UNA ESCUELA MENDOCINA SE LLAMA, DESDE AYER, LEON GIECO
Se trata de un centro de enseñanza de oficios para chicos con capacidades diferentes. “Nunca en mi vida imaginé que una escuela iba a llevar mi nombre”, dijo León, que ya es avenida en La Quiaca y calle en Tilcara.
› Por Cristian Vitale
desde Mendoza
La imagen parece un loop histórico: atrás montañas, en el medio cielo y delante León, con guitarra y armónica, cantando “En el país de la libertad”. El ídolo de los quemados, como en cualquier cuadro que se tome de De Ushuaia a La Quiaca, se para al costado de un escenario improvisado, y se deja perder entre sikuris, hombres y mujeres vestidas de naranja (el coro Cantapueblo), Caritos de todas las edades y algún señor, impecablemente trajeado. Debajo, a no más de un metro, cantan y aplauden maestras ppp (perfumadas, pintadas y peinadas), alumnos, vecinos, funcionarios, padres, seguidores, cronistas, reporteros... todos mezclados, en una marea humana que cruza la calle y llega hasta la vereda de enfrente. A esa hora –las seis de la tarde– el calor reseca las acequias y León, transpirado pero satisfecho, le agrega unos grados al termómetro: la escuela del barrio ya lleva su nombre. “Nunca en mi vida imaginé que una escuela iba a llevar mi nombre”, dispara. Luego, se toma cordillera de un sorbo, y al expirarla le sale un recuerdo. “La primera canción que compuse (‘Hombres de Hierro’) fue dedicada al mendozazo, la revuelta popular que terminó con la muerte de mucha gente. Por eso, es increíble que me pase lo que me está pasando. Es un gran honor que me hagan parte de todo esto... cuenten conmigo. No puedo fallar.”
La escuela 7 005 está ubicada casi en los lindes de la sexta sección, un barrio coqueto, perdido entre arboledas inmensas, paz y casas bajas. Tiene partes concluidas, partes en construcción, baños provisorios y un horno de barro que se eleva como símbolo: seguramente es obra de sus alumnos. Es que la escuela Gieco es un centro de enseñanza de oficios para chicos con capacidades diferentes: 44 alumnos, de entre 14 y 23 años, aprenden carpintería, construcción, panadería y diseño con el fin de insertarse en el mercado laboral. Quince de ellos, en rigor, ya se hicieron de una pasantía y están trabajando en diversas Pymes de la provincia. “¿Quién puede no sentirse orgulloso de que el nombre de uno figure en una escuela, que es lo más sagrado y limpio que tenemos?”, insiste León, en una de sus tantas intervenciones sin guitarra. Ese universo de delantales blancos, cuerpos flacos y rostritos de sorpresa conforma un terreno en el que Gieco juega claramente de local. Entre uno de los primeros “regalos” a la escuela figura el DVD de Mundo Alas, que refleja la presentación que el santafesino hizo en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno con chicos discapacitados de todo el país. Y el lazo con la gesta mendocina es directo: aquí y allá, León tratando de sanar el sufrimiento y la discriminación a través del arte. “Generalmente, son chicos segregados... las ciudades parecen no estar preparadas para ellos, los semáforos no se escuchan, ¿se entiende? Incluso, a muchos los tienen en su casa como una planta. Si se labura con ellos, seguro que sacás pintores, bailarines, escultores, locutores de radio... unos artistas increíbles.”
El director de la escuela, Rubén Moreno, explica el porqué del nombre. En una de las paredes que da al patio hay una leyenda escrita con tiza blanca sobre fondo verde, que no puede pasar desapercibida: “Personas con discapacidad, sujetos de derecho”. “El objetivo central de la escuela es que el alumno logre la mayor autonomía posible para desenvolverse en el mundo como ciudadano –dice Moreno–, y León nos parece la persona más apropiada para acompañarnos. Elegimos su nombre porque en sus canciones se encuentra plasmado el ideario de la institución. Y además, porque es un enlazador de generaciones: mi hijo una vez me dijo ‘me encanta ir a los recitales de León, porque van viejos como vos o más viejos. Pibes como yo o más pibes, y todos cantamos sus canciones’.” El clima humano de la tarde, festivo, colorido y familiar, explica muy bien la función social que Gieco agrega a su quehacer musical. Es un mundo inclusivo y mezclado, lleno de secuencias afectivas: un nene con camiseta de Boca que se le cuelga del cuello y lo besa, una maestra desesperada por estampar un autógrafo en el vinilo original de Pensar en nada, una pareja que baila los acordes murgueros de “Los Guardianes de Mugica” y unos veinte jóvenes soldados a la ventana de rejas del aula donde León improvisa una conferencia de prensa.
“Yo voy a colaborar monetariamente para que empiecen a trabajar... voy a donar un DVD y un equipo de audio, pero es importante que la gente sensible tome conciencia: como ya estoy en esto, voy a pedir un mayor compromiso de la dirección general de escuelas, voy a pedir materiales para los talleres y profesores que vengan a dar clases gratis de educación física y materiales para terminar el tinglado. Es importante que apoyemos a estos chicos para alejarlos de la calle, la delincuencia y el hambre”, sostiene. Sumergido en el microclima docente –lleva una remera pidiendo justicia por Carlos Fuentealba–, Gieco se dispara otra vez hacia las épocas de De Ushuaia a La Quiaca. Cuenta que compuso “Maestras de Jujuy” en homenaje a esas señoritas que recorren veinticinco kilómetros a mula para dar clases en Iruya y exige un imperativo: “Espero que en todas las escuelas de la República se enseñe que Videla es un asesino”. La conferencia, interactiva y poblada, prosigue por una infinidad de temas: inmigración, discriminación, ecología, focos de lucha, papeleras, Madres de la plaza, ley de bosques, el gen argentino, el demonio de las drogas, San Martín, valores, Cromañón. “Hay que crear una nueva materia que se llame solidaridad... trabajar con tu compañero, ayudar al que necesita, igualarse al otro”, propone.
Vuelta al escenario. León –sinceridad brutal– admite que no sabe la letra de “Amor y soledad” y no puede aceptar un pedido anónimo, pero canta “Cinco siglos igual” y “Solo le pido a Dios”. Y aprovecha la ocasión para retar al rey de España. “Estuvo muy grosero con Chávez... lo que dijo sonó a conquistador. Ese señor está más cerca del pasado que del presente.” Después, la banda de sikuris ejecuta una reminiscencia norteña y el coro, una formidable versión de “Las madres del dolor”. Todos cantan, el viento zonda sigue bajando del norte, el sol se pone a lo lejos y el cantautor se involucra otra vez en el desafío: “Espero estar realmente a la altura de las circunstancias”. Por lo pronto, ya es avenida en La Quiaca, calle en Tilcara y escuela en Mendoza. ¿Qué será cuando vaya por más?
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