Domingo, 16 de diciembre de 2007 | Hoy
ENTREVISTA A LA CRITICA ALEMANA MERCEDES BUNZ
La autora de La utopía de la copia detecta crisis de identidades, nueva masculinidad y adolescencia extendida en el mundo contemporáneo.
Por Julián Gorodischer
Fronteras traspasadas entre arte, moda y vida cotidiana. Un “autor” que deja de pertenecer a una casta de pocos escogidos. Una masculinidad que se escapa de los mandatos que clamaban por una familia y una carrera... Ese es el mundo que observa la crítica cultural alemana Mercedes Bunz (directora de la revista DE:BUG y autora de los artículos compilados en el libro La utopía de la copia, editado recientemente por Interzona); ella es una filosa intérprete de una cultura contemporánea que derriba estamentos fijos, cuestiona las identidades clásicas de lo joven, lo masculino, lo bello... Cuando la representación de la belleza se le arrebata a un puñado de supermodelos y la instancia de autor se le usurpa a “unos pocos elegidos”, el panorama dista –sin embargo– de ser optimista; es un mundo que se carga de escepticismo, de incertidumbre. Las nuevas posibilidades y cierta democratización en la producción y el consumo de cultura “hablan, también, de un nuevo tipo de poder”. Pero, ¿cómo fue que empezó a descascararse el orden clásico de géneros, estilos, edades...?
–¿Por qué en La utopía de la copia usted asocia al pop con una irritación?
–El mundo en que vivimos sigue ciertas reglas. ¿Cómo las cambiamos? ¿Y cómo podemos verificar esos cambios? El pop es un campo en el que podemos hacerlo. Es simbólico, un mundo hecho de signos culturales. Estos signos son poderosos porque son performáticos. Sólo son signos, pero en sus mejores momentos demuestran que puede haber un ángulo, una perspectiva diferente, un modo distinto de hacer y manejar las cosas. Y al hacer visibles estas diferencias, el pop irrita a las reglas existentes. Es por eso que asocio al pop con irritación.
Mercedes Bunz es una pensadora berlinesa de un tiempo posterior a la caída del Muro; en su discurso el arte ha perdido el aura; la lógica de la representación se disuelve y deja paso a la de la repetición. “Es como si la autonomía del arte se hubiera hecho añicos”, escribe en su libro (ver aparte), y traza un panorama de fronteras porosas en el cual ni los géneros, ni los estilos ni las generaciones se cierran sobre sí mismos; tal vez esa fe en la capacidad de “irritar” que la autora deposita en la cultura popular y de masas tenga relación con esta nueva apertura: hibridación y la democratización de la noción de autor llevan a pensar en un arte en movimiento, menos vinculado a la reproducción de tradiciones existentes que a la posibilidad de dar inclusión a artistas no convencionales. “El arte se ha abierto –dice Bunz–; ya no son sólo los artistas los que producen arte. La importancia del autor ha pasado a un segundo plano; la elección de determinados temas y motivos, como la naturaleza muerta o el motivo de la vanitas, basta para ingresar al arte.”
Particularmente interesante es el capítulo “Club de fans de la adolescencia”, en el cual Mercedes Bunz observa ese reemplazo de la amenaza a la promesa que constituye a la idea de juventud contemporánea, ahora que “uno no se vuelve nunca adulto, y la desaparición del conflicto entre generaciones es una señal de eso. Hoy la juventud ya no se rebela contra los logros de las generaciones pasadas; parecerse a los padres ha dejado de ser una pesadilla amenazante porque se trata, más bien, de algo imposible. Y, en consecuencia, no hay conflicto”. La expansión de géneros híbridos implica dejar de pensar al pop como parte de una cultura juvenil. Bunz descarta la vigencia del modelo que la caracterizaba según su capacidad de rebelarse a lo instituido; lo que nos atañe es otra cosa. “Había que sublevarse –opone–. Hoy las cosas han cambiado: la cultura pop no se asocia automáticamente con la juventud...; la rebelión no está allí donde se la busca. La forma de lo político ha cambiado. Antes, expresarse políticamente significaba oponerse a la opinión dominante, es decir, a las generaciones mayores.... En lugar de rebelión, el pop es hoy más bien una irritación.” ¿El pop se volvió adulto?
–¿En qué medida la gente de más de 30 años está influida por el pop?
–Mucho. Estamos influidos por el pop porque crecimos con él. Cuando nosotros, los de treintaipico, empezamos a encontrar nuestro lugar en el mundo adulto, estábamos acompañados por la música. Escuchamos música la primera vez que nos enamoramos, cuando tuvimos problemas en nuestro trabajo o en la escuela, cuando nos divertimos con nuestros amigos y cuando nos metimos en problemas. La música –o el pop en general– siempre fue parte de nuestra vida, porque en un mundo que sigue las reglas de los adultos, era nuestra parte, con nuestras reglas. Así que crecimos con el pop, pero a diferencia de nuestros padres, también vamos a envejecer con él. El pop ya no es sólo una cultura juvenil.
–En términos de influencia y capacidad pedagógica, ¿cree que el pop reemplazó al rock?
–La música tiene mucha correspondencia con la sociedad. Y las reglas de la sociedad siempre están cambiando. El rock se trató de marcar estándares auténticos en un mundo falso, el rock fue una revolución. Pero entonces esa revolución se convirtió en un negocio. Entonces el rock se convirtió en parte de ese mundo falso, y ahí entró el pop. El rock tuvo este dilema: hacer escuchar un mensaje, el mensaje se vuelve popular. El pop fue capaz de manejar este dilema con más facilidad porque tiene un guiño irónico. A veces es más real actuar artificialmente. En un mundo tan complejo como el de hoy, donde ya raramente se pueden encontrar el negro y el blanco, el pop es una buena opción. Por cierto, en los últimos años el rock volvió en Europa, pero como pop. Un mundo complejo, como dije.
