ALEJANDRO TANTANIAN SE INSPIRA EN DOSTOIEVSKI
Variaciones sobre el tema del doble según “El idiota”
En la nueva sala de El Camarín de las Musas, el autor de Temperley acaba de estrenar Los mansos, basada en la célebre novela rusa.
Por Cecilia Hopkins
Aunque Alejandro Tantanian sostenga que Feodor Dostoievski “no es un autor trasladable al teatro porque su especificidad se encuentra en la literatura”, no por eso el actor, director y dramaturgo se priva de inspirarse en la obra del autor ruso: en la nueva sala de El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) acaba de estrenar Los mansos, basado en El idiota, la novela de Dostoievski, montaje que abreva también en la historia de la familia del dramaturgo –especialmente en su primer contacto con la cultura rusa– y en recuerdos de infancia de los actores, Stella Galazzi, Luciano Suardi y Nahuel Pérez Biscayart. El punto de abordaje consistió, según cuenta Tantanian, en trabajar sobre procedimientos narrativos del autor de Crimen y castigo, reforzados a partir de ciertos datos de su vida. Leyendo los diarios del escritor y los de su última esposa, es posible saber que poco antes de que Dostoievski comenzara a escribir El idiota, en 1868, había visto en un museo de Basilea la imagen de un Cristo yacente pintado por Holbein. Para Tantanian, en esa imagen está condensada gran parte del pensamiento del escritor: “Sin ser religioso, Dostoievski creía profundamente en Cristo, en la imagen humana sufriente que lo une al hombre por completo”, afirma. Es por esto que, según puntualiza el dramaturgo, “la visión de ese cuerpo muerto impactó tanto a Dostoievski que a partir de entonces comenzó a descreer de la esencia humana de Cristo. Hasta afirmó que la sola visión de ese cuadro podría conspirar contra la fe de cualquiera. Es por esto que El idiota muestra a las claras que la tolerancia y sinceridad de Mishkin, su protagonista, no tienen el vigor suficiente como para enfrentar la ley del más fuerte ni evitar el crimen o la locura”.
Para Tantanian, a través de la novela el escritor se preguntó cómo sería “una segunda venida de Cristo, esta vez, en la sociedad protocapitalista de San Petersburgo de mediados del siglo XIX: todo gira alrededor de la imposibilidad del burgués de soportar la mansedumbre de alguien que dice la verdad y se expone como víctima, sin tildarlo de idiota”. En función de su importancia, el cuadro aparece en la puesta, reproducido en uno de los muros del espacio que el grupo eligió para ensayar y realizar el montaje, casi a modo de intervención espacial: una suerte de nicho gigante limitado por una pared que oculta parte del cuerpo de los actores, quienes se mueven a modo de friso. Junto al estreno del espectáculo fue inaugurada en el hall de la sala la muestra fotográfica de Ernesto Donegana, quien documentó el proceso de creación de la obra.
–Usted es coautor, junto a Suardi, de Temperley, una de las mejores propuestas del Biodrama, ¿por qué a veces el teatro recurre a historias de vida?
–Es una cuestión cíclica. Cuando los sistemas de pensamiento o los discursos establecidos entran en sospecha o desaparecen, hay una vuelta ante la zozobra que provoca la idea de que algo concluye, como una forma de reinicio. Esto se puede ver en los diálogos socráticos de Platón, en las confesiones de San Agustín, en Rousseau o Nietzsche, porque sus creencias entraban en colisión con las ideas de su época.
–¿Y qué sucede hoy?
–Me parece que la actualidad sigue sostenida por dos discursos hegemónicos del siglo XIX que son el capital y el inconsciente. Las creaciones de Marx y Freud articulan el pensamiento del siglo XX y el XXI y, en tanto no existen discursos vertebradores, la fragmentación es mayor y aparece la idea del yo. Como si partiendo de la persona existiera al menos la certeza de ser y existir. Es un momento de gran zozobra. Desde la supuesta caída del comunismo y las ideologías, las voces individuales empiezan a escucharse. Y nada más cerca de uno que uno mismo.
–¿Cuáles son los procedimientos de la obra ligados a Dostoievski que toma Los mansos?
–Hice un trabajo sobre lo que llamo motivos de El idiota. Además del factor autobiográfico, siempre presente en Dostoievski, tomo esa facultad que tiene para expresarse a través de diferentes voces dando lugar a una poderosa polifonía. Trabajo los personajes con la idea del doble, como si fueran dos caras de una moneda. Así, cada personaje se concibe como desprendimiento del otro.
–¿Cómo fue la escritura?
–Creo que cualquier trabajo artístico involucra de manera nuclear al yo. Lo que hice con Los mansos tiene que ver con esa idea. Veo que en la obra de Dostoievski hay mucho de su experiencia de vida. El era epiléptico y el personaje de Mishkin también lo es. El vivió un simulacro de fusilamiento y eso aparece muchas veces en su obra, casi como sacado de su diario personal. Entonces, la idea de llevar la experiencia de vida a la propia obra fue un motor. Pero no me siento dentro del Biodrama o el Non-fiction. Quise construir este espectáculo desde la propia experiencia, pero sin hacer referencia directa a mi persona. Aunque Dostoievski está muy ligado a mi historia personal, desde la memoria de lo ausente.
–¿Qué es lo que más le conmueve de su literatura?
–Me gustaría que con Los mansos al espectador le ocurriese lo mismo que a mí cuando leo a este autor. Me aparece una profunda tristeza y la melancolía de haber perdido cosas que no se recuperan, como la infancia o el país que dejaron mis abuelos.