Vie 07.12.2007
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SANTIAGO RONCAGLIOLO HABLA DE “LA CUARTA ESPADA”, SU NOVELA SOBRE EL LIDER SENDERISTA ABIMAEL GUZMAN

“Este libro es el más útil que haya escrito en mi vida”

El escritor cuenta que su libro nació del capricho de entrevistar al líder de Sendero Luminoso, detenido desde 1992. Pero esa idea desencadenó un retrato integral, y una serie de reacciones en la sociedad peruana de hoy.

› Por Silvina Friera

Es la primera vez que no está escribiendo. El escritor peruano Santiago Roncagliolo lo cuenta como un dato más de las circunstancias vitales a las que se vio sometido desde que ganó el premio Alfaguara de Novela en 2006 y se convirtió en el autor más joven que obtuvo este prestigioso galardón. No hay en su tono de voz el más mínimo rastro de preocupación: hasta se toma con humor el hecho de que un “neurótico y compulsivo del trabajo”, como él mismo se define, no tenga en mente ninguna historia. “Publiqué cinco libros muy distintos en los últimos tres años, pero he estado más promocionando libros que escribiéndolos. Llevo dos años sin pasar un mes entero en mi casa. Voy a ser papá y es la primera vez que algo me parece más importante que escribir”, dice a Página/12. Aunque nació en Lima, vivió un tiempo en México y regresó a Perú, hace siete años se radicó en España, al principio en Madrid, actualmente en Barcelona. “Quiero ser un viejo burgués que vive en un solo sitio”, bromea Roncagliolo, que acaba de publicar La cuarta espada (Debate), biografía, ensayo y crónica periodística sobre Abimael Guzmán, líder del movimiento terrorista Sendero Luminoso.

Todo empezó cuando en 2005 Roncagliolo le ofreció a un editor del diario El País, de España, donde escribe habitualmente, intentar conseguir un reportaje con Guzmán. Como ningún periodista había logrado entrevistar al líder de Sendero Luminoso, el escritor peruano consultó distintas fuentes –senderistas como la novia del líder guerrillero, Elena Iparraguirre; policías, militares y familiares de Guzmán, entre otras–, acumuló material y pronto esa pesquisa se fue transformando en un proyecto de largo plazo que excedía la escritura de un mero artículo periodístico. En la introducción a La cuarta espada, Roncagliolo cuenta que en las calles de Lima la gente responde sin dudar que Guzmán es “un monstruo”, “un psicópata”, “un asesino sin escrúpulos”. Más allá de esos adjetivos, el escritor peruano –que se llama Santiago porque sus padres se enamoraron en la capital de Chile, en alguna marcha política, cuando gobernaba Salvador Allende– observa que la pregunta más simple parece la más difícil de responder: ¿quién es este hombre, detenido desde septiembre de 1992, que declaró una guerra contra el Estado peruano que duró más de diez años, con 69.280 muertos y desaparecidos, y que se consideraba a sí mismo la “cuarta espada” del comunismo internacional, tras Lenin, Stalin y Mao?

“Una de las cuestiones que descubrí haciendo la investigación es cómo una persona es lo que ven los demás. Las primeras miradas que aparecen en el libro son de su familia, personas que llevan veinte años preguntándose cómo es que este hombre se convirtió en eso, en qué momento, si han jugado juntos cuando eran niños”, subraya el escritor. “Los policías de la Dirección Nacional Contra el Terrorismo miran a Guzmán como un intelectual, un tipo hábil y escurridizo que los desafía. Para muchos de los terroristas es prácticamente un dios, el faro que guía la revolución”, compara Roncagliolo. “Todos los seres humanos somos observados de distintas maneras, quizá no de un modo tan radical, pero cada quien ve en nosotros algo muy distinto.”

–Hay un momento en que establece cierta empatía con un aspecto de la infancia de Guzmán, cuando cuenta que, como sus compañeros de clase lo ridiculizaban por ser hijo natural, se refugiaba en los libros, “una buena patria para los que no son de ninguna parte”.

