Ciudadano Ilustre, en un acto previsto para las 18, en el Salón Dorado del Palacio Legislativo.
–¿Hubo un tiempo en que los dramaturgos eran requeridos por la televisión?
–En realidad, atravesamos varias etapas, pero recuerdo a un director de Canal 7, de apellido Simonetti, que daba trabajo a los autores. Llamó a Agustín Cuzzani y Osvaldo Dragún, y a algunos de los que veníamos detrás. En Canal 13 trabajamos en un ciclo que fue muy bien, Historias del medio pelo, con Somigliana, Rozenmacher, Halac, Talesnik y yo.
–¿De ahí viene su interés por retratar a la clase media?
–¡No, de mucho antes, de chiquito! Es mi tema. Escribimos también El avión negro para teatro. Queríamos reflejar el mito popular de que Perón regresaría en un avión negro. Formamos patota. Nos criticábamos, pero también nos dábamos ánimo.
–¿Qué los llevó a escribir El avión negro?
–Nada menos que Perón. Trabajamos nueve meses: los primeros siete fueron de discusión política y los restantes de escritura. Rozenmacher era peronista de izquierda. Hay que aclarar esto porque no se sabe qué es “ser peronista”. Ser peronista puede significar ser cualquier cosa. Somigliana era un socialista que no quería a Perón. Yo tampoco, pero era más comprensivo con el peronismo, y Talesnik era medio anarco. Discutíamos mucho y nos preguntábamos sobre el momento que estábamos viviendo, qué queríamos decir con esa obra, y sobre todo cómo hablar en esa época del peronismo. La estrenamos en 1970, y nos peleamos con todos: los peronistas decían que era una obra “gorila” y los comunistas, que estaba a favor de Perón. Nos pegaron desde todos lados.
–¿Se pelearon también entre ustedes?
–¡No, al contrario, salimos fortalecidos!
–¿Y la amistad con Somigliana?
–Continuaba. Nos reuníamos también entre familias. Después, organizamos Teatro Abierto y más tarde disfrutamos de la democracia, pero lamentablemente, en 1987, le falló el corazón. Tenía 54 años. Sigo extrañando al amigo.
–¿Cómo fue que Somigliana colaboró con el doctor Strassera?
–Strassera lo llamó porque lo conocía. Era empleado del Poder Judicial desde 1958. En el traslado a un Juzgado Federal de Ushuaia, escribió Amarillo, una obra de 1959 que estrenó en Buenos Aires, cuando regresó. Dentro del Poder Judicial llegó al cargo más alto que se podía alcanzar sin tener título de abogado. Por eso una de sus obras se llama Oficial 1.
–¿Qué significa para usted la distinción que acaba de recibir en el marco de un Premio Novela?
–En principio me pone bien, porque hace tiempo que a los dramaturgos nos expulsaron de la literatura.
–Sin embargo, se premió con el Nobel a Darío Fo.
–Sí, y después a Harold Pinter. Pero más allá de los premios, estamos arrinconados.
–¿Lo enoja esa situación?
–No me preocupa demasiado. Me importa sí que el texto exista y esté en manos de los actores. Ellos lo recuperan en cada puesta. Si La Nona hubiera sido una novela, quién la leería ahora. Pero es una obra de teatro, y cada tanto alguien la lleva a escena. La convierte en musical, o modifica el aspecto del personaje y busca un actor enano. Parece una exageración, pero se da. En una puesta hecha en Mendoza, la Nona era un enano. Lo único que pido en esos casos es que aclaren que se trata de una adaptación.
–¿La publicación de los textos es entonces imprescindible?
–Esencial, porque el espectador que desee conocer el original comprará el libro. Desde hace tiempo me edita De la Flor. Rescato a los editores que, como Daniel Divinsky, se ocupan de los autores de teatro.
–¿Prepara otra obra?
–Por ahora soy presidente de Argentores.
–Se supone que quería serlo.
–Tengo que estar, creo. Pienso que mejoramos algunas cosas. Es una entidad compleja. Uno se lo pasa tratando de resolver asuntos administrativos y judiciales.
–¿Tiene experiencia en este tipo de trabajo?
–Lo mío es escribir, en periodismo y en teatro, por supuesto. Pero siempre me enganché en alguna tarea militante: estar en el MATe (Movimiento de Apoyo al Teatro), Teatro Abierto, y ahora Argentores. Mi mandato es por tres años. Me absorbe mucho tiempo. Sueño con tener la cabeza despejada para escribir. Estoy esperando el verano, porque todo entra en receso y se disfruta la tranquilidad. En la época en que todo el mundo sueña con ir a la playa, prefiero quedarme en casa y escribir.
–¿Entonces, algo hay?
–Sí, pero necesito tiempo. Esta es una etapa mía de crítica hacia la obra, y aún no pude saber dónde está el problema.
–¿En qué consiste esa crítica?
–Básicamente es una cuestión de estómago: si no siento que pega, y no me entusiasma ni enamora, busco por otro lado.
–¿La relaciona con este presente?
–Tiene un contenido político. Es el choque entre un padre honesto, luchador de izquierda, y una hija descreída de esas convicciones. Pero no quiero que la historia quede ahí y se convierta en diálogo político. Necesito el despegue, y en eso estoy.
–En Angelito (un cabaret socialista) mostró cuánto lo afectaba “la crisis del socialismo”. ¿Vive también esta época como un período de incertidumbre?
–Los escritores somos frágiles, y yo, inseguro. Claro que hay momentos en que uno escribe y publica sin importarle lo que digan los otros. Todavía no llegué a esa etapa.
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