MURIO EL ESCRITOR NORMAN MAILER
Enorme, exagerado, un escritorazo, amante del boxeo, mujeriego y bebedor algo reformado, autor incansable. A los 84 murió en el Mount Sinai de Nueva York de una crisis renal, después de 59 años de carrera y 30 libros.
Ya andaba costando creerse que Norman Mailer fuera capaz de aceptar morirse. Parecía un boxeador retirado –su look favorito– y seguía tan desmesurado, bocón y peleador como siempre, un caso difícil para la Parca. Pero ayer le ganaron el round y de madrugada lo terminó una crisis renal aguda. Hacía 59 años que era escritor publicado, más de 60 que había sido soldado, 84 desde que lo registraron como Norman Kingsley y el rabino le había dado el nombre privado de Nachem Malek.
Mailer se hizo famoso enseguida, algo que no sorprendió para nada a su madre, Fanny Schneider, que le tenía esa fe absoluta de los que malcrían a sus primogénitos varones y los ven graduarse con honores en la secundaria, hacerse altos y buenos mozos, lucirse como atletas. Pobre Bárbara, la hermana menor por cuatro años, que tuvo que acostumbrarse a ciertos favoritismos. A Mailer su madre le dejó una confianza inviolable en el propio destino, un derecho natural a tener razón y salirse con la suya, y una serie de expectativas hacia las mujeres que ayudaron a su larga fila de divorcios. De su padre, el sudafricano Isaac, heredó la melena, la atención por la ropa y la incapacidad de manejar sus cuentas.
El joven Norman fue a la guerra en el Pacífico y combatió con distinción, como soldado raso. Volvió y aprovechó el dinero que recibían los veteranos para concentrarse en escribir un libro notable, durísimo, estremecedor, Los desnudos y los muertos. Fue un best seller instantáneo, una fama absoluta. Era 1948 y Mailer tenía 25 años.
Junto al gran escritor, el público recibió a un gran bocón, un opinador incansable que escribía sin parar, como una fuente, y hablaba aún más. Mailer escribió treinta libros, de novelas a biografías, de ensayo a periodismo, con toques medio inclasificables de meditaciones en voz alta. Escribió obras inolvidables como Los ejércitos de la noche, que le valió su primer Pulitzer –el segundo fue por La canción del verdugo– y encargos para pagar las cuentas. Hizo sapos que ya quisieran otros escritores, como sus escritos sobre Mohammed Alí, y entendió cosas como ninguno en piezas como las dedicadas a Marilyn Monroe, reunidas en libro.
Paralelamente, Mailer se hizo tiempo para escribir películas, actuar en algunas, financiar otras y hasta dirigir alguna. También fue fundador del mítico periódico The Village Voice, escribió infinitas piezas sobre política y actualidad, y acostumbró a un país a verlo en televisión opinando y opinando, casi siempre del modo más abrasivo y burlón posible.
Tanta actividad se debía en parte a su constante necesidad de pagar las cuentas. Mailer era de la vieja escuela de novelistas norteamericanos, de los que admiraban a Hemingway y pensaban en escribir la Gran Novela, desbancar al maestro y matarle el punto a Tolstoi. Para ser un grande, decía Mailer, había que ser grande, como Alí y como él mismo, sin que importara que uno hubiera nacido en un pueblito de Nueva Jersey. Había que beber y fumar, tener demasiadas mujeres y sonados divorcios, abrazar teorías espeluznantes. Mailer fue mujeriego y marido devoto, mal padre y oso de peluche, disidente hip y candidato a intendente de Nueva York. El mismo hombre que homenajeó a los hippies que en 1968 rompieron la convención republicana e intentaron hacer levitar el Pentágono –los ejércitos de la noche– terminó su vida escribiendo una nueva historia de Cristo y anunciando su reescritura de todos los Evangelios.
Gore Vidal, que tiene un ego de similar calibre pero modales de aristócrata, explicó que su amigo “cada vez que habla tiene que ser todavía más audaz, gritar más, sacudir más campanas y defender ideas más extravagantes. Pero de todos mis contemporáneos, es al que más quiero, como persona y como fuerza de la naturaleza. Sus defectos suman en lugar de restar”.
Exacto. Y además nos dejó algunos libros que serán leídos con igual pasión por muchos, muchos años.
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