–He tratado de ser muy neutral, pero es verdad que sentí cierta cercanía con la infancia de Guzmán, porque cuando yo volví de México era un niño raro; cuando empecé a leer, hablaba raro, venía de una familia de izquierda, pero estaba en un colegio de clase alta, conservador y católico. El libro trata sobre cómo alguien que es como tú en algún momento de su vida deriva hacia una persona que tiene razones para volarte en pedazos. Muchos de los senderistas no son pobres, han estudiado en la universidad, lo cual implica cierto nivel económico y cultural, pero tienen algún grado de frustración de expectativas sociales, y como sus familias son progresistas, radicalizaron los valores asimilados en la niñez.

–Muchas de las fuentes que usted consultó coinciden en señalar que Guzmán no llora. ¿Por qué cree que no manifiesta de este modo sus emociones?

–Es algo que me ha sorprendido muchísimo. Creo que desde muy pequeño, por ser hijo natural, aprendió a ocultar sus emociones. Progresivamente, no llorar se convirtió en un elemento muy importante de su carácter. Ninguna de mis fuentes recuerda que se lo haya presentado un amigo; todos los han conocido dando una charla que podía durar diez o doce horas. Supongo que él asumió el púlpito como otra herramienta para ocultar su mundo interior, y su progresión hacia Sendero implicó el aniquilamiento de un mundo anterior, o que el mundo no existiera fuera de su actividad política. Cuando les pedí a algunos terroristas que me contaran cómo se habían enamorado y sus historias de pareja, hablaban en términos de política partidaria.

–¿Contaban sus historias de amor apelando a la dialéctica marxista?

–Peor aún: le pregunté a Osmán Marote, pareja de María Pantoja, cómo fue que se enamoraron y se casaron. Me dijo que “en función de los intereses del partido, en esta coyuntura política, encontramos que había coincidencias...”. ¡Explicaba el amor como si fuera un trámite más del partido! (risas). Yo se lo planteaba, y él me decía que no concebía su vida fuera del partido. Guzmán nunca usa el pronombre “yo”, él siempre habla de un “nosotros”, porque su existencia está completamente fundida con el colectivo del partido. Todos los senderistas han decidido no tener una voluntad individual, y como las decisiones las toma un colectivo del que forman parte, la responsabilidad no es de nadie. Si cometen un crimen, no son culpables; es el partido que lo decidió.

–¿Los senderistas creen en la ideología marxista-leninista-maoísta como si fuera una religión?

–Sí, para ellos el marxismo funciona como una religión. Había un mesías, Guzmán, encarnación de las cosas en que ellos creían. El marxismo te explica el mundo, te ofrece una ética sobre cómo comportarte y un paraíso, si te comportas según la norma. Muchos senderistas venían de la religión católica, era gente que quería creer en algo, en un mundo sin matices, sin fisuras, donde estuviera claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos.

–¿Por qué en el libro relativiza los vínculos entre el narcotráfico y Sendero?

–Lo habitual ha sido pensar que Sendero era un ejército de los narcos. Sendero funcionaba como el Estado para los campesinos: organizaba la producción de coca, fijaba el precio, cobraba el impuesto y era la guardia de defensa de los campesinos ante los narcos. Durante muchos años la guardia armada de los narcos fue el Estado, la policía. La estrategia de Sendero era legitimarse en los sectores donde el Estado no llegaba; entraban al pueblo, mataban al alcalde, a las autoridades, creaban un vacío de poder y llenaban ese vacío. La estrategia final era ir llenando el espacio que el Estado dejaba hasta asfixiar la ciudad, pero se volvieron demasiado violentos y perdieron el apoyo de la gente.

–¿Qué aspectos de la situación política y social del Perú explican el protagonismo que tuvo Guzmán y Sendero Luminoso?