–¿Cuáles fueron las razones que originaron el cruce de géneros y estilos en estos tiempos?
–Creo que hay dos razones principales. La primera es que ya no podemos inventar nada realmente nuevo. El tiempo de lo original, del genio, ya ha pasado. Pero eso no significa que no salgan nuevas cosas, sólo que evolucionan de un modo diferente. En mezclar las cosas, en fusionarlas. En segundo lugar, vivimos en un mundo digital, de copy and paste. La tecnología de la digitalización hace bastante fácil samplear cultura. En el cruce de estilos y géneros se refleja esta tecnología. Y al samplear y mezclar viejos estilos, si la mezcla es realmente buena, se convierte en estilos nuevos.
–¿Qué experiencias recientes de hibridación puede mencionar?
–Oh, están por todos lados, diré lo que me viene más inmediatamente a la mente. En lo musical, el año pasado tuvimos al folk mezclándose con la electrónica, igual que al rock mezclándose con la cultura fiestera y el tecno para convertirse en algo que la gente llamó new rave. En la moda hay tejidos que parecen esculturas. Y en este momento el arte resamplea tecnologías del siglo XIX, como trabajar con siluetas o dibujar mucho. ¿Es suficiente?
–¿Puede describir el concepto de “cruce de fronteras” que relevó, según plantea en La utopía..., al de importación y exportación?
–“Importación y exportación” significa que tomás algo fuera de contexto para irritar lo propio. Es una técnica clásica del hip hop: importar signos elegantes de la gente blanca y rica al contexto de los gangsters negros, por ejemplo. Y entonces tenés gente rica y blanca, que importa los pantalones baggy y las gorras de béisbol a su mundo de clase media rica para verse copados. El cruce de fronteras es diferente. No adquirís o adoptás un signo para alterar e irritar a tu propio campo sino que empezás a trabajar en otro campo y estás en el viejo al mismo tiempo. Esto también es irritante. ¿Un ejemplo? Bueno, el artista callejero Bansky todavía hace arte callejero, pero también vende sus piezas de arte en galerías. Recibe una enorme cantidad de dinero por sus trabajos. Pero, al mismo tiempo, todavía le resulta muy importante que nadie sepa quién es él. Su nombre se conoce, pero nadie lo reconocería en persona: opera en el arte contemporáneo fino y como artista callejero. Eso es cruce de fronteras.
–¿Cómo es la situación de estos fenómenos de cruces de fronteras e hibridación en países no centrales como la Argentina?
–Usted dígamelo. ¿Sucede? Supongo que sí.
–¿Cómo describiría los rasgos propios de la producción y el consumo cultural en los márgenes del mundo?
–Sólo puedo decir lo siguiente: la gravitación del centro es tan fuerte y hace tan lento todo que la gente prefiere moverse a los márgenes para actuar más libremente otra vez. No hay tanta presión ahí. A veces quizá no la suficiente.
Los cambios que se describen afectan a todas las identidades, incluyendo la masculinidad puesta en crisis; aquella de tipos –describe Mercedes Bunz– que ya no son equivalentes a las ideas de dureza, agresividad, capacidad de imponerse, y que son más parecidos a un blandito de pantalones con tiradores (al menos en Berlín, donde ella escribe). “Si la moda masculina ya no necesita asegurar la masculinidad con los colores clásicos (azul mediano), esto también significa que los hombres no deben convencerse a sí mismos de nada... El machismo no sólo pasó de moda sino que ya está muerto”. El riesgo del relajo de imposiciones sociales –sigue– es caer en “un modo autocomplaciente y no autodeterminado”. “Los hombres –explica en la entrevista– ya no tienen que seguir cierto rol, como el de macho. Pueden optar. Lo que significa que se deshicieron de las expectativas que tenía la sociedad.”
–¿Y sobre los cambios en el concepto de juventud? ¿Por qué la juventud ya no es una edad cronológica?
–Durante un largo tiempo el tiempo de vida seguía cierto camino: nacer, ir a la escuela, conseguir un trabajo, casarse, tener hijos, envejecer. Ahora es diferente. Las parejas se divorcian y vuelven a casarse. El control de natalidad y la ciencia médica hacen posible tener hijos a avanzada edad. Las erupciones económicas te obligan a comenzar de nuevo. Esto significa que ya no crecemos, en el sentido de que todo esté establecido. Vivimos en un mundo flexible que nos deja en la incertidumbre. Esto significa libertad, pero al mismo tiempo es atemorizador, porque ya nada es seguro. Vivimos en la incertidumbre. Ahora la incertidumbre es un sentimiento normal, todos los adolescentes lo tienen. Y hoy también los adultos viven con él. Quizá siempre lo hicieron, pero nosotros somos la primera generación en admitirlo: no envejecemos, seguimos jóvenes, nos guste o no.
–Finalmente, ¿podría mencionar experiencias de producción cultural de 2007 que puedan ser leídos como la irrupción de algo nuevo?
–¿Lo nuevo? ¿Algo realmente nuevo? Bueno, no. Incluso los cambios culturales fueron bastante suaves. Pero eso está bien. Quizás a veces la cultura también tiene que descansar.
Traducción: Roque Casciero.
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