–El marxismo es muy útil para capitalizar la desigualdad por la lucha de clases. A la gente no le molesta tanto ser pobre, lo que le molesta de ser pobre es si hay un rico al lado. La lucha de clases explica cómo resolver esa situación, y le dio mucha capacidad de movilización a Sendero. Explica también el abismo que hay entre el campo y la ciudad en Perú, y lo precario que era el Estado peruano, que no podía cubrir todo el territorio nacional; y explica lo mal articulada que está la sociedad peruana y cómo el Estado no sabía qué hacer: los policías se peleaban con los militares, los militares se peleaban con los civiles. Estamos hablando de setenta mil muertos y desaparecidos, que es como Chile, Argentina y Uruguay sumados. En estos países está bien claro quiénes son los malos, unos militarotes que no habían sido elegidos, pero en Perú los muertos y desaparecidos fueron víctimas de las democracias civiles. Las víctimas no existían para el Estado, eran campesinos invisibles que no tenían ni documentos.

–¿El Estado peruano se fortaleció o sigue siendo tan débil como entonces?

–No sé si se fortaleció como Estado, pero es más consciente. Ahora ha habido atentados en la zona cocalera, columnas de Sendero que ya no tienen una dirección política y trabajan para el narcotráfico, y por lo menos han surgido voces que plantean que mientras no haya un proyecto de desarrollo, no se puede combatir la violencia. Si decías esto en los ochenta, eras marxista, hoy forma parte del sentido común. Mucha de la gente que estuvo cerca de Sendero, como Ignacio Obregón, ahora está en el Congreso, y la llegada de Hugo Chávez y Evo Morales hizo que la gente tomara conciencia de que si los pobres son más y votan juntos, ganan las elecciones, lo cual aleja a la gente de la violencia.

–En un momento, Guzmán dice que le gusta la literatura, pero siempre “me gana la política”. En su caso, ¿habría que invertir los términos y plantear que le gusta la política, pero siempre lo gana la literatura?

–No lo sé, escribo mucho de política... La política siempre ha estado en mi vida. Crecí en una familia que hablaba todo el día de política. Además, siempre ha habido cuestiones políticas que alteraron mi vida: el exilio en los ’70, la violencia en los ’80, la dictadura de Fujimori en los ’90. En realidad, me gustaría que no me gustase la política, pero siempre está encima de mí, es ella la que se mete conmigo.

–¿Es cierta la anécdota que cuenta en el libro, que el día de la entrevista con el director de la escuela a la que estaba por ingresar, cuando le preguntó a qué le gustaba jugar, contestó que “a la guerra popular”?

–Sí (risas), pertenezco a una generación que creció muy politizada, pero cuando llegaron los ’90 quedamos completamente fuera de sitio. Me entrenaron para ser un perro de caza político, y en los noventa hablar de política era de mal gusto. Pero no estoy tan seguro de que a los jóvenes ya no les interese la política. Al contrario, después del 2000 y ahora mismo se ha recuperado la política. En los noventa no se hablaba de política porque parecía que todo estaba resuelto: se había caído el Muro, lo que implicaba que ibas a ser un país rico, desarrollado, con carreteras y computadoras... Han pasado diecisiete años y seguimos teniendo los mismos problemas que teníamos, y eso generó una necesidad de volver a pensar ciertas cosas. Somos una generación muy escéptica, que no cree en los grandes discursos. Un amigo, que tiene veinte años más que yo, siempre me dice: “Nosotros queríamos cambiar el mundo y ustedes se contentan para ver cómo hacen para que no reviente”.

–La cuarta espada generó mucha polémica en Perú. Algunos han cuestionado que haya comparado la ideología de los senderistas con La guerra de las galaxias. ¿Qué opina usted?

–Es banal leer un libro de 280 páginas y creer que lo más importante es una metáfora. Me pareció interesante presentar el libro en la cárcel de Castro Castro y por primera vez estar con terroristas pro Guzmán, anti Guzmán, del MRTA, militares y gente del servicio de Inteligencia presos por violación de los derechos humanos y políticos detenidos por corrupción. Todos en la misma sala, todos hablando del tema, y todos, lo más extraño, escuchándose. Eso es lo más interesante que he conseguido con este libro, algo que nunca consigues con una novela. Siempre he pensado que la literatura no sirve para nada, puede cambiar la vida de algunas personas, como ha cambiado la mía, pero no cambia las sociedades. Esta biografía de Guzmán no está cambiando la sociedad peruana, pero ha creado un efecto social que por lo menos la convertirá en el libro más útil que he escrito en mi vida.